Nicolás Bianchi
Cuando un escritor produce sus textos, lo hace sobre la base de materiales heredados. No existe un «autor» exclusivo de su obra. El mito de la «creación» artística o literaria es un invento burgués con sus escatologías en forma de «inspiración», «talento», «genio», etc. Otra cosa es que el escritor parnasillo, alienado y aupado por meras e interesadas campañas comerciales, se crea esto. La noción de autoría absoluta del escritor con respecto a su obra se enraiza con la institución de la propiedad privada. Con la burguesía aparecen los derechos de autor (y ya no los mecenas semifeudales). El arte no puede existir sin, al menos, dos condicionantes históricos: 1) la existencia de un excedente social bastante como para mantener los gastos que supone su producción, y 2) la existencia de una ideología dominante que posibilite su producción diferencial. Obsecuentemente, toda obra de arte vive sobre la materialidad de una mercancía. En los marcos del canon social, toda obra de arte está destinada a la reproducción ideológica del sistema. Si no, serás un «maldito» y/o un intelectual comprometido, algo que nunca estuvo de moda… salvo cuando ya llevas cien años muerto y te «descubren» ex post.
Decía Malthus, entre otras cosas, que toda la economía burguesa gira en torno a la distinción entre trabajo productivo y trabajo improductivo. Adam Smith definía el primero como aquel que se cambia directamente por capital y el segundo como aquél que se cambia por renta. Marx ponía los ejemplos de un actor o un clown (payaso de circo) que, si trabajara para un patrón, su trabajo sería productivo, pues le entrega una cantidad mayor en trabajo de la que él recibe en forma de salario. En cambio, un sastre que viene a mi casa a repararme mis raídos pantalones no crea más que un valor de uso y sólo me detrae renta y no capital, o sea, es un trabajador improductivo, como un juez (un funcionario) o un diputado de las Cortes españolas. Desde el punto de vista del capital -y el capital no es otra cosa que una relación social, igual que el trabajo- no es productivo, pero sí muy necesario para el mantenimiento del tinglado, su tinglado. Productiva es la fuerza de trabajo asalariada. Por eso Marx se enfada con quienes se preguntan si reportan dinero el «oficio» de una prostituta o la enseñanza del latín. Y dice: «un escritor es un obrero productivo, no porque produzca ideas, sino porque enriquece a su editor. Es asalariado de un capitalista».
«El intelectual -decía Kautsky– no es un capitalista». Pero no se considera un rijoso obrero. Sus aspiraciones son otras: la gloria, el éxito, la fama, el dinero. Además, no admite -en teoría- intromisiones y menos «contaminarse» con causas obreras, populares y no digamos revolucionarias, eso queda para el zumbao de Willy Toledo o Pablo Hasel y otros «iluminados». No se «mojará» salvo para apuntalar el discurso dominante que dice que Fidel Castro -o Raúl– es un dictador y Venezuela una dictadura. Eso lo convierte en «demócrata» (de pacotilla) y lo exorciza contra el torremarfilismo ebúrneo.
Con su pan se lo coman o, como diría Willy, que les den…