La acción combinada de unos (imperialistas) y otros (ecologistas) ha impulsado un movimiento unánime que ha llegado hasta los últimos rincones del mundo, impregnándolo todo. Una parte de los partidos se dedican al capítulo verde, una parte de los medios reserva un hueco a la información verde y así sucesivamente. Lo verde está por todas partes y, además, de una manera dramatizada, como crisis y como emergencia.
Para poder conseguir esa unanimidad, el seudoecologismo se ha convertido en una industria que se autofinancia, permitiendo que muchos vividores obtengan pingües beneficios de la histeria de masas que han levantado. Los verdes han creado desde nuevas bolsas de valores que antes no existían, hasta mercancías respetuosas con el medio ambiente, pasando por cátedras, universidades, ministerios, instituciones públicas (internacionales, nacionales, autonómicas, municipales) y privadas, medios de comunicación, movimientos políticos y sociales, escuelas y cursos de educación ambiental…
Esa unanimidad crea la impresión de que fenómenos como la emergencia climática son los más importantes y los más graves, por encima de cualesquiera otros, como la explotación del trabajo infantil, por ejemplo, o el hambre, o el analfabetismo, o la guerra, o la precariedad laboral, o los accidentes de trabajo.
“Los grandes medios de comunicación se han confabulado para asegurarse de que no se ignore la emergencia climática”, informa The Guardian (1). Más de 60 cadenas de comunicación del mundo entero se han adherido al proyecto Covering Climate Now para que nunca falten noticias sobre la crisis climática, es decir, para mantenerla en el candelero permanentemente, un verdadero lavado de cerebro.
No existe esa misma preocupación de los medios de comunicación por los 218 millones de niños esclavizados y explotados en el mundo, seguramente porque no es una cuestión tan candente. No hay agencias de prensa dedicadas única y exclusivamente a denunciar la explotación infantil, como la Agencia de Noticias Ecologista o Ecoportal, por ejemplo (2). Tampoco ningún país del mundo tiene ministerios contra la explotación del trabajo infantil porque la omnipresencia verde lo encubre todo pero, especialmente, se encubre a sí misma.
Que un movimiento de estas características oculte su propio origen imperialista es lo normal, porque siempre ocurre así. Que encubran también las motivaciones reales (económicas, de clase) de su impulso, también es normal. Que nos vendan la leche en cajas de cartón, también es lo suyo.
Pero el origen de la leche no está en la caja sino en las ubres de una oveja, o una cabra, o una vaca, o un camello, y lo mismo ocurre con el ambientalismo. Ahí está la raíz del problema: el recadero que lleva el mensaje de la reacción desde su origen hasta el más recóndito de los barrios, es un cómplice, un Caballo de Troya ecologista que no tiene vida propia, que es una mera correa de transmisión, el equipo de sonido a través del cual habla el imperalismo.
Luego llegan las lamentaciones, como ocurrió durante la transición política, y hablarán de “desencanto”, de “traición”, de “transacción”, como si los traicionados fueran ellos. Este es el segundo engaño. No señores: vosotros no estáis siendo engañados por los seudoecologistas sino que formáis parte del engaño. Estáis aparentando que no conoceis experiencias como las de Los Verdes en Alemania que, formando parte del gobierno, participaron directamente en la política imperialista de destrucción de los países balcánicos y en los bombardeos con armas radiactivas.
Si un medio de comunicación tan especialmente infame como la Cadena Ser, reserva un apartado para dar voz a “Ecologistas en Acción” (3), es porque dicha organización no tiene ningún carácter reivindicativo, no forma parte de ninguna lucha popular sino del entramado monopolista y propagandístico del Estado fascista.
Un sindicato podrido hasta el tuétano, como Comisiones Obreras, ha asumido la tarea de llevar la “emergencia climática” a las fábricas (4) para cumplir con el papel de correa de transmisión que los monopolios le han asignado: involucrar a la clase obrera en la política económica de los imperialistas.
Comisiones Obreras podría haber iniciado una campaña así contra los fondos buitre para que no desahucien a los trabajadores de sus viviendas y miles de problemas parecidos, absolutamente cruciales y realmente dirigidos contra el capitalismo, a diferencia de la transición ecológica. Hace falta ser un sinvergüenza integral para dirigirse a una familia a la que le han arrebatado su vivienda para decirle que tiene una urgencia, pero que es de tipo climatico.
Tanto si es real como si es ficticia, la crisis climática no tiene nada que ver con el capitalismo y, en consecuecia, la “lucha” contra ella es como la batalla de Don Quijote contra los molinos de viento. El pretendido “anticapitalismo” de los verdes encubre su contrario: es una parte del propio capitalismo. De ahí que el colectivo Burbuja pida que no se mezcle al movimiento ecologista con la lucha contra el capitalismo porque perjudica al “objetivo principal” que es “la preservación de los ecosistemas de forma que sean capaces de seguir sustentando a las sociedades humanas” (5). Lo importante es siempre que haya un buen ambiente.
Los seudoecologistas quieren convertir a los ecosistemas en materia inerte. Son conservacionistas, una ideología reaccionaria que, como cualquier otra, pretende mantener las cosas tal y como están actualmente. No sólo no quieren cambiarlos (perjudicarlos) sino que su objetivo es que permanezcan en el futuro tal y como están ahora, que los bosques sigan siendo bosques, los desiertos sigan estando desiertos, los lagos conserven el agua, los glaciares el hielo, los valles su fertilidad, las costas sus playas y las playas su arena.
“Sólo el ecologismo puede frenar al capitalismo”, titula La Marea (6), el típico medio que sirve de termómetro para medir el elenco de tonterías del reformismo posmoderno. El socialismo está pasado de moda; ya no es lo que fue (si es que alguna vez fue algo para los posmodernos). Con su énfasis en el desarrollo de las fuerzas productivas, el socialismo también resultaría perjudicial para el medio ambiente porque es “desarrollista”, una palabra que fue fetiche en los sesenta y que ahora se ha convertido en su contrario: el desarrollo económico es contraproducente (según los ecologistas).
La transición ecológica es como la transición política, o sea, una traición, y no servirá de nada reconocerlo dentro de 40 años. Hay que decirlo ahora, en plena cumbre climática de Madrid, y hay que señalar con el dedo acusador a los que engañan a sus afiliados diciéndoles que luchan contra el capitalismo.
En los setenta los traidores no fueron los fascistas. En lo que llevamos de siglo los traidores no son los capitalistas. En un caso y en otro, los traidores son sus cómplices, esos que presentan al capitalismo al revés: como anticapitalismo. No deberíamos dejarles que se hagan los locos por más tiempo: los traidores son esos que se llaman comunistas, anarquistas, anticapitalistas, sindicalistas, izquierdistas, antisistema… a pesar de que su actividad consiste en llevar agua al molino de la explotación.
(1) https://www.theguardian.com/environment/2019/jul/25/the-guardian-joins-a-major-media-initiative-to-combat-the-climate-crisis
(2) http://agenciaecologista.info/, https://www.ecoportal.net/
(3) http://cadenaser.com/tag/ecologistas_accion/a/
(4) CCOO quiere trasladar el debate de la transición ecológica y el cambio climático a los centros de trabajo, https://www.lacomarcadepuertollano.com/diario/noticia/2019_09_10/45
(5) https://www.colectivoburbuja.org/juan-carlos-barba/anticapitalismo-y-ecologismo-por-que-es-un-error-mezclarlos/
(6) https://www.lamarea.com/2014/06/10/solo-el-ecologismo-puede-frenar-al-capitalismo/
Los que luchan contra el capitalismo deberían impedir que las niñas trabajen en las fábricas de ladrillos |