Hablar de seguridad laboral en India se puede considerar un oxímoron. Cada año en el país asiático pierden la vida unas 48.000 personas en sus puestos de trabajo. Es una media de más de 130 trabajadores muertos a diario (en España fallecieron 250 en los cinco primeros meses de este año, que se suman a los 618 de todo 2017). Son muertes que aparecen en la prensa local como un goteo diario, tan normalizado como desapercibido, que sólo se convierte en indignación pasajera cuando las cifras de víctimas mortales son lo suficientemente altas para trascender el teletipo de turno.
“Tenemos muy buenas leyes sobre seguridad laboral, el problema es que nunca se implementan”, asegura Kumar Neeraj Jha, ingeniero civil del Instituto Indio de Tecnología que ha estudiado a fondo los problemas de seguridad laboral en su país, sobre todo en la construcción. “Cuando ocurre un accidente mortal, el empleador evade sus responsabilidades, paga una pequeña compensación a los familiares y gestiona el asunto con las autoridades locales para que no vaya a más”. Numerosas empresas indias no invierten en seguridad porque les sale más rentable asumir el coste en indemnizaciones de un posible accidente antes que modernizar sus instalaciones.
Martes. Una explosión dentro de un barco que estaba siendo reparado en el astillero de Cochín ha dejado cinco empleados muertos y trece heridos. La empresa de mantenimiento naval anuncia que entregará un millón de rupias (12.500 euros) a los familiares de cada víctima.
Cuando se le comenta la terrible cifra anual de muertos a Apoorva Kaiwar, secretaria general para el sur de Asia de IndustriALL, contesta: “esos serán los registrados”. La responsable de esta red sindical afirma que, a menos que la defunción del obrero sea inmediata en el lugar de trabajo, el proceso de documentación se complica. “Si alguien resulta herido y muere a los 15 días en el hospital o en su casa, demostrar la conexión entre el accidente y la muerte se vuelve farragoso porque esa persona quedó registrada como herida. Otro problema es que cuando hablamos de muertes en el trabajo nos solemos referir a accidentes concretos, pero muchos fallecen tiempo después por enfermedades provocadas por el tipo de oficio que tenían”, dice Kaiwar, que menciona a mineros u operarios de fábricas químicas o cementeras. “Si mueres 20 años después por culpa de haber inhalado tóxicos en una planta industrial, nadie se responsabiliza”.
Las barrenderas y basureras de Bangalore llevan años denunciando que se les proporcione atención médica por las enfermedades cutáneas y los problemas respiratorios que sufren debido a su trabajo. Muchas de ellas, sin acceso a baños públicos durante su jornada, recurren de forma compulsiva al tabaco de mascar, que les quita la sed, para evitar la necesidad de ir a un retrete al que no pueden ir.
El mercado laboral indio es la informalidad absoluta, un eufemismo tras el que se esconde una precariedad abismal. Contratos verbales que duran un día, pagas minúsculas que se evaporan antes de llegar a casa, terceros contratistas que complican la asunción de responsabilidades, profesiones de riesgo que no cuentan con medidas de protección mínimas, trabajos inestables que mañana pueden tener la puerta cerrada.
A unas infraestructuras y unas herramientas de trabajo en un estado arcaico, se suma el “insuficiente” conocimiento que se imparte a los trabajadores para que sepan dominar su uso, para que no resulten heridos, para que no mueran. Un informe del Instituto para el Desarrollo Humano de Delhi de 2014 señalaba que menos del 30 por ciento de los trabajadores indios ha terminado la educación secundaria y que sólo uno de cada diez ha recibido alguna formación específica para desarrollar su trabajo.
“Se necesita una administración laboral más fuerte, esto es, más conciencia sobre la importancia de la seguridad laboral, más entrenamiento para que los empleados sepan usar la maquinaria, más inspecciones de trabajo y más personal que pueda llevar a cabo esas inspecciones”, afirma la responsable de IndustriALL. Según datos de la British Safety Council, una de las mayores organizaciones dedicadas a la seguridad laboral, en India hay sólo un inspector por cada 500 fábricas.
Jueves. Una trabajadora de 21 años muere después de que su cabeza y su mano quedaran atrapadas en una máquina en una fábrica textil de Tamil Nadu. Los sindicatos denuncian horarios excesivos, las malas condiciones de las instalaciones y el alto índice de suicidios en la industria de la confección del sur del país.
En India la división del trabajo históricamente ha estado ligada a la casta. Los miembros de una casta tienden a dedicarse al oficio que la tradición asignó a ese grupo. Se trata de una herencia naturalizada; contradecirla es símbolo de impureza, es salirse de un camino predestinado.
Esta idea se ha ido haciendo cada vez más difusa, especialmente en las últimas décadas. Hoy existen ocupaciones modernas libres de casta, como por ejemplo los teleoperadores. Sin embargo, hay jerarquías y discriminaciones que, aun estando prohibidas, se siguen practicando: los empleos peligrosos, desagradables, o los considerados impuros, se destinan a las castas oprimidas, mientras las castas superiores no conciben mancharse las manos. Ningún texto sagrado indica que los directores de periódico tengan que ser brahmanes, ni que los limpiadores de letrinas deban ser dalits (intocables), pero en el 90 por ciento de los casos esa regla se cumple.
Para rechazar esa herencia uno debe romper numerosas barreras. Demasiadas. La oposición familiar, la inercia del entorno, el peso de la tradición, la falta de estudios y la necesidad inmediata de tener ingresos. Al precio que sea. “La mayoría de trabajadores que mueren en accidentes laborales son precarios. Lo grave es que no pueden permitirse, o no creen que puedan, rechazar ese trabajo porque sea inseguro o peligroso”, afirma Apoorva Kaiwar.
“Esta imposibilidad es fruto de la desesperación”, asegura Kavita Krishnan, dirigente del Partido Comunista de India (PCI-ML), en su oficina al este de Delhi, mientras nos escucha un retrato de Marx y un busto del bengalí Charu Majumdar, fundador del partido. “En India hay mucho desempleo y la gente está desesperada por encontrar trabajo. Decirle a una persona hambrienta que no debería trabajar en un empleo inseguro o humillante es injusto porque, ¿qué debería hacer? Tiene que alimentar a su familia”.
En ese escenario de indefensión alzar la voz es despido asegurado. “Muchos trabajadores no son del todo conscientes de los riesgos que asumen o han normalizado los abusos laborales que sufren, y otros muchos sí son conscientes, pero el tema es cómo pueden usar esa conciencia”, explica Krishnan. “Se pueden afiliar a un sindicato, es un derecho reconocido en la ley, pero es uno de los derechos más violados, porque el castigo para los trabajadores que se pueden afiliar a un sindicato, es un derecho reconocido en la ley, pero es uno de los derechos más violados, porque el castigo para los trabajadores que se sindican es el despido con un pretexto u otro, es algo totalmente habitual”. El empleador sabe que detrás saldrán otros diez candidatos para ocupar ese puesto.
Porque las cantidades en India, un país de 1.300 millones de habitantes, siempre son de proporciones bíblicas. Su mercado laboral es de unos 470 millones de trabajadores. La mayoría de ellos opera en el sector informal que domina la economía. Cada año acceden a este mercado entre seis y doce millones más, según diferentes cálculos, por lo que uno de los mayores retos del país es dar respuesta a esa gran masa juvenil.
Viernes. 17 empleados mueren en el incendio de un almacén de petardos en una zona industrial a las afueras de Delhi. La policía ha detenido al propietario, que tenía licencia para fabricar otros productos de plástico.
Con una media de 38 accidentes mortales al día, la construcción es el sector más mortífero del país asiático. Uno de cada cuatro trabajadores indios fallece en una obra, ya sea electrocutado, por el desprendimiento de un muro o por caer desde gran altura. Una mano de obra dispuesta a todo. No es coraje, es supervivencia.
Gran parte de los obreros son migrantes que provienen de otros estados indios una vez han abandonado sus esperanzas en la agricultura. En las calles de Delhi se suelen ver grupos de hombres delgados, con caras de abatimiento, la ropa gastada, la piel curtida y una bolsa de herramientas, esperando de cuclillas sobre el asfalto a que llegue una camioneta que les lleve a una obra. Ellos levantan edificios por unas 500 rupias (seis euros) al día. Ellas hacen lo mismo por la mitad. Una discriminación extendida. “Llegan a la construcción como última opción laboral porque las condiciones son muy duras, y allí no son preparados adecuadamente porque el contratista sabe que estarán de forma temporal, no le interesa invertir en su entrenamiento y su seguridad”, afirma el profesor Neeraj Jha.
Tanto la forma en que está concebido el trabajo, sus pagos y su formación, como la conciencia (o su ausencia) sobre los riesgos laborales a los que uno mismo se enfrenta, están ligados a una percepción extremadamente diaria de las cosas, una manera de entender la vida, no sólo el empleo, muy habitual en este país, donde pensar en mañana se considera hacerlo a largo plazo. En India la supervivencia, en todos sus niveles, es diaria.
Domingo. Mueren 32 trabajadores y otro centenar resulta herido por la explosión de una caldera de vapor en una planta de energía térmica.
A pesar de la enormidad de las cifras citadas, la atención que recibe la seguridad laboral en India es eventual e individualizada, como si cada accidente fuese la excepción de una norma inamovible. Casos aislados. Aisladamente generalizados.
Un pequeño oasis se halla en el medio digital The Wire, que dedica su sección ‘The Life of Labour’ al mundo laboral, a sus condiciones, sus denuncias, sus movilizaciones. También a sus muertes. “Los principales medios de comunicación ignoran sistemáticamente estas noticias”, nos cuenta el equipo responsable de la sección, que asegura que, como en Europa, la información sobre huelgas y protestas es “superficial” y se suele centrar en cómo éstas afectan al resto de la población.
En India mueren al año más trabajadores limpiando alcantarillas que soldados combatiendo insurgentes en Cachemira. Pero el debate en la agenda pública y mediática es otro. “Se está ignorando la vida laboral de la gran mayoría de los habitantes. Los periódicos económicos tienen éxito ilustrando la victoria del capital sobre el trabajo, pero no se explica la relación entre ambos”, concluye el equipo de ‘The Life of Labour’.
Lunes. Amanece en Delhi. Hoy es el adolescente que recoge la basura quien te despierta llamando al timbre. Ducha. Café. Prensa local: “Una veintena de trabajadores ha perdido la vida después de que volcara el camión en el que viajaban de camino a su jornada laboral”.
https://www.elsaltodiario.com/salud-laboral/india-record-muertes-trabajo