revista Time (29 de julio de 1991) fue «el banco más sucio del mundo». Lo
fundó Agha Hasan Abedi, un chiíta, en Pakistán en 1972. Abedi había
nacido en India y reunió una gran fortuna con la especulación antes de
que su primer banco fuera nacionalizado por el presidente pakistaní Alí
Bhutto.
Su segundo banco lo creó con un afán político: iba a guardar los
depósitos de los chiítas, muchos de los cuales, por razones ideológicas,
se niegan a dejar su dinero a las instituciones financieras de los
imperialistas occidentales.
Enemigo de Bhutto, Abedi era íntimo amigo del siniestro general Zia
ul-Haq que gobernó pakistán después de dar un golpe de Estado en 1977 y ahorcar a Alí Bhutto. Si Abedi quería un banco islámico, el general
ul-Haq quería un Estado islámico.
Aunque Abedi tenía mucho dinero, necesitaba mucho más, y como nunca
dependió de ningún banco central, cayó pronto en manos de tres grandes
familias: los Gokal de Pakistán, los Ben Mahfuz de Arabia saudí y los
Geith Pharaon de Abu Dhabi. Ante la permanente falta de liquidez del
banco, estos tres jeques del petróleo ponían dinero a cambio de
acciones, lo cual alteró un poco la religión del banco: del chiísmo se
convirtió al sunismo en su peor versión, la wahabita.
La necesidad de liquidez procedió, en primer lugar, de la ampliación
internacional del negocio a países tan exóticos como Luxemburgo o las
Islas Caimán, donde se registró como ICIC (International Credit &
Investment Company), el mismo nombre con el que abrió una sucursal en
Karachi dirigida por el hijo del general ul-Haq.
Cuando un banco necesita liquidez, dinero en efectivo, se convierte en
una lavadora: pinta de blanco el dinero negro. Para ello admite
depósitos procedentes del tráfico de drogas, del tráfico de armas, de la
prostitución y de la delincuencia. Es lo más barato porque es gratis.
Una de las fuentes de blanqueo de los bancos son las gigantescas
fortunas, que convierten en depósitos. Ese fue el papel que cumplió el
BCCI con los ahorros del general Noriega, un tipo que no era chiíta
precisamente, y cuyos dólares procedían, a su vez, del tráfico de
drogas.
Como se trata del crimen, del verdadero y auténtico crimen organizado,
este tipo de bancos, lo mismo que los paraísos fiscales, son un imán
para los espías y policías del mundo entero. No sólo meten las narices
en ellos sino que hacen algo más fácil aún: los crean.
Así ocurrió con el BCCI. Cuando en 1979 el ejército soviético se
despliega en Afganistán, el dinero de la CIA, de Arabia saudí y de
Pakistán con destino a los talibanes y Al-Qaeda pasa por el BCCI y,
sobre todo, por su sucursal en Karachi. Es dinero fresco, es mucho y se
renueva durante mucho tiempo.
Los jeques no tardaron en darse cuenta de que la CIA les estaba dejando
solos, de manera que pidieron un compromiso mayor por parte de los
imperialistas, lo que explica la entrada en el accionariado del Bank of
America, que obtiene casi una tercera parte del capital del BCCI.
Posteriormente el director ejecutivo del Bank of America, Roy P. M.
Carlson, se unió a Safeer, una empresa de consultoría de Teherán fundada
por el antiguo director de la CIA y embajador de Estados Unidos en
Irán, Richard Helms.
Carlson también se convirtió en presidente del Banco Nacional de
Georgia, que tenía problemas y que fue comprado en secreto por el BCCI
con la ayuda de Ghaith Pharaon que, a su vez, en 1976, recompró la
participación del Bank of America en el BCCI. Todo volvió a quedar en
casa, muy cerca del Golfo.
El Banco Nacional de Georgia era cliente de Kissinger Associates que, a
su vez, también era consejero de la Banca Nazionale di Lavoro a través
de la cual se financiaban las armas destinadas a Saddam Hussein durante
la guerra con Irak. El socio de Helms en Safeer, el magnate iraní de
negocios Rahim Irvani, controlaba el Melli Group del que Carlson era
presidente. Irvani fundó una empresa off-shore para ocultar que el BCCI
recompró el banco de Clark Clifford, que había sido jefe del Pentágono:
el First American Bank.
El BCCI no fue más que una de tantas burbujas de los ochenta, santo y
seña de la Escuela de Chicago, de esos que en las Facultades de Economía
de todo el mundo predican «más mercado y menos Estado». Lenin diría que
se trataba de un ejemplo de la descomposición del capitalismo
financiero. Todo era de papel. No había préstamos, no había economía
productiva. El banco vivía de apuntes contables. Las armas se cambiaban
por drogas, por lo que ambas cosas eran imprescindibles: muchas drogas y
muchas guerras. Era el modelo económico Afganistán, el no va más del
«neoliberalismo» de los ochenta. Dependía de que la guerra no se acabara
nunca, no sólo la de Afganistán sino otras, como la que enfrentó a Irán
con Irak, a los sandinistas con la contra…
Los banqueros eran mitad contables, mitad espías, mitad de traficantes.
Dos directores de la CIA, Richard Helms y William Casey, «trabajaron» en
el banco, lo mismo que Adnan Khashoggi, traficante de armas y vecino de
Marbella, lo mismo que Manucher Ghobanifar, uno de los nombres del
Irangate…
La lista se puede alargar tanto como uno quiera, sobre todo si ponemos a
la filial del BCCI en las Islas Caimán (ICIC), en relación con el Banco
de América Central, creado por Wells Fargo. Todo les fue muy bien hasta
que llega el Estado, o mejor aún, el cambio de Estado: hasta que en
1979 la revolución nicaragüense les estropeó el negocio los banqueros
estuvieron estrechamente relacionados con los Somoza, con la exportación
de azúcar de caña y con el cártel de Medellín.
Aquel fatídico 1979 fue un mal año para los negocios del imperialismo:
sandinistas en Managua, chiítas en Teherán y soviéticos en Kabul.
Uno de los consejeros de las operaciones americanas del BCCI era Jack
Stephens que, simultáneamente, era consejero y accionista de Harken, la
empresa petrolera de la familia Bush, primero director de la CIA y luego
primer presidente con dinastía propia en la Casa Blanca.
Todo se empezó a desmoronar como un castillo de naipes cuando en 1989
los soviéticos abandonaron Afganistán, que es tanto como decir que el
diluvio de dinero se detuvo, la policía encarceló a dos miembros de la
filial del BCCI en Tampa (Florida) acusados de tráfico de drogas y,
finalmente, Estados Unidos invadió Panamá para detener a Noriega.
Una vez cumplida su función, en 1991 Estado Unidos clausuró el banco más
sucio de una manera sucia que es típica del capitalismo financiero:
atrapando los depósitos pertenecientes a pequeños y grandes depositantes
como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y varios bancos
centrales del Tercer Mundo, como los de Pakistán, Zambia, Senegal y
Nigeria. Si el banco fue un fraude, su cierre fue otro aún mayor,
posiblemente el más gigantesco de la historia. Lo había escrito Marx en
un lenguaje bíblico: «los expropiadores serán expropiados».
El fiscal de Manhattan que investigó las actividades del BCCI dijo a la
revista Time: «Desde el inicio de nuestra investigación, en marzo de
1990 no recibimos ninguna ayuda del Ministerio de Justicia. En realidad,
interfieren con nuestra investigación y aleccionan a los testigos para
que no cooperen con nosotros». También ahí había mucho que tapar.