Hace sólos unos días la conferencia electoral del partido demócrata tuvo que retirar una carta de varios congresistas llamando a negociar con Rusia. Todos se lanzaron como buitres en contra de los firmantes, desde los más reaccionarios hasta el “progre” gringo por excelencia: el senador Bernie Sanders.
Ahora es corriente propugnar las negociaciones con Rusia. El general Mark Milley, jefe del Estado Mayor Conjunto, ha encabezado la petición de iniciar las conversaciones.
En reuniones internas Milley ha sostenido que “los ucranianos han logrado casi todo lo que podían esperar razonablemente en el campo de batalla antes de que llegue el invierno y, por tanto, deberían intentar consolidar sus ganancias en la mesa de negociaciones”.
El general estadounidense no ha ocultado su posición. “Cuando haya una oportunidad de negociar, cuando se pueda alcanzar la paz, aprovéchenla”, dijo Milley la semana pasada.
Pero la Casa Blanca no comparte la opinión de Milley y el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, tampoco dice el New York Times. “Ha surgido un desacuerdo en los niveles más altos del gobierno estadounidense sobre si se debe presionar a Ucrania para que busque un final diplomático a su guerra con Rusia”.
El Secretario de Estado Antony Blinken es de la misma opinión que la Casa Blanca. Está en el otro extremo, lo que lleva a una situación en la que los militares de alto rango presionan por las negociaciones más que los diplomáticos. Los diplomáticos se oponen a la diplomacia.
La Casa Blanca no revelaría que el militar de mayor rango del país desafía su posición si estuviera solo. Las revelaciones de Milley son sólo la última de una serie de filtraciones que sugieren que en Washington las divisiones internas son de calado.