El recorrido: Miguel hace el camino con otros 10 niños de un internado hasta Almería. Posteriormente terminará en Barcelona y finalmente en el exilio. Regresa a Málaga en el 39, terminada la guerra.
Su historia: El comienzo de la guerra sorprende a Miguel en un internado en Torremolinos. La muerte de su padre en un accidente en 1931 deja en una situación muy precaria a su madre, que debe sacar adelante a siete hijos.
Dos semanas antes de la ocupación de la capital por los nacionales, los responsables del internado deciden evacuar a los niños hasta una casa en Nerja. Sin embargo, la caída de los frentes republicanos convence a los superiores del centro de que ha llegado la hora de marchar.
“Eran las 10 o las 11 de la mañana y cada uno con su bultito con su ropa hecho un paquetito. Estábamos todos allí esperando a los autobuses para llevarnos, cuando se presentaron los aviones. Todo el mundo salió corriendo. Cuando se volvió al sitio, estaban incendiados los paquetes porque habían tirado bombas incendiarias”. Del grupo de 80 niños, Miguel sólo consigue reencontrarse con otros nueve. Juntos deciden seguir a la multitud que avanza hasta Almería. “¿Los nombres de los niños? Pues, sí, algunos recuerdo. Uno era Antonio Rodríguez Cantarero, su hermano Manolo Rodríguez Cantarero, Antonio Barbas Campos, Antonio Solamo García. El que más tenía 12 o 13 años, yo era el más pequeño que tenía 10”.
Los niños avanzan asustados, pegados unos a otro. La caravana prosigue su huida y nadie repara en ellos. “Andábamos sobre todo de día. De noche nos tumbábamos en las cunetas y cuando venían los aviones nos tirábamos al suelo. Íbamos descalzos, sin alpargatas y nos atábamos trapos en los pies”. Para subsistir, los pequeños se adentran en los cultivos o no dudan en comer los restos que dejan los demás. “Íbamos andando y comiendo caña de azúcar y lo que cogíamos por el camino. Inclusive yo recuerdo haber comido cáscara de haba pisoteada”.
Miguel tiene grabada una imagen que refieren otros supervivientes de la huida. “Yo vi, yo vi a una mujer al lado de la carretera, en un terraplencito, una mujer muerta y un niño de pecho mamándole, eso lo vi yo”.
Los niños no se atreven a cruzar el río Guadalfeo, que va muy crecido y en el que pierden la vida centenares de personas. “El río llevaba mucha agua. Habían hundido el puente o algo así y tuvimos que ir unos pocos kilómetros hacia arriba para ir a parar el mismo sitio al otro lado porque no había forma de cruzar. Tuvimos que andar el camino dos veces”.
Ya en Adra, aparecen las primeras camionetas recogiendo a gente. Miguel recuerda una ambulancia que subía a los refugiados que se encontraban en peores condiciones, pero no puede precisar si es la del médico canadiense Norman Bethune.
El Socorro Rojo Internacional les acoge cuando llegan a Almería. “Allí nos dieron de comer, nunca se me ha olvidado que nos dieron patatas con carne y nos prepararon y nos montaron en trenes al día siguiente para ir a parar a Barcelona”. En la Ciudad Condal, aún bajo poder republicano, permanece Miguel hasta febrero de 1939, cuando se produce la caída de Cataluña. Es entonces cuando, de nuevo, debe emprender otro éxodo, pero esta vez se trata de cruzar la frontera francesa. “También salimos andando, íbamos seis niños, entre ellos, dos hermanos de Madrid, Pablo y Benito Gómez Zorrilla. Pasamos mucha fatiga y mucha hambre. Fue parecido a lo de la carretera de Almería”.
Con apenas 12 años, Miguel Escalona termina en un campo de concentración en Angulème. Pero un día recibe una noticia. Una familia francesa quiere acoger a un niño español. “Francisco, que era el intérprete que había en la oficina, dijo mi nombre y salió corriendo. Había un coche en la puerta y me dijo: ‘Chico, ¿te quieres marchar con esta familia? Y yo dije: ‘Ahora mismo’. Miguel sólo tiene palabras de agradecimiento para sus padres de acogida, que lo trataron “como un hijo más”. Sin embargo, terminada la guerra decide volver a Málaga. “Me acordaba mucho de mi familia y mi madre me decía en las cartas que no me fuera, yo no me figuraba lo que era esto”. En su regreso a Torremolinos, descubre que su familia ha sufrido represalias y que a su madre y a sus hermanas les habían obligado a beber aceite de ricino y las habían rapado. “En Torremolinos habían matado a muchísima gente”, concluye.
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