El Caso Pegasus, el programa israelí de espionaje, ha puesto sobre la mesa el papel de la informática en la guerra moderna. Como en cualquier sistema de clases sociales, unos vigilan y otros son vigilados, y los primeros se esfuerzan por aparentar que es al revés: que son víctimas de la vigilancia.
Los primeros cálculos indican que al menos 50.000 personas ha estado sometidas a vigilancia con el programa Pegasus, repartidas entre 11 países: Arabia saudí, Azerbaián, Bahrein, Emiratos Árabes Unidos, Hungría, India, Kazajstán, Marruecos, México, Ruanda y Togo.
Son muchos los que han quedado con el culo al aire, sobre todo Marruecos, que aparece como un vulgar recadero de los sionistas, lo cual es ampliamente conocido. Por lo tanto, no hace falta recordar que NSO, la empresa israelí que comercializa Pegasus, no es más que una pantalla del ejército sionista.
Hasta donde sabemos ahora, la víctima propiciatoria de Pegasus ha sido Argelia: las gigantescas movilizaciones de masas han sido impulsadas gracias a Pegasus, es decir, a Israel y a Marruecos que controlaba unos 10.000 móviles, de los que el 60 por ciento corresponden a residentes argelinos.
Tenía razón Ammar Belhimer, ministro argelino de Comunicaciones, que lo repitió mil veces en medio de las burlas de la prensa imperialista: las movilizaciomes argelinas eran una operación de desestabilización procedente del “extranjero”.
Una organización típicamente intoxicadora, como Reporteros Sin Fronteras, ha tenido que saltar al ruedo para tratar de enmierdar el asunto dándole una vuelta de 180 grados para decir que era Argelia quien había comprado el programa Pegasus a Israel para vigilar a la población.
Desde el inicio de la “hirak”, los canallas de Reporteros Sin Fronteras no han descansado ni un minuto en lanzar todo tipo de acusaciones contra el gobierno argelino; algunas de ellas incluso eran ciertas.
Pues bien, la campaña de intoxicación culminó con la vuelta de la tortilla: Argelia también había recurrido a Pegasus, según escribieron al alimón Reporteros Sin Fronteras y su corresponsal en Argel, Jaled Drareni, que también es uno de los cabecillas de la “hirak”.
La semana pasada el embajador argelino en París puso una querella por difamación contra Reporteros Sin Fronteras.