El budismo penetró en Tíbet en el siglo VII de nuestra era. El príncipe Strong-tsan-gampo, artífice de la unidad del Tíbet, empleó la religión para unificar el país. Durante mucho el tiempo el budismo fue la religión de la cúpula feudal, mientras el pueblo practicaba los ritos chamanistas y de clan (religión bon o bon-po).
A partir del siglo IX el budismo se extendió en el pueblo bajo la forma mahayana. A comienzos del siglo X el partido antibudista apoyado en la vieja aristocracia feudal lanzó persecuciones contra los budistas, pero éstos asesinaron al rey Lang-darma. En el siglo XI el budismo venció definitivamente bajo la forma de una nueva corriente llamada tantrismo. Durante los siglos XI y XII se construyeron en Tíbet numerosos monasterios budistas con multitud de monjes llamados lamas. En 1271 Kublai Khan, fundador de la dinastía mongol de los Yuan (1270-1370), nombró al jefe de la secta budista más importante ministro de asuntos civiles y religiosos de Tíbet. La dinastía china de los Ming, que reinó de 1368 a 1644, protegió también la religión budista pero aplicó una política de fragmentación del país que la debilitaba. Surgió una corriente reformadora que impuso una severa disciplina monacal y la obligación de llevar ropa y gorros amarillos. Todo el poder se concentró en manos de dos jerarcas supremos: el Panchem-rimpoche y el Dalai-rimpoche (futuro Dalai Lama). Ambos fueron declarados encarnaciones de las deidades budistas mas veneradas.
Nominalmente la máxima autoridad eran los emperadores chinos que cobraban impuestos y nombraban funcionarios encargados de cobrarlos pero los jerarcas budistas ejercían mucha influencia. En 1639-1640 el khan mongol Gushi asesinó al príncipe local y transfirió todo el poder secular al Dalai Lama. Al comienzo de la dinastía manchú China restableció su soberanía sobre el Tíbet pero el poder real permaneció en manos del Dalai Lama y, sobre todo, de los lamas supremos que le rodeaban. En Tíbet se estableció una forma peculiar de régimen feudal en que los grandes señores (monjes y seglares) dominaban una masa de campesinos privados de derechos y el poder político era acaparado por los jerarcas budistas. En lo más alto de la jerarquía estaba el Panchem-Lama considerado padre espiritual del Dalai Lama que era quien tenía el poder temporal. Una autora china escribió que sólo 626 personas poseían el 93 por ciento de la tierra y la riqueza nacional y el 70 por ciento de los yakes en Tíbet. Entre ellos estaban los 333 cabezas de monasterios y autoridades religiosas y las 287 autoridades seculares (contando la nobleza y el ejército) y seis ministros del gabinete. La clase alta la formaban cerca del 2 por ciento de la población y el 3 por ciento eran sus agentes: capataces, administradores de sus fincas y comandantes de sus ejércitos privados. El 80 por ciento eran siervos, el 5 por ciento esclavos y 10 por ciento eran monjes pobres que trabajaban como peones para los abades y rezaban. A pesar de la supuesta regla lamaísta de no violencia, estos monjes eran azotados continuamente.
Hoy el actual Dalai Lama se presenta ante el mundo como un hombre sagrado a quien no le interesan las cosas materiales. La realidad es que fue el principal dueño de siervos del Tíbet. Según la ley era dueño de todo el país y de sus habitantes. En la práctica su familia disponía de 27 fincas, 36 prados, 6170 siervos y 102 esclavos domésticos.
Condiciones de vidas de las masas populares
La vida de los siervos tibetanos antes de 1949 era breve y durísima. Tanto los hombres como las mujeres trabajaban en las faenas más duras y en trabajos forzados, llamados “ulag” durante 16 ó 18 horas al día. Debían entregar a los dueños que no trabajaban el 70 por ciento de la cosecha. No podían usar los mismos asientos, palabras ni utensilios que los dueños. Los castigaban con latigazos si tocaban alguna cosa del propietario. No podían casarse ni salir de una finca sin permiso del amo. Los siervos y las mujeres eran considerados animales parlantes que no tenían derecho a mirar a la cara a los amos. El experto en Tíbet A. Tom Grunfeld relata que una hija de los dueños hacía que sus siervos la alzaran para subir y bajar las escaleras (4). A los esclavos los golpeaban, no les daban comida y los mataban a trabajar. En la capital Lasha se compraban y vendían niños.
La palabra mujer, “kimen”, significaba nacido inferior. Las mujeres tenían que rezar Que abandone este cuerpo femenino y renazca como varón. El budismo les impedía levantar los ojos más allá de la rodilla de un hombre. Era común quemar a las mujeres por ser brujas, a menudo porque practicaban los rituales de la religión “bon”. Dar a luz gemelos era prueba de que una mujer había copulado con un espíritu maligno y en las zonas rurales era frecuente que quemasen a la madre y a los gemelos recién nacidos. Un hombre adinerado podía tener muchas esposas y un noble con poca tierra tenía que compartir una mujer con sus hermanos.
El pueblo sufría constantemente de frío y hambre. Antes de la liberación no había en Tíbet ni electricidad, ni carreteras, ni hospitales ni casi escuelas. Muchos siervos enfermaban a causa de la desnutrición mientras algunos monasterios atesoraban riquezas y quemaban grandes cantidades de alimentos como ofrendas. La mayoría de los recién nacidos morían antes de cumplir un año. La mortalidad infantil era en 1950 del 43 por ciento. La viruela afectaba a una tercera parte de la población y en 1925 exterminó a 7.000 habitantes de Lasha. La lepra, la tuberculosis, el bocio, el tétanos, la ceguera, las enfermedades venéreas y las úlceras causaban gran mortalidad. La esperanza de vida en 1950 era de 35 años.
Las supersticiones extendidas por los monjes les hacían oponerse a los antibióticos. Les decían a los siervos que las enfermedades y la muerte se debían a los pecados y que la única manera de prevenir las enfermedades era rezar y pagar dinero a los monjes.
Los feudales mantenían al pueblo en la incultura más completa para mejor someterlo y lavarle el cerebro. En 1951 el 95 por ciento de la población era analfabeta. El lenguaje escrito solo servía para el culto religioso.
El sistema feudal impedía el desarrollo de las fuerzas productivas. No permitía el uso de arados de hierro, extraer carbón, pescar, cazar, ni hacer innovaciones sanitarias de ningún tipo. No había ni comunicaciones ni comercio ni ninguna industria por elemental que fuera. Mil años atrás, cuando se introdujo el budismo, se calcula que en Tíbet vivían diez millones de personas pero en 1950 sólo quedaban dos o tres millones.
¿Cómo llegó el socialismo a Tibet?
El Partido Comunista de China se planteó un problema en relación al Tíbet: el tremendo atraso y la dominación feudal hacía imposible el surgimiento de una rebelión de los siervos sin ayuda exterior. Pero era necesario intervenir en Tíbet antes de que se convirtiese en una plaza fuerte de la contrarrevolución desde la que las clases dominantes derrocadas de China, los feudales locales y el imperialismo pusiesen en peligro la joven República Popular. Los feudales lamaístas se habían mostrado complacientes con los colonialistas británicos que entraron en Lasha en 1904 desde la India y con el intento norteamericano de reconocer un Tíbet independiente en 1949 con un asiento en la ONU. La práctica confirmaría que al igual que en otros lugares, la clase dominante local se aliaría con las fuerzas imperialistas para combatir al enemigo común, la revolución socialista triunfante.
Los comunistas sabían que la revolución no se puede exportar a otro país con las bayonetas de un ejército ocupante y por eso actuaron con tacto y prudencia hasta crear las condiciones de un movimiento revolucionario bien arraigado en el seno de las masas populares tibetanas. El Ejército Popular de Liberación, ejército de obreros y campesinos revolucionarios forjado en 20 años de combates y dirigido por el Partido Comunista de China, avanzó hacia las llanuras tibetanas en octubre de 1950. En Chambo derrotó fácilmente al ejército enviado por los feudales tibetanos pero allí paró y les mandó un mensaje con una propuesta: si Tíbet se integraba en la República Popular de China, el gobierno de propietarios de siervos (llamado “kashag”) podría seguir gobernando durante un tiempo bajo la dirección del gobierno central popular. Los comunistas no abolirían las prácticas feudales ni tomarían medidas contra la religión hasta que el pueblo no apoyase los cambios revolucionarios. El Ejército Popular de Liberación protegería las fronteras para evitar una intervención imperialista. El gobierno feudal aceptó la propuesta y firmó el Acuerdo de 17 puntos que reconocía la soberanía china y se aplicaba en las zonas sometidas al “kashag” y no en otras zonas tibetanas donde vivía la mitad de la población. El 26 de octubre de 1951 el Ejército Popular de Liberación entró pacíficamente en Lasha bajo el mando del general Zhang Guojua.
La conspiración de la nobleza lamaísta
Lógicamente los feudales no acogieron con los brazos abiertos a los comunistas sino que empezaron a conspirar para intentar perpetuar su sistema de dominación. Hicieron lo posible por enemistar a sus siervos con el Ejército Popular de Liberación: difundieron rumores de que usaban sangre de niños tibetanos como combustible para sus camiones, les acusaban de matar perros por eliminar los perros rabiosos que aterrorizaban a la gente,… Ciertos monasterios se convirtieron en centros de la actividad secreta contrarrevolucionaria y en almacenes de armas que la CIA norteamericana enviaba desde la India. La CIA estableció un centro de entrenamiento de agentes tibetanos en el campo Hale de Montanas Rocosas en Colorado, por su gran altitud. También fueron entrenados mercenarios tibetanos en las bases estadounidenses de Guam y Okinawa. En total Estados Unidos entrenaron militarmente a 1.700 tibetanos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.
El Ejército Popular de Liberación tenía ordenes estrictas de respetar a la población, su cultura y sus creencias, incluso sus temores supersticiosos que no podían ser erradicados rápidamente. Los siervos se sorprendieron cuando fueron contratados por un sueldo para construir un camino que conectase Tíbet con las provincias centrales de China. Varios siervos jóvenes fueron animados para educarse en los Institutos para las Minorías Nacionales en las ciudades del este de China y aprender lectura, escritura y contabilidad. Empezaron a llegar mercancías que mejoraron la vida de la población como té y fósforos, se instalaron los primeros teléfonos, telégrafos, emisoras e imprentas y las primeras escuelas. En 1957 6.000 alumnos acudían a 79 escuelas primarias. Los equipos médicos empezaron a tratar y curar a la población, incluidos los nobles; la mentalidad empezó a cambiar.
Los terratenientes feudales vieron en peligro su poder y organizaron las primeras rebeliones armadas en 1956. En las zonas en las que no regía el acuerdo de 17 puntos, los comunistas animaban a los siervos a dejar de pagar alquiler a los monasterios y a los nobles, lo que exasperaba a éstos. En marzo de 1959 se produjo una rebelión en gran escala apoyada por la CIA, que envió sus agentes entrenados y lanzó cargamentos de municiones y subametralladoras desde aviones C-130 de la fuerza aérea norteamericana. Los monjes y sus agentes armados atacaron la guarnición del Ejército Popular de Liberación en Lasha. Los comunistas respondieron no sólo militarmente sino sobre todo políticamente: 1.000 estudiantes tibetanos volvieron rápidamente de los Institutos para las Minorías Nacionales para participar en una gran campaña de cambios revolucionarios.
La derrota del feudalismo en Tíbet
El gobierno del “kashag”, que había apoyado la rebelión, fue disuelto. En todas las regiones se crearon órganos de poder llamados Oficinas para reprimir la revuelta. El nuevo gobierno se llamo comité preparatorio para la región autónoma de Tíbet. Se abolió el “ulag”, el trabajo forzoso y la servidumbre. Los esclavos de los nobles fueron liberados. Los principales conspiradores fueron detenidos. La mujer fue liberada de la poligamia. Los siervos dejaron de pagar alquiler a los monasterios y la mitad de los mismos tuvieron que cerrar. Los nómadas de un aislado campamento llamado Pala se levantaron en armas con los partidarios del Dalai Lama. La periodista británica Sara Flounders escribe que millones de campesinos pobres se movilizaron a para expulsar a los antiguos terratenientes. Los antiguos siervos recibieron 20.000 escrituras de tierras y ganado, decoradas con banderas rojas y el retrato del presidente Mao.
Tras la derrota de la rebelión, el Dalai Lama número 14, llamado Tenzin Gyatso, huyó al exilio acompañado por 13.000 personas integrantes de la nobleza y el alto clero lamaísta, con muchos de sus esclavos, guardias armados y caravanas de mulas cargadas de riquezas. La CIA lo convirtió en un símbolo de la guerra contra la revolución socialista y el Partido Comunista. El Dalai Lama instaló en la ciudad india de Dharamsala un gobierno en el exilio. A partir de 1964 figura en la lista de los asalariados de la CIA, que le asignó una cantidad anual de 180.000 dólares en el cuadro de un programa para derribar los regímenes comunistas. Su gobierno recibió anualmente 1,7 millones de dólares. En los años noventa seguía recibiendo dinero de la CIA.
Desde entonces este reaccionario sigue teniendo un gran apoyo del lobby antichino norteamericano, de la industria de Hollywood, que produce películas de propaganda a su favor, de la Fundación Nacional para la Democracia (pantalla de la CIA), que financia el Fondo Tíbet, la radio Voz del Tíbet y la campaña internacional por el Tíbet. En 1987 fue recibido en la comisión de derechos humanos del Senado norteamericano. En agosto de 1999 el Departamento de Estado norteamericano organizó su visita a Nueva York.
Los sectores anticomunistas occidentales, como el juez español Garzón, denuncian públicamente a China por el supuesto genocidio cometido en Tíbet desde 1959. Este genocidio aparece en la propaganda antichina pero nadie ha ofrecido la menor prueba. Tales sectores son los que contribuyen a que le sea concedido en 1989 el premio Nóbel de la paz, que ya poseen conocidos criminales de guerra como Henry Kissinger, Menahem Beguin y Simon Peres.
Aunque el budismo prohíbe matar y toda forma de violencia, el actual Dalai Lama ha apoyado con entusiasmo la guerra de la OTAN contra Yugoslavia de 1999. En ese año se declaró en Santiago de Chile a favor de no perseguir al criminal Augusto Pinochet.
Está perfectamente ubicado en un campo: el de los explotadores y enemigos del pueblo. Aunque goza de una aureola de santidad y es considerado un dios, no es más que un instrumento eficaz de la contrarrevolución y el imperialismo. Para ser aceptado por sus aliados ha reformado algunas de las tradiciones más horribles y ha adoptado el discurso cínico de los derechos humanos, las autoridades títeres irakíes y otros lacayos de los norteamericanos. Pero el sistema político que representa es una dictadura religiosa en la que no existen derechos políticos para las mujeres ni para nadie que cuestione su autoridad. Por ejemplo, la secta tíbetana de los “shugden” formada por cien mil personas exiliadas en la India que no reconocen dicha autoridad, son sistemáticamente marginadas y perseguidas. Muchos occidentales angustiados y desestabilizados por la sociedad burguesa se sienten ilusamente atraídos por el misticismo lamaísta, lo que redunda en beneficio de los buenos negocios de los tibetanos.
Las autoridades chinas le ofrecen abrir el diálogo a cambio de que él reconozca la pertenencia de Tíbet a la República Popular de China.
Tíbet hoy
En 1980 el secretario general del Partido Comunista de China Hu Yaobang visitó Lasha. En septiembre de 1987 se produjo una insurrección de monjes nacionalistas en la capital tibetana, que asaltaron una comisaría de policía. En 1988 hubo otros estallidos. En la primavera de 1989, en el contexto de un movimiento contrarrevolucionario en toda China apoyado por los imperialistas, se produjo una nueva rebelión en Lasha que condujo a detenciones y a la proclamación de la ley marcial. En 1996 y 1997 estallaron bombas en Lasha. La tragedia que han conocido los pueblos de la antigua URSS, a los que la contrarrevolución capitalista arrebató todas sus conquistas y que han sufrido devastadoras guerras civiles (recordemos las guerras de Chechenia, Moldavia, Georgia, Nagorno-Karabaj…), se pudo evitar en China.
La acusación de que la República Popular de China obliga a la población a restringir su crecimiento demográfico es negada por los dos antropólogos norteamericanos que hemos citado y que realizaron investigaciones en Tíbet en 1985 y 1988 bajo los auspicios de National Geographic. Las mujeres tibetanas no están limitadas a tener un único hijo, como es el caso para la mayoría del pueblo chino.
Tíbet es hoy una Región autónoma del Oeste de la República Popular de China que, como toda la parte occidental del país, tiene un menor desarrollo económico y social en comparación con las provincias de la costa este. El 15 por ciento de la población es pobre pero sólo tres comarcas de la región pertenecen a las 63 más pobres de la República Popular de China. Un Fondo para el Alivio de la Pobreza en Tíbet desarrolla programas anti-pobreza. El gobierno está impulsando el desarrollo capitalista también en dicha región. En 1967 funcionaban en todo Tíbet 67 fábricas y en 1975 250 empresas que producían bienes de consumo básicos: ollas a presión, herramientas, pequeñas plantas eléctricas… En 1993 había 41.830 pequeños negocios. En Lasha funcionan hoy varias fabricas (de cerámica, cemento y cerveza) y numerosos talleres (textiles, muebles, alfombras…). Ahora mismo se construye la vía férrea más alta del mundo que permitirá terminar con el tradicional aislamiento. Hasta el 2020 se prevé incrementar la producción eléctrica tres veces y la industrial 14 veces. Internet permite conectar con el mundo a los habitantes de los valles más apartados, ubicados a 4.500 metros de altura. Los militantes tibetanos del Partido Comunista son promocionados. El 80 por ciento de los cuadros dirigentes son tibetanos y la lengua y cultura tibetana disfruta de protección especial. También se ha impulsado el turismo como fuente de ingresos. Los campesinos tibetanos, liberados de la servidumbre feudal, desarrollan en régimen de contrato familiar, las parcelas de terreno donde explotan agricultura y ganadería.
El Partido Comunista considera, con razón evidente, que el poder religioso debe someterse al poder político y no ser un ariete de la contrarrevolución y la guerra civil, como ha ocurrido en los antiguos países socialistas de los Balcanes, Polonia, el Cáucaso, Afganistán y el centro de Asia. Es por eso que la religión lamaísta es autorizada y respetada, siempre que no se convierta en un foco organizado de lucha contra el sistema político.
En 1999 había 2.632 médicos, 95 hospitales municipales y 770 clínicas. La mortalidad infantil era en 1998 del tres por ciento. La esperanza de vida es de 65 años. Hay un trabajador sanitario por cada 200 habitantes. En 1997 se inauguró un hospital moderno en Lasha. La escolarización de los niños llega al 82 por ciento, y se hace en chino y tibetano. Ciudadanos chinos de la nacionalidad mayoritaria se han instalado en las ciudades de Tíbet y tibetanos emigran a las zonas más desarrolladas en búsqueda de un mayor bienestar económico. Pero el Tíbet no está invadido por dos millones de colonos “han”, como dice la propaganda. Según un censo de octubre de 1995, Tíbet tenía 2.389.000 habitantes de los que sólo el 3,3 por ciento era de origen “han”, menos que en 1990, que era el 3,7 por ciento. En 1949 había un 1 por ciento de “han”. Según un informe del servicio de investigación del Congreso norteamericano la población “han” en Tíbet era en 1989 del 5 por ciento.
Un juez bandera, como el juez español Garzón, no pueden condenar sin pruebas. ¿Será que el pobrecito se informó también él por las TV-s? si así fuese, por favor, excusadlo y no lo consideréis ni remotamente como otro facha más.
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Y no puedo coincidir con vosotros: a Henry Kissinger, Menahem Beguin y Simón Peres yo no los puedo considerar como criminales de guerra, sino como sumos benefactores de la humanidad, en su labor de destruir para después construir de nuevo y así proporcionarles pleno empleo a los sobrevivientes de sus guerras y bombardeos y a la ciudadanía subsiguiente mejores entornos urbanísticos.
– Además: Si la gente lo que quiere es trabajo y ellos se lo proporcionan, tanto durante sus labores pro-bélicas como fabricantes de armas de alta tecnología, como en sus acciones bélicas por buenos soldados y sus mandos y a posteriori como ciudadanos currantes en el marco de la subsiguiente paz y reconstrucción, para mí que todo va a la perfección; que el mundo es perfecto tal y como está y que lo que se debe es contemplarlo cual si fuésemos dioses olímpicos para nuestro regocijo. Gracias por aportarme contenidos para mis estados contemplativos sin la necesidad de mediación de TV alguna. Muchas gracias, porque no tengo ni siquiera una puta TV analógica de aquellas de blanco y negro y fijaros que actualmente las hay de plasma con una calidad de visión impresionante. ¡Pero bueno…! habiendo un poco de imaginación esa carencia queda suficientemente subsanada. Así que muchas gracias.
Yo no le doy mucha credibilidad a lo que leí mis informaciónes difieren bastante, sobretodo referido a la bondad del ccp.