En su casa de Roma, Ugo Cassini, máximo responsable del secreto Hospital Militar de Celio y de los laboratorios ocultos de Mussolini entre 1939 y 1942, que hemos mencionado confesó que el Ejército italiano había llevado a cabo ese ambicioso y macabro programa de armas químicas y bacteriológicas, y que durante la guerra civil española había lanzado esporas del virus del tétano contra la combatientes y civiles republicanos.
En su declaración, el profesor no facilitaba detalles ni indicaciones precisas de lugar o fecha de las campañas de Franco. Pero su relato señala que las bacterias se “extendieron sobre el terreno para intentar contagiar el tétano al enemigo”, y añade que cree que “los resultados fueron bastante alentadores -encouraging-, pero admite que no tenía “un conocimiento numérico” sobre el tema. No hay cifras, pero los casos eran muy frecuentes.
Sí afirma que había grupos especiales de las tropas italianas expedicionarias encargados de ese tipo de misiones que eran “inmunizados contra el tétano, la difteria y el tifus” antes de salir para España. Y que en España no era normal inyectar a los chicos contra el tétanos hasta bastante después. El tétanos, dice De Feo, fue uno de los primeros virus explotado con fines bélicos en España. Gran parte de los experimentos realizados en esos años partieron de ese microorganismo.
El autor de “Venenos de Estado” apunta que “las ojivas llenas de esporas debieron ser lanzadas por medio de aviones o de artillería ligera”. Y recuerda que en la zona republicana el tétano llegó a representar una verdadera emergencia. “Hubo incluso recogida de fondos por medio de sindicatos, organizaciones humanitarias y religiosas en Irlanda y Francia para comprar sueros protectores y material médico(vacunas) que era muy escaso o inexistente en los parapetos republicanos españoles”.
Aparte de citar el bacilo utilizado, Ugo Cassini aportó otros datos desconocidos hasta ahora. Habló de “esporas mezcladas con glass particle”, partículas de cristal: un método utilizado todavía hoy, señala Gianluca De Feo, “para alargar la vida de gérmenes y vacunas, que es la aproximación ideal para fabricar una bomba bacteriológica experimental”. El testimonio de Ugo Cassini confirma el primer acto de guerra bacteriológica registrado nunca en Europa, y suma puntos tanto a la barbarie insaciable de Mussolini y Franco como al carácter de laboratorio y campo de pruebas del conflicto bélico español.
Según dice De Feo, la idea de los dictadores era “plagar las poblaciones de las ciudades enemigas o en el frente de batalla con pestilencias de todo tipo, ántrax, tifus, peste amarilla, aviaria y otras enfermedades como la peste bubónica, nebulizando ratas y pájaros, o la brucelosis humana, no mortal pero fácilmente trasmisible por los animales, o el bacilo de Whitmore, de elevada virulencia, fácil de cultivar y altísima mortalidad humana; igualmente varias formas de antivirus difíciles de producir en gran cantidad como la fiebre de los papagayos, el afta epizoótica o el tifus, que es factible de esparcir a través de parásitos lanzándolo desde aviones o extendiendolo con saboteadores como en Abisinia.
Los soldado japoneses de Hiro Hito utilizaron gas mostaza y varios otros en 1938 durante la invasión de China. En Manchuria establecieron un centro de experimentacón con cobayas humanos con inventos bacteriologicos desde 1931.
En 1933 el equipo científico dirigido por el Dr Shiro Ishi uitlizaba seres humanos, presumiblemente prisineros de guerra hechos por tropas del Emperador Hiro Hito. El grupo de investigacion fue bautizado como Unidad 731 y se calcula que se contabiizaron como víctimas mortales entre 4.000 y 6.000 cobayas humanos no voluntarios. Se dice que se hacían explotar cerca del cuerpo del paciente “bombas de gangrena” que contenían bacilos diversos. Se les protegía la cabeza para evitar que la exlosión misma les matara. La unidad experimentó con prisioneros chinos y aliados sacados de los campos de prisioneros japoneses. Los bacilos tenían en general características que hacían fácil su conservación y el empleo y, además, era mimético: la enfermedad podía ser atribuida a heridas de guerra que a menudo sufren los combatientes de modo natural y no es fácil detectar lo contrario”, apunta De Feo.
En un artículo de la revista “Monde Diplomatique” de julio 1999, Stephen Endicott y Edward Hagerman nos condujeron sobre la pista de la biología utilizada con fines militares durante la guerra de Corea. Sus autores cuentan que desde octubre de1950, tras la entrada de tropas chinas en ese conflicto, que duró de 1950 a 1953, se temió a la extensión de la lucha a otros continentes. El Secretario de estado norteamericano para la Defensa, Georges Marshall, dio luz verde para un programa de investigación de la ciencia bacteriológica.
Retrocediendo en el relato en 1944, el coronel Morselli —el Dr. Germen— preso de los aliados en Italia, no quería colaborar con ellos y negó rotundamente ante los científicos que le interrogaban que se hubiera usado el tétano en España y consideró todas las afirmaciones de su jefe Ugo Cassini como “ridículas”. Tenía sus razones, explica De Feo: “El Doctor Germen no era ningún ingenuo; se había separado de los fascistas a finales del 43 y se había sumado a la República de Saló, en el norte de Italia, bajo mando alemán, con los últimos colaboradores de Mussolini. Pensaba después huir a Suiza. Era prisionero “benévolo” de los aliados. Sabía perfectamente que las armas bacteriológicas estaban vetadas por cuatro convenciones internacionales de Ginebra firmadas por más de 130 países: experimentar con ellas podía no ser un crimen, pero haberlas impulsado o intentarlo para contaminar a los republicanos españoles, sí: un motivo necesario para mentir”.
Diversos historiadores italianos y españoles consultados por los medios coinciden en dar verosimilitud tanto al documento inédito como al contexto y la interpretación que trazan Gianluca De Feo y Ugo Cassini. No lo que declaró el Dr Germen Giuseppe Morselli que ocultó todo lo que pudo, aunque terminó por hablar.
Quizá el libro oficial italiano y el rigor del Dr Cassini convencieron a los aliados, incluido Churchill. Les pareció una fuente digna de crédito. “Además de médico y docente, aunque había sido el número uno de las invenciones secretas del Dr Morselli en los laboratorios de Celio, nunca tuvo palabras de crítica hacia Mussolini y no había motivo de sospechar de su fidelidad al Duce. El laboratorio secreto de Celio había dependido de él formalmente ante Mussolini, y no suena probable que alguien le hubiera mentido sobre la guerra química del Duce y Franco en España dando tantos detalles, incluso de su supuesto fracaso global”.
“El equipo médico norteamericano que interrogaba a Ugo Cassini y al Dr. Germen recibía sus órdenes directamente de la inteligencia de Washington, y se coordinaba con sus colegas británicos”, escribe De Feo.
Eran un puñado de oficiales médicos y ex policías al mando del coronel William S. Moore, “con plenos poderes y una lista de nombres a encontrar a toda costa”.
En lo alto del elenco había cinco personas, consideradas artífices del programa de las armas secretas fascistas. Ugo Reitano, el profesor que desde 1932 dirigió la estrategia de guerra bacteriológica llamada Operación Epidemia; el citado coronel Giuseppe Morselli o Doctor Germen, que desde 1934 había guiado además los experimentos sobre el terreno en África; Fausto Vaccaro, el oficial que inventó una maquina para esparcir los virus; el general retirado Loreto Mazzetti, antiguo número uno del hospital del Celio que daba el permiso final a las investigaciones; y el general Ingravalle, cuyo verdadero nombre no se conoce”.
A Giuseppe Morseli se le ha considerado tecnicamente como un genio insuperable. Como era veterinario conocía mejor el organismo animal que el humano y así eran sus ideas; según De Feo, todos temían a esas alturas repercusiones internacionales porque se trataba de armas prohibidas salidas del laboratorio de Celio.
El testimonio de Ugo Cassini parece en todo caso auténtico y útil por distintas razones. Principalmente, porque el autor era médico y fisiólogo por vocación. Antes y después del fascismo, el galeno sentó las bases de la medicina deportiva italiana y fue el impulsor del riguroso método antidopaje que aún hoy utiliza el Comité Olímpico de su país (CONI). Como tantos jóvenes italianos de esa época, Ugo Cassini se alistó al fascio en 1925 después de la Marcha de Mussolini sbre Roma y, escribe de Feo: “Fue un oficial muy bien valorado por los jerarcas hasta 1942, año en que fue apartado del cargo de director del Hospital de Celio por Mussolini porque era testigo de todo aquel horror”, según confesó él mismo a los norteamericanos, “demasiado liberal a la hora de conceder bajas médicas a los atletas destinados al frente como oficiales”. Una forma de resistencia humanitaria que le honra, apunta De Feo, porque suponía salvar las vidas de los que debían ir a morir a las trincheras de África, Grecia o Rusia en vez de entrenarse.
“Sería todo lo que me cuentan una novedad absoluta dijo a los investigadores el profesor Lucio Ceva, pero no hay nada que no sea verdad”, afirma, este prestigioso historiador de la Universidad de Pavía, consultado como posible testigo era un demócrata militante. “Los fascistas eran muy capaces de cualquiera de estas aberraciones impunemente. Era una banda de delincuentes, sólo mitigada por una gran desorganización para esconder sus peores intenciones. Ya habían usado ampliamente antes gases tóxicos contra las tropas desnudas y cubiertas sólo de una sábana, armadas con lanzas, del Negus barridos por los aviones volando a ras de tierra, en Etiopía, por ejemplo”, como recuerdan detalladamente George L. Steer, Junod y Matthews en sus libros.
Julián Casanova, catedrático de la Universidad de Zaragoza, piensa que el hallazgo de documentos secretos en varios archivos es una contribución “importante” y nueva, y debiera completarse con investigaciones que analicen, por ejemplo, la incidencia del tétano en tierras de España, justo en los lugares donde hubo tropas italianas voluntarias, bien vacunadas”.
“Los bombardeos del puerto de Barcelona y de Valencia, partiendo de Mallorca por aviones Caproni y Savoia-Marchetti y cazas Fiat o Arado y dos submarinos y contratorpederos, según las “memorias” del Conde Ciano, fueron los más feroces de la Guerra Civil y eran la muestra del proyecto de Mussolini de hacer del Mediterraneo, un mar italiano., y se sabe además que Mussolini había enviado también a Franco cantidad de armamento químico, aunque no hay pruebas de como y cuanto lo usó”.