El Ministerio califica dicha propaganda como “actividades de sensibilización pública” contra la “deslegitimación” de Israel. Los fondos se utilizarán para “comprar” una cobertura favorable en los medios de intoxicación internacionales, pero -no se descuiden- también locales.
Los sionistas no quieren que se descubra la mano que mece la cuna, ni tampoco que quienes hacen campaña a favor de Israel no son otra cosa que mercenarios. Por ello liberan los fondos de cualquier control externo. El dinero se canalizará por medio de organizaciones pantalla fuera de Israel.
Dentro y fuera de Israel siempre se ha dicho que el movimiento BDS no tiene ningún efecto económico, que no causa ningún perjuicio, lo cual es contradictorio.
En primer lugar, desde 2011 la legislación israelí considera que quienes emprenden acciones en favor del boicot deben responder de los daños y perjuicios que causen con ellas.
En segundo lugar, si el boicot es irrelevante, ¿por qué Israel se opone a que la Unión Europea etiquete los productos procedentes de los territorios israelíes usurpados a los palestinos?
En tercer lugar, si el boicot es irrelevante, ¿por qué Israel se gasta dinero en una campaña de contrapropaganda?
Es obvio que el movimiento BDS no es tan irrelevante como quieren hacer creer. Está ganando terreno. Recientemente la empresa Sodastream tuvo que trasladar su fábrica de los territorios ocupados de Cisjordania hasta Israel.
Un conocido abogado israelí que especializado en derechos humanos, Michael Sfard, dice que cuando recorrió por primera vez los campus de Estados Unidos hace diez años, se enfrentó a reacciones hostiles porque criticó la conducta de Israel en Cisjordania. Hoy le critican por no apoyar un boicot total.
En términos culturales, el panorama es aún más sombrío para Israel, donde cada visita de un artista va acompañada de dudas sobre su llegada definitiva. La constante cobertura mediática de la presión ejercida por el movimiento BDS sobre los invitados contribuye a crear una impresión de asedio.
Nada asusta más a Israel que la perspectiva de seguir el modelo sudafricano durante el régimen del apartheid. Israel teme que un consenso mundial similar en su contra pueda amenazar su legitimidad (si es que tiene alguna). La economía de Israel es mucho más fuerte que la sudafricana en la década de 1980, cuando se enfrentó a un boicot económico, y su red de apoyo internacional es mucho más amplia.
Sin embargo, la dependencia de Israel del mundo exterior es más profunda. Su industria de alta tecnología, por ejemplo, tendrá dificultades para prosperar en un entorno internacional hostil.
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