Desde el año pasado miles de tractores han bloqueado autopistas y cortado pasos fronterizos, sobre todo en el norte, donde las protestas alcanzan su mayor beligerancia. Los tractores también se han plantado en el centro de Atenas, a bocinazo limpio frente al Parlamento. La maquinaria agraria amenaza con rugir de nuevo.
Pero el campo griego, escenario estos días de primavera de un baile de tractores y trilladoras con coreografía de autómatas; de pickups desvencijadas y alguna yunta esporádica atrapada entre surcos, es mucho más que la avanzadilla de las movilizaciones contra el gobierno de Tsipras. Como si de un microcosmos se tratara, refleja también muchos de los factores que han llevado a Grecia al abismo total.
Desde la entrada de Grecia en la Comunidad Económica Europea, en 1981, que abrió la competencia y a la vez el generoso grifo de las subvenciones, y hasta el rescate actual, no se producía una revolución semejante en el sector. El campo se opone a la subida de impuestos (que se homologarán al régimen general), el precio del gasóleo (hasta ahora generosamente subvencionado) y las cotizaciones a la seguridad social mediante una nueva tasa unificada, el Efka, con un aumento medio de 87 euros al mes por agricultor.
Los representantes del sector avisan de que estas reformas pueden costarle votos al gobierno, cuando los sondeos pronostican la derrota en las urnas de Syriza frente a la conservadora Nueva Democracia (ND), entre 10 y 15 puntos por delante.