Auge y caída de Black Lives Matter (los oportunistas también son de color negro)

El caso Black Lives Matter es un protitipo de los movimientos posmodernos, adaptado a una sociedad fracturada, fuertemente racista y sometida al terrorismo policial, como la estadounidense. Lo que pone de manifiesto es la manera en que una reivindicación legítima acaba desviada y finalmente corrompida o, en palabras de Lenin, que el movimiento hay que analizarlo en su unidad contradictoria con la dirección del mismo.

Black Lives Matter es un apéndice del partido demócrata encargado de trasladar el descontento a las urnas. No se le puede separar del triunfo electoral de Biden frente a Trump. Por eso tuvo tan buen eco en ciertos medios de intoxicación mundiales y cuando los tertulianos y analistas hablan bien de algo, hay que ser muy cautos.

A partir de 2016 la Fundación Ford entregó 100 millones de dólares al movimiento. Al año siguiente One United Bank, el mayor banco de propiedad negra de Estados Unidos, se asoció con ellos para lanzar la tarjeta de débito Visa “Amir” en una campaña para promover el capitalismo entre los negros. Con el dinero Black Lives Matter creó una fundación para canalizarlo.

Las donaciones de las empresas se dispararon tras el asesinato policial de George Floyd en mayo de 2020, que desencadenó protestas en las que participaron millones de jóvenes y trabajadores en Estados Unidos y en todo el mundo. Entre los que financieron a los colectivos antirracistas vinculados al partido demócrata se encuentran Google, Facebook, Amazon y Apple, que obtuvieron beneficios récord apoyados en los miles de millones de dólares en subsidios del gobierno bajo el proyecto Cares de ayuda a la pandemia.

Cuantos más negros asesinados por la policía, más subvenciones.

Inicialmente Black Lives Matter era una etiqueta que circulaba por las redes sociales tras la absolución en 2013 de George Zimmerman, el asesino de Trayvon Martin. Las cofundadoras del colectivo (Alicia Garza, Patrisse Cullors y Opal Tometi) carecían de experiencia política y ningún eco en la calle. Eran mujeres jóvenes y negras; sin duda personas con muy buenas intenciones y, sobre todo, manipulables.

En agosto de 2014 el asesinato de Michael Brown a manos de la policía en Ferguson, Misuri, impulsó a Black Lives Matter, que se convirtió en el centro de la atención mediática. Después de la muerte de Eric Garner en Nueva York, el asesinato de Brown provocó protestas airadas y las ciudades se llenaron de antidisturbios fuertemente armados, tropas de la Guardia Nacional, helicópteros militares y vehículos blindados, estableciendo la ley marcial de facto. Cientos de manifestantes fueron encarcelados y los periodistas fueron amenazados y detenidos por la policía con armamento militar.

Las guerras en el exterior van acompañadas siempre del estado de guerra en el interior.

Llegó el momento de los sueños rotos. A los ojos de los negros, el asesinato de Brown arruinó definitivamente la imagen de Obama, que había emprendido toda suerte de agresiones militares por el mundo. Los charlatanes de toda la vida, como Jesse Jackson, ya no arrastraban a la juventud negra. El baluarte del progresismo mediático, el New York Times, lo mismo que el Washington Post, se pusieron a buscar un remedio social y político.

Hacían falta nuevos rostros y los medios proclamaron a Black Lives Matter como los campeones de la lucha contra el racismo y el terrorismo policial. Incluso algunos ayuntamientos, en un alarde radicalidad, redujeron los presupuestos públicos destinados a la represión, lo que favoreció a las empresas de seguridad privadas.

Los portavoces de Black Lives Matter fueron alzados al Olimpo, la Casa Blanca, donde fueron recibidos en varias ocasiones entre 2015 y 2016. Obama se deshizo en elogios hacia aquellas jóvenes que deberían comenzar un nuevo movimiento por los derechos civiles. Después de una guerra civil y 150 años de lucha por lo mismo, ¿aún no había derechos civiles en Estados Unidos?

En Estados Unidos la policía es como la Casa Real en España, inviolables, y Obama tenía muy palabras y nada más. Se opuso a acabar con la “inmunidad cualificada” de que gozan los policías, es decir, con la patente de corso.

En 2016 Hillary Clinton puso a las mujeres de Black Lives Matter a trabajar en su campaña electoral. Fracasó, pero el partido demócrata aprendió de la experiencia y los asesinatos continuaron, echando más leña al fuego. En mayo de 2020 el asesinato de George Floyd desencadenó las mayores protestas de la historia de Estados Unidos.

Definitivamente, el partido demócrata debía ponerse las pilas para contener una situación muy peligrosa porque los que salían a la calle no eran sólo los negros, sino una multitud de todos los colores. La protesta, que hasta entonces parecía racial, pasaba a la clase obrera y a los millones de trabajadores enviados al paro por los confinamientos y la crisis económica.

Tras la victoria de Biden en 2020, Black Lives Matter publica un comunicado oficial en el que declaraba que “los negros -especialmente las mujeres negras- salvaron a Estados Unidos” al votar por Biden.

Al mismo tiempo, salía a relucir la corrupción de las dirigentes del movimiento y sus verdaderos promotores: los grandes capitalistas ligados al partido demócrata. El Washington Post descubrió que, tras la muerte de Floyd, las empresas donaron 50 millones de dólares a varios colectivos de “lucha contra el racismo”. El 31 de enero la revista New York Magazine detalló la corrupción de las dirigentes de Black Lives Matter, algo que ya era un clamor en la calle y entre los verdaderos coletivos que luchan contra el racismo en Estados Unidos. La revista lo calificaba como una “mala gestión financiera”.

Las madres de los negros asesinados por la policía pidieron a Black Lives Matter que dejara de explotar las muertes de sus hijos para ganar dinero.

A comienzos del año pasado, por fin, la Fundación Black Lives Matter publicó sus cuentas. Había recaudado más de 90 millones de dólares en 2020, tuvo 8,4 millones de dólares de gastos de funcionamiento, distribuyó 21,7 millones de dólares en subvenciones a más de 30 colectivos y retuvo unos 60 millones de dólares.

El abril del año pasado el New York Post reveló que entre 2016 y 2021 Cullors y su esposa, dirigentes de Black Lives Matter habían comprado cuatro propiedades por valor de unos tres millones de dólares. Dos meses después Cullors dimitió como directora ejecutiva de la Fundación diciendo que quería centrarse en otros proyectos, incluido un acuerdo de producción con la Warner Bros.

Melina Abdullah, profesora de estudios panafricanos en la Universidad pública de California, en Los Ángeles, cofundadora de Black Lives Matter, ha protagonizado recientemente una campaña comercial “Beauty of Becoming” de la marca de pantalones vaqueros Levi’s.

La historia se repite. Black Lives Matter es un movimiento acabado. Sus propios patrocinadores, el partido demócrata, lo ha quemado y desacreditado. Los que se esforzaron, lucharon y pelearon, han quedado desmoralizados. Cuando un movimiento se quema, sus cenizas duran muchos años. Ese es el objetivo de los reformistas, los posmodernos, los progres y la nueva izquierda. Por eso a los oportunistas no se les debe criticar al final, cuando todo ha quedado ya claro, sino desde su mismo origen.

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