En Alemania y, por lo tanto en Europa, hay dos posiciones acerca de China. Unos lo ven como un problema y otros como una solución. Algunos, como el futuro canciller Friedrich Merz, temen acercarse demasiado a China. Son antichinos.
Otros, como la patronal y los sindicatos, son prochinos. Para ellos el país asiático es la solución. “En Alemania tenemos fabricantes americanos desde hace mucho tiempo. ¿No serían bienvenidos también los chinos?”, dijo recientemente Jürgen Kerner del sindicato IG Metall.
La dirección de Volkswagen está en esta segunda línea: China puede enjuagar la crisis de superproducción europea y, más en concreto, de la industria del automóvil. El 20 de diciembre la empresa anunció 35.000 recortes de plantilla en Alemania, cierres de fábricas y la posible venta de su planta de Osnabrück para ahorrarse 4.000 millones de euros.
Sin embargo, detrás del plan de cierres hay otro más rebuscado: abrirse a la inversión china para garantizar la supervivencia de sus fábricas. El plan de colaboración con China no es nueva, pero está adquiriendo un tono más urgente para Volkswagen. El monopolio busca rentabilizar sus fábricas infrautilizadas y ve a los inversores chinos como una solución. Según el Financial Times, ya hay acuerdos con un fabricante de automóviles chino para fabricar en suelo europeo.
Según el director general de Audi, Gernot Döllner, esta colaboración podría permitir eludir los aranceles aduaneros impuestos a las empresas chinas en Europa.
En el centro de las negociaciones se encuentran dos centros de producción alemanes: Osnabrück y Dresde. La planta de Dresde, donde se fabrica el Volkswagen ID.3, no tiene garantías de seguir abierta más allá de finales de este año. Osnabrück, que actualmente ensambla el descapotable T-Roc, solo tiene horizonte hasta 2027.
Históricamente Volkswagen ha prosperado en China, generando hasta la mitad de sus ganancias en aquel mercado. Hoy la situación ha cambiado. El año pasado las ventas del grupo alemán cayeron allí un 10 por cien porque los fabricantes locales se están quedando con el mercado, sobre todo en el sector de los coches eléctricos.
Volkswagen tiene fuertes vínculos con varios monopolios chinos. Su socio histórico es SAIC que controla la marca MG. Otro actor clave con el que Audi colabora en modelos eléctricos es FAW y Xpeng es una empresa emergente china en la que Volkswagen ha invertido para intentar recuperar su retraso tecnológico.
La estrategia de la empresa alemana consiste en atraer a los socios chinos a Alemania para rentabilizar su infraestructura, garantizando al mismo tiempo un mínimo de producción local.
Si bien esta estrategia ayudaría a preservar empleos y evitar el cierre de fábricas, plantea varias preguntas. Alemania ha rechazado anteriormente adquisiciones chinas en sectores estratégicos, como la compra de la empresa de robótica Kuka en 2016.
Frente a una China cada vez más potente en el mercado automovilístico, Volkswagen corre el riesgo de acelerar la influencia de Pekín en Europa.