Por el momento, según el acuerdo firmado, las fuerzas armadas de la República Popular China se comprometieron solamente a formar en China a miembros de los servicios de salud de las fuerzas armadas de la República Árabe Sirio. Pero todo el mundo intuye que este acuerdo puede ser la parte visible del iceberg dado el hecho que ya hace 4 años que la mitad de los médicos militares sirios se forman en China. Aunque se ignora lo que realmente se decidió durante la visita, la mera existencia de este acuerdo constituye un cambio de naturaleza estratégica.
En efecto, durante los últimos 5 años, la República Popular China se abstuvo de asumir cualquier forma de cooperación que pudiese ser interpretada en Washington como una ayuda de carácter militar. Y no sólo se abstuvo de toda entrega de armamento sino incluso de proveer a Siria algún tipo de equipamiento civil indispensable en el tipo de conflicto que enfrenta este último país, como el equipamiento capaz de detectar la existencia de túneles.
Independientemente de la enorme envergadura económica actual de Pekín, muchos recuerdan probablemente que, a inicios de 2012, Rusia había firmado con Siria un acuerdo similar, documento que ya prefiguraba la asistencia militar rusa iniciada 3 años y medio más tarde. ¿Será que China está preparando su propio despliegue?
Es muy probable que la respuesta dependa de la rapidez del despliegue estadounidense en el Mar de China y de las provocaciones de los aliados de Washington en la región.
En todo caso, el interés de China por Siria data de la Antigüedad y la Edad Media. La célebre Ruta de la Seda atravesaba el Asia Central y pasaba por Palmira y Damasco antes de bifurcar hacia Tiro y Antioquía. Exceptuando la pagoda representada en los mosaicos de la Gran Mezquita de los Omeyas, en Damasco, poco queda actualmente de aquella lejana cooperación comercial. Pero el presidente chino Xi Jinping ha convertido en principal objetivo de su mandato la recuperación de esa vía de comunicación y la creación de una segunda Ruta de la Seda a través de Siberia y Europa.
El otro gran interés de Pekín es la lucha contra el Partido Islámico de Turquestán, afiliado sucesivamente a al-Qaeda y al Emirato Islámico (Daesh). Hoy existe un barrio uigur [1] en Raqqa, ciudad siria actualmente bajo control del Emirato Islámico, y este último incluso publica un diario especialmente dirigido a los miembros de ese Partido.
Los miembros de ese grupo se vinculan con la Orden de los Naqchbandis, una congregación sufista en la que fue líder el ex Gran Muftí de Siria, Ahmad Kuftaru. En 1916, varias logias de esa orden se acercaron a la Hermandad Musulmana, bajo influencia de los servicios secretos anglosajones, la CIA y el MI6. Los Naqchbandis participaron así en la creación de la Liga Islámica Mundial, por parte de Arabia Saudita, en 1962.
En Irak, los Naqchbandis se organizaron alrededor de Izzat Ibrahim al-Duri y respaldaron el intento de golpe de Estado organizado en Siria por la Hermandad Musulmana, en 1982. En 2014, proveyeron 80 000 combatientes al Emirato Islámico. En Turquía, los Naqchbandis crearon la Milli Gorus, entre cuyos responsables se hallaba un tal Recep Tayyip Erdogan. Fueron también los Naqchbandis quienes organizaron, en los años 1990, los movimientos islamistas surgidos en el Cáucaso ruso y en la región de Xinjiang, en China.
Incluso más que los rusos, los chinos necesitan datos de inteligencia sobre ese movimiento y sobre la manera cómo Washington y Londres lo controlan. En 2001, los chinos creyeron, erróneamente, que los anglosajones habían cambiado después de los atentados del 11 de septiembre y que colaborarían entonces con la Organización de Cooperación de Shanghai en materia de lucha contra el terrorismo. Hoy en día, 15 años después, ya saben que Siria es un auténtico amigo de la paz.