Arabia saudí: una autocracia con los pies de barro

Cherif Abdedaim

Al hilo de estas semanas llegan de diversos lugares informaciones inquietantes sobre el juego, más claro que el agua, que lleva a cabo Arabia Saudita en la “revoluciones árabes”: apoyo financiero y militar a los rebeldes del Estado Islámico y otros grupos violentos, a los que por otra parte combatimos. Algunos los toman en serio y otros los ignoran; ¿cuál es la realidad sobre el papel y la función de este país en la escena internacional y de  Oriente Medio, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días?

Desde una tradicional diplomacia de conciliación, Riad galopa hacia una diplomacia del enfrentamiento. Este coloso, al que no le faltan recursos, ¿no está dando prueba de sus numerosas debilidades? “La debilidad de la fuerza es no creer mas que en la fuerza” (Paul Valéry). La “primavera árabe” constituye una demostración, y harán falta muchos años para disipar la ilusión de una potencia sin puntos débiles.

El tablero está muy lejos de ser tan idílico como aparenta. El 24 de febrero de 2015, el príncipe Salman sucede al rey Abdallah, y muchos factores contribuyen a la fragilidad de Arabia Saudita: rivalidades en el seno de la familia real, sospechas de corrupción en la cúspide, degradación de la situación de los derechos humanos, mortales peregrinaciones a la Meca (1.600 muertos, el 24 de septiembre de 2015); lugar de la mujer en la sociedad (pese al primer voto femenino en las elecciones municipales); atentados contra la minoría chiíta, pérdida de control de los procesos de radicalización…

Este marco tiene de fondo la disminución en los precios del crudo, que dificulta su capacidad de comprar la paz social y el desarrollo del país, y también su capacidad de injerencias en el exterior del reino. La austeridad está a la orden del día. Ante ese “Estado Islamista”, el dirigente del Estado Islámico llama a los ciudadanos a la sublevación. Washington toma conciencia de la carga de su alianza con las monarquías del Golfo. Barack Obama declara que las mayores amenazas para esas monarquías podrían venir no de Irán, sino de “la satisfacción en el seno de su propia país”.

Un príncipe saudí disidente avisa: “Nos acercamos al hundimiento del Estado y a la pérdida del poder”. El país se ve atrapado por las revoluciones en Túnez y Egipto. Desde 2011 renuncia a su estrategia de compromiso y adopta una estrategia de potencia; está a la cabeza de tres coaliciones militares: una ad-hoc, destinada a luchar contra los rebeldes hutíes en Yemen (operación “Tempestad decisiva”, febrero de 2015); otra de la Liga Árabe, para luchar contra los grupos terroristas (“mini-OTAN” de perfil poco claro, marzo de 2015); y una tercera, ad-hoc, formada por 34 países contra el Estado Islámico (coalición sunita, diciembre de 2015).

El país juega en la escena internacional tanto su papel de potencia aplicando obstáculos y divisiones (Irán, Siria…) como enfrentamientos (en el Yemen, que podría convertirse en su Vietnam; diez meses de guerra y 6.000 muertos). En resumen, un panorama poco halagüeño, y que anuncia el hundimiento de este gigante con pies de barro.

Fuente: http://www.lnr-dz.com/index.php?page=details&id=50515

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