Castilla-La Mancha ha impuesto, tras el Estado de Alarma, un régimen de visitas y estancia en residencias de la tercera edad que impone a sus residentes un régimen análogo al de las prisiones españolas y que ha sido avalado por el Tribunal Superior de Justicia.
Según la nota difundida por el gobierno manchego, se ha estipulado que las personas alojadas en estos centros no podrán salir de ellos y las visitas a las residencias se podrán «autorizar» (se utiliza ese término) tras haber completado la vacunación a residentes y trabajadores.
Aparte, tanto la persona que acuda a la visita, como la persona residente no han de presentar ningún cuadro clínico compatible con la infección por coronavirus y por cada visita podrán acudir dos personas, siendo la duración máxima de la reunión de 60 minutos de manera cronometrada.
En ese contexto, los ancianos solo podrán tener dos visitas a la semana, que se podrán incrementar atendiendo a circunstancias concretas; las visitas deberán realizarse preferentemente en espacio exterior del edificio, y si no fuera posible, se habilitará un espacio específico. Además durante el tiempo de las visitas se podrá llevar a cabo un paseo terapéutico que solo podrá hacerse por los alrededores del centro.
En caso de tratarse de una visita por una situación de acompañamiento en los momentos finales de la vida, podrán asistir a la visita el número de personas que autorice la residencia.
Residencias y prisiones, cada vez más parecidas
Pero esta medida no es nueva, ya que en prácticamente todas las residencias españolas se ha establecido un régimen penitenciario donde las personas alojadas no tienen contacto con el exterior, y donde los visitantes (los que lo hacían) han estado obligados a sentarse a 1 metro de distancia, o con mamparas que se interponían, sin poder abrazarse ni tocarse durante una visita que estaba cronometrada por el personal que hace de carcelero.
La reclusión de los ancianos con la excusa del coronavirus, que han quedado aparcados en los últimos años de su vida a la espera de la muerte, ha convertido la soledad en una cuestión cotidiana para el resto de la sociedad, que está mirando para otro lado en algo que es una bomba de relojería para la salud mental de la población mayor.
La soledad y el aislamiento son riesgos graves para la salud de la tercera edad. Si bien esta realidad era conocida antes del confinamiento, es razonable imaginar que este porcentaje ha aumentado durante el transcurso de su reclusión de estos últimos meses, con restricciones aún más estrictas para esta franja de la población.
Incluso antes del confinamiento, millones de ancianos en toda España luchaban contra sentimientos de soledad, aislamiento y falta de compañía regular.
La ausencia de visitas y la obligación de permanecer en sus habitaciones con la televisión como único contacto externo son las únicas «vías de escape» que se les ha dado a la tercera edad, con el supuesto objetivo de protegerlos, pero lo cierto es que el coronavirus ha sido la excusa perfecta para recluir y abandonar, a la espera de la muerte, a quien nada producía y normalmente estorbaba.
En síntesis, se está produciendo un genocidio tolerado por toda la sociedad.
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