Colorín colorado este cuento no se acaba nunca

Con la caída del Telón de Acero en 1990 se acabó la guerra fría y empezó la guerra tibia. Quedó claro que al imperialismo no le bastaba con acabar con el socialismo, ni tampoco con trocear a los antiguos países socialistas, sino que necesitaban entrometerse hasta en los detalles más insignificantes de cada país. Lo curioso es que a eso, a la contrarrevolución, le llamaron revolución, aunque a la expresión le privaron de sus terribles connotaciones peyorativas. Eran revoluciones de guante blanco, de terciopelo, como la checoslovaca de 1989, una transición pacífica del socialismo al capitalismo.

Fueron las revoluciones de colorines en Serbia (2000), Georgia (2003), Ucrania (2004) y Kirguistán (2005), unas experiencias exitosas que a partir de 2011 el imperialismo reprodujo con las Primaveras Árabes, es decir, con países que no tenían nada que ver con el socialismo.

Las revoluciones de colorines se ensayaron por primera vez en Myanmar, la antigua Birmania, a mediados de los noventa, un verdadero campo de pruebas para los ejercicios “no violentos” del imperialismo cuyas constantes se repetirán después y, por ejemplo, en España se manifestaron bajo las denominaciones de 15-M, Democracia Real Ya y demás.

Hasta los años ochenta en las contrarrevoluciones sólo aparecía el Pentágono, los marines y la CIA, es decir, la fuerza bruta, que siempre suscita rechazo y descrédito internacional, y a veces incluso fracasa. Por ejemplo, el golpe de Estado a la antigua usanza contra Chavez en 2002 fue un estrepitoso fracaso. Ahora el Pentágono ha quedado en un segundo plano porque para las maniobras de desestabilización las ONG son mejores que las lanchas de desembarco anfibio. Lo que vemos son instituciones benevolentes como la United States Agency for International Development, la National Endowment for Democracy, la Freedom House o la Open Society Institute de Soros. Las modernas revoluciones de colorines ya no son invasiones externas; ni siquiera tienen un contenido político sino que parecen surgidas de las mismas entrañas de la sociedad civil, de movimientos aparentemente espontáneos, al margen de “la política” y que tienen en común tópicos manoseados, como la democracia o los derechos humanos, que nadie puede dejar de suscribir.

Los medios que hacen de portavoces de la reacción y el imperialismo se encargan de elevar a la categoría de personajes mitológicos a monigotes como la cubana Yoani Sánchez, a la que el New York Times calificó como “la cubana más famosa que no se apellida Castro”. Hacen la contrarrevolución adheridos al ordenador, los blogs y las redes sociales. Pero ni por asomo Sánchez tiene el pedigrí de Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz en 1991 e icono de la lucha contra la Junta Militar Birmana. Naturalmente que tales luchas no son sólo “sociales”. Suu Kyi es presidenta de un partido que se llama Liga Nacional por la Democracia y su padre es el general Aung San, fundador de “Tatmadaw”, el todopoderoso ejército birmano contra el que lucha la hija, que es diputada desde 2012 y siempre ha manifestado su ambición de convertirse en presidenta de su país, lo que puede suceder el año que viene.

Hoy para poner a un pelele en un pedestal es necesario -entre otras cosas- internet. Un ejemplo fue la entrevista del periódico gratuito “20 minutos” a Isaac Mao, calificado como “el primer bloguero chino y uno de los mayores activistas contra la censura en internet”, que en 2011 se paseaba de gira por el mundo pronunciando conferencias en defensa de la libertad de expresión. Como reconoció Hilary Clinton, los imperialistas han convertido a internet en el “espacio público del siglo XXI”. Es la vía de penetración que necesitan mantener abierta para presionar a determinados países. Para preparar la Primavera Árabe, desde comienzos de 2011 Obama empezó a defender la libertad de acceso a la red, advirtiendo a los Estados árabes que no interrumpieran el funcionamiento de Facebook, Twitter, YouTube, Skype, Whatsapp y otros recursos digitales a través de los cuales imperialismo intoxica y difunde sus consignas.

Aunque internet debía permanecer abierto, en febrero de 2009 se produjo el mayor apagón que ha registrado desde el comienzo de la era digital. Durante 15 días afectó a la totalidad de Oriente Medio, incluyendo Pakistán e India, pero especialmente a Irán, cuyas comunicaciones digitales fueron interrumpidas completamente. Fue un simulacro de guerra. Los imperialistas cortaron simultáneamente los siguientes cables submarinos de fibra óptica: el Seamewe-4 que va de Europa occidental a Oriente Medio y el Sudeste Asiático se cortó cerca de Penang en Malasia; también se cortó en otro punto cerca de Alejandría frente a las costas de Egipto; el Flag que une a Europa con Asia se cortó en dos lugares de forma simultánea: cerca de Alejandría y frente a la costa de Dubai; finalmente el Falcon se cortó cerca de Bandar Abbas, en Irán.

Los imperialistas encienden y apagan las comunicaciones digitales como si fuera el interruptor de la luz de su casa. Aquel mismo año 2009, unos meses después, cuando se celebraban elecciones en Irán, se produjo la situación contraria: el Departamento de Estado exigió a Twitter que mantuviera el servicio a fin de que la oposición al gobierno pudiera hacer uso de la red social en su campaña.

Cuando en enero de 2011 el movimiento del 6 de abril convocó en Egipto un “Día de la Rabia”, el gobierno de Mubarak bloqueó internet y los móviles funcionaron con muchas dificultades. “El arma es la red”, titulaba el diario El País al mes siguiente. Lo que no concreta es quién tiene ese arma en la mano. Más de un incauto cree que la tiene él y que el teclado de su ordenador es el gatillo.

En Egipto el movimiento 6 de abril nació en 2008 “el Día de la Rabia” como un grupo de Facebook que pronto logró 90.000 seguidores, entre ellos Margaret Scobey, la embajadora de Estados Unidos en El Cairo. Dos cables de Wikileaks fechados en noviembre de 2008 y enero de 2010 pusieron al descubierto el papel de la fundadora del movimiento, la bloguera Israa Abdel Fattah, a la que mencionan expresamente como integrante de un programa (llamado “New Generation”) organizado en Washington por el Departamento de Estado para formar nuevos cuadros políticos y sociales al servicio del imperialismo. En mayo de 2008 la bloguera se entrevistó con Condoleeza Rice y al año siguiente con Hillary Clinton.

Desde Birmania a Egipto (o Siria, o Ucrania, o España) el montaje imperialista es idéntico; es el mismo montaje. Por ejemplo, Ahmed Maher, otro de los fundadores del movimiento 6 de abril, declaró al periódico “Los Angeles Times” que admiraba la Revolución Naranja en Ucrania así como a los serbios que derrocaron a Milosevic en 2000. La admiración es tan grande que el movimiento 6 de abril adoptó el logotipo de Otpor (que significa “resistencia” en serbio) y, a medida que uno se adentra en los diversos montajes de colorines, van apareciendo los mismos farsantes.

Otro ejemplo. En una entrevista concedida a la cadena de televisión Al Jazira (9 de febrero de 2011), el portavoz del movimiento 6 de abril, Adel Mohamed, confesó que en el verano de 2009, antes de organizar el montaje de la Plaza Tahrir, en El Cairo, también había asistido a cursillos organizados por Canvas (Center for Applied Non Violent Action and Strategies), que es lo mismo que Otpor. Dijo que le habían adiestrado en técnicas de manipulación de masas y que, a su vez, se había convertido en un formador en los mismos procedimientos de desestabilización política.

Sigamos conociendo personajes, como Wael Ghonim, otro bloguero muy famoso en Egipto porque la policía de Mubarak le detuvo 12 días antes de hundirse, convirtiéndole en un icono. En medio de un baño de lágrimas, contó su vida a la cadena de televisión egipcia Dream 2. Los datos más relevantes que Ghonim desveló es que había estudiado en la universidad americana de El Cairo, vivía en Dubai y trabajaba como jefe de márketing de Google para Oriente Medio. Cuando el locutor le pregunta cómo es posible que un movimiento que presume de no violencia hubiera causado 300 muertos, le responde que la culpa es del gobierno.

El tinglado es una verdadera internacional de las farsas sociales. En un artículo publicado en 2011 en el diario vienés “Presse”, el escritor británico David Vaughan Icke escribió que a través del dirigente de Otpor Iván Marovic, la CIA también organizó el movimiento Ocuppy Walt Street.

El dirigente de Otpor y Canvas es Srdja Popovic, que a su vez sigue el guión demagógico escrito por Gene Sharp (Fundación Albert Einstein), un apóstol de la “no violencia”, y su más estrecho colaborador el coronel Robert Helvey, un veterano de la guerra de Vietnam, agregado militar de la embajada de Estados Unidos en la capital birmana entre 1983 y 1985, donde en 2007 orquestaron la “revolución azafrán”, otra de colorines.

Chavez ya desenmascaró la “no violencia” de Sharp cuando le denunció como uno de los inspiradores de la desestabilización de Venezuela y el golpe de Estado de 2002. Al año siguiente Otpor organizó un levantamiento en Georgia de la mano de Kmara, un movimiento juvenil a 700 de cuyos militantes entrenó en Belgrado. Al año siguiente Otpor trasladó su centro de operaciones a Ucrania, donde adiestraron al movimiento “Porá” que desencadenó la Revolución Naranja, por la que cobraron 60 millones de dólares de Estados Unidos. Finalmente pasaron a Kirguistán, Líbano y otros países árabes.

Los papeles de Wikileaks muestran que a través de Stratfor, una empresa de seguridad de la CIA, Otpor suministra al espionaje imperialista la información que le proporcionan sus redes en varios países, especialmente Venezuela, Egipto y Georgia. El dirigente de Otpor Srdja Popovic trabajó como consejero de Stratfor y preparó para ella un golpe blando para derrocar a Chávez. Desde 2006 Stratfor y Canvas dirigen los pasos de la oposición venezolana. Al año siguiente crearon un movimiento juvenil que ayudó a la oposición a ganar el referéndum convocado por el gobierno para reformar la Constitución de 1999 y luego diseñaron la campaña electoral de la oposición para 2010.

El problema de los movimientos sociales es cuando pasan al desnudo integral; entonces los “pacifistas” dejan su reguero de sangre. En Birmania el levantamiento “no violento” de 1988 dejó cerca de 3.000 cadáveres en las calles.

Con el destape a los “apolíticos” se les ve el plumero. En Egipto el antiguo director de la Agencia Internacional de Energía Atómica, Mohamed el Baradei, un sicario del imperialismo, mostró su apoyo al movimiento 6 de abril y, a su vez, este movimiento le devolvió el apoyó prestado. Los cables de Wikileaks indican que en julio de 2009 la embajada de Estados Unidos en El Cairo se reunió con un dirigente del movimiento, Ahmed Saleh, quien les informó de que una purga interna había acabado con los nasseristas e islamistas para preservar “la orientación laica y occidental” del movimiento, o sea, su sumisión plena a los dictados del imperialismo.

Ahora bien, hasta aquí no aparece más que la mitad del problema. La otra parte es que en todos los países del mundo hay una profunda crisis que, además de económica, es política e internacional, es decir, una crisis del imperialismo provocada por el reparto de las esferas de influencia que conduce directamente a la guerra imperialista.

En un país estratégico como Egipto las masas, especialmente la clase obrera, vienen saliendo desde 2006 a la calle espontáneamente en una lucha polarizada sobre tres ejes: la carestía de la vida, la quiebra del Estado y la solidaridad con el pueblo palestino. Los montajes del imperialismo demuestran que ante la imposibilidad de contener ese movimiento, dejan a la deriva a sus viejos pilares (Mubarak) y tratan de desviar la atención de la clase obrera (y del mundo) con un relevo de los figurantes.

Por más farsas que los imperialistas organicen, no cabe duda de que también en el mundo árabe la clase obrera ha salido a la calle y que el problema -como casi siempre- no es otro que la dirección de ese movimiento.

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