El menú es exquisito y la carta la decora la hoz y un martillo junto al nombre del restaurante, “NKVD”, las siglas de la policía política de la antigua URSS.
A los camareros, que visten el uniforme militar soviético, no les falta el mejor humor: ¿NKVD? Son las iniciales en ruso de una frase que se traduce como “Cocina Popular de una Gran Potencia”, responde el camarero con sorna en las mismas narices de un retrato sonriente del gran Félix Dzerzhinski, el primer Comisario del Pueblo para Asuntos Internos, el peor martillo que ha aplastado las cabezas de los contrarrevolucionarios.
Es un típico restaurante del centro de Moscú con enormes muebles de madera, ensalada César por 400 rublos (6,4 dólares) y en la carta una recomendación: “entrantes estilo Stalin”.
Con su uniforme militar el camarero advierte a los comensales: la transformación del antiguo restaurante, “Tierra y mar” no ha hecho más que empezar. En el futuro habrá más símbolos soviéticos. Cuando le preguntan para qué tipo de público está pensado, responde seguro: “para todos”.
Aquí no hacemos publicidad, pero ahora vamos a hacer una excepción: en su próximo viaje a Moscú incluyan una visita al restaurante NKVD. Ni Argiñano, ni pulpo a feira, ni pa amb tomàquet, ni morcillas de Burgos, ni bacalao al pil-pil, ni gazpacho, ni bocadillo de calamares, ni migas de Murcia… ¡NKVD!
Los ucranianos tienen prohibida la entrada