El miedo funciona y es útil para hacer transformaciones económicas. Ha tardado un tiempo en solidificarse, pero las gestiones pandémicas se están transformando como un laboratorio viviente para un futuro permanente, y altamente rentable. Consultoras como Mckinsey, trístemente célebres, son las diseñadoras de estos “eventos”
El pasado 23 de octubre de 2022, el Centro Johns Hopkins para la Seguridad de la Salud, en asociación con la OMS y la Fundación Bill y Melinda Gates, llevó a cabo el evento “Contagio Catastrófico”, un ejercicio de simulación pandémico donde líderes de varios países se prepararon “para tomar decisiones difíciles y de importancia crítica con información limitada”.
Para contener con éxito esta “amenaza”, los gobernantes invitados fueron desafiados a tomar medidas “decisivas y audaces” frente a “datos incompletos, la alta incertidumbre científica y la posible resistencia política”.
Participaron diez ministros de salud actuales y anteriores y altos funcionarios de salud pública de Senegal, Ruanda, Nigeria, Angola, Liberia, Singapur, India, Alemania, así como el propio Bill Gates.
El ejercicio simuló una serie de reuniones de la junta asesora de salud de emergencia de la OMS que abordaron una pandemia ficticia ambientada en un futuro cercano. Los participantes debatieron cómo responder a una epidemia ubicada en una parte del mundo que luego se propagó rápidamente, convirtiéndose en una pandemia con datos de mortalidad todavía más altos que la COVID-19, y afectando de manera desproporcionada a niños y jóvenes. Se tenían que adoptar medidas “drásticas” y convencer a la población de los países participantes de su necesidad; la “drasticidad” de esas medidas únicamente la conocen los asistentes.
Este tipo de simulaciones no son ningún secreto; son el respaldo espiritual que tienen que tener aquellas personas que toman decisiones que van contra la propia naturaleza humana, para que no expresen dudas sobre lo que hacen. En otro tiempo eran los obispos que bendecían los campos de concentración fascistas en España o Italia, o que asistían en la tortura a los grupos de tareas de las dictaduras de Chile o Argentina. Las técnicas evolucionan, pero los objetivos son similares.
Por ejemplo, France Telecom, a través de los servicios de la consultora McKinsey entrenó durante la dećada del 2000 a los diferentes responsables de recursos humanos de esta empresa sobre cómo presionar y debilitar psicológicamente a la plantilla para que aceptara despidos o reducciones salariales, provocando depresiones y decenas de suicidios. Este método fue luego aplicado en España por el gobierno de Jose Luís Rodríguez Zapatero contra los trabajadores de AENA.
El gobierno argentino de Carlos Ménem hizo lo propio también para justificar ante la población la necesidad de la privatización de todas las empresas públicas mediante formación a sus cuadros intermedios en la década de los 90. Estas formaciones incluían la teatralización de despidos, campañas de difamación y diferentes formas de presión psicológica.
En el caso de las campañas de la OMS, y algunas otras agencias intergubernamentales donde nunca se aclaran los conflictos de intereses entre sus responsables y las grandes empresas, se está haciendo un evidente esfuerzo por convencer a la población de que el ser humano es un problema. Y que económicamente una parte de la población es insostenible.
En este caso, y para que el plan económico de envergadura tenga éxito, la acción psicológica se tiene que centrar en convencer a la sociedad que los humanos no somos capaces de resistir un fenómeno natural (un virus). Esto es lo que se le dijo a la gente, se creó un fantasma, y que la única forma de enfrentarlo y disiparlo era confiar en las prevenciones hechas por los magos de la política (máscarillas, distanciamiento social y encierros) y los magos de la ciencia.
Ahora bien, la propaganda solo es efectiva si la observamos. De hecho, si la dejamos entrar en nuestra conciencia, entonces ya no importa cómo reaccionemos ante ella.
El caso de France Telecom despertó indignación, una vez conocido, pero ahora estos “simulacros” y entrenamientos para la opresión social forman parte de las políticas públicas, e incluso se promocionan abiertamente. El gobierno del PSOE y Podemos, contrató a las cuatro consultoras más importantes del mundo, “las Big Four” para que diseñaran la política de comunicación de las reformas más duras relacionadas con los fondos europeos.
En el caso de France Telecom lo que se buscaba era la forma de eliminar físicamente a una población de empleados, que habían dejado de ser útiles. La plantilla no estaba bien pertrechada ideológicamente para ser inmune a esa presión, y finalmente aceptó la privatización a pesar de que habían matado a decenas de compañeros; “había un bien superior que había que proteger”, frase que ya nos debería sonar familiar.
El objetivo ahora presenta una escala superior: que no aceptemos nuestra propia humanidad, más bien al contrario, que seamos inmunes al dolor de nuestros semejantes; que no nos cause rechazo, indignación o rabia. O incluso, que seamos capaces de autolesionarnos, que no nos aceptemos y que nos pongamos al borde del precipicio. El plan McKinsey convenció a los trabajadores que se suicidaron que su vida no tenía sentido. El objetivo de la OMS, asesorada por Mckinsey desde hace más de una década, es muy similar.