Me preguntan desde Euskadi si todas las víctimas del llamado, mal llamado,
«conflicto vasco» son iguales. Me lo pregunta porque, por lo visto, en una tertulia de una emisora de radio vasca un contertulio abertzale dice que hay que pensar en las víctimas como todas iguales o, al menos, tenerlas a todas presentes en un mismo plano (que es lo primero que ha dicho Otegi nada más salir da la cárcel de Logroño), y, según mi interlocutor, le contesta una periodista afín a la derecha vascoespañolista que, por favor, que cómo van a ser iguales las víctimas del
«terrorismo» (de ETA, por supuesto) que las provocadas por un miembro de las FSE (antes FOP), que eso es equiparar a la víctima de una violación con su violador. En efecto, tiene razón (al margen de la demagoga comparación que hace esta lacaya del capital) esta turiferaria que se hace eco del discurso oficial en materia de
«terrorismo»: Terroristas sólo los hay de un lado, ya sabemos cuál. Ya lo dijo Martín Villa cuando era ministro del Interior:
«lo de ellos son asesinatos; lo nuestro, errores». Ergo: por lo tanto, las víctimas de una y otra parte no son, no pueden ser, iguales, aunque sólo sea por la distinta -y hasta opuesta- motivación política de las partes enfrentadas. Lo único objetivo, es cierto, es la víctima, pero se da el fenómeno que podría llamarse
«la metamorfosis de la pistola», es decir, la pistola mata, pero depende quién la empuñe y su móvil. Y su causa. No es lo mismo, evidentemente, esa pistola en manos de un policía que de un
«terrorista». Para el Estado -y para esta plumilla-, que tiene el monopolio de la violencia según los teóricos burgueses del siglo XIX (Max Weber, sobre todo), sólo hay una clase de
«víctimas»: las del
«terrorismo»; las otras, no. Si acaso un exceso o un caso aislado de un funcionario público. Punto.
Yo creía que estas cosas estaban ya meridianamente claras. Quien, desde luego, lo tiene clarísimo es todo el aparato ideológico -el represivo va de suyo- del Estado, incluidos TODOS los partidos del régimen nacido en abril de 1939 y sus distintas encaladuras y encarnaduras de fachada y personal. Estos distinguen perfectamente entre una víctimas y otras. Y quien no parece distinguirlas es la izquierda abertzale oficial en sus nuevos ciclos. Otra demostración de su deriva por la pendiente abajo del reformismo más degenerado. Y es que a ver qué calificativo merece el hecho de nivelar unas víctimas con otras cuando ni el «enemigo» lo hace. Acabarán condenando la violencia «venga de donde venga», aquella murga con que querían distanciarse los «equidistantes» y su «equidistancia», algo imposible en el terreno de la lucha de clases o en las luchas nacionalistas. No es el Estado quién ha cambiado su carácter, sino que es el mundo abertzale -expresión muy del gusto del «stablishment»– quien ha cambiado notoriamente.
Incluso en las mismas Asociaciones de Víctimas de Terrorismo, así llamadas, no es lo mismo una Ángeles Pedraza, que parece lamentar que ETA ya no mate porque la deja sin su sempiterno discurso y, probablemente, sin algo más material y prosaico (se le acaba el chollo, diría un castizo), que Pilar Manjón, hoy, por cierto, reunidas en Madrid con motivo del XII aniversario del 11-M que todavía no se sabe quién fue -algunos tenemos nuestra teoría- el autor material e intelectual. Y es que como dijo no sé quién: «el pueblo español todavía no está preparado para saber quién fue el autor de la masacre».
¡Tócate los perendengues !
Buenas tardes.