Como sugiere Wayne Madsen, el director Brennan no es cualquier clase de musulmán, sino que es wahabita (*), es decir, un auténtico “yihadista”, un “guerrero santo”. Por eso tanto en el Consejo Nacional de Seguridad como en la CIA está prohibido el uso del término “yihadista” para referirse a los terroristas. Prefieren calificarlos de meros “extremistas”, que es como llamán aquí a los fascistas.
El yihadista D’Andrea formó parte del equipo encargado de la supervisión de Osama Bin Laden, hasta que fue capturado y asesinado en 2011, según aseguran las informaciones oficiales y la película de Hollywood “Zero Dark Thirty” (La noche más oscura), donde al “Ayatollah” le describen como “El Lobo”.
Otro de los operativos que dirigió fue la campaña de asesinatos selectivos mediante drones en Pakistán, una de las primeras ocasiones en las que se utilizaron de manera masiva, lo que costó la vida a cientos de personas indiscriminadamente.
Tras los atentados del 11 de setiembre de 2001, este “Ayatollah” puso en funcionamiento el programa de torturas a los detenidos, que en 2014 fue condenado por el Senado tras ser calificado como “inhumano e ineficaz”.
A comienzos de 2006 dirigió el Centro de “lucha contra el terrorismo”, por lo que desde entonces hasta ahora ha estado deteniendo y asesinando personas de manera ilegal por todo el mundo.
Fue él personalmente quien supervisó los interrogatorios de Abu Zubaydah, Abd Al-Rahim Al-Nashiri y Jalid Shaij Mohammed, que un informe del Senado describe como tortura. También se le implica en el asesinato en Damasco de Imad Mughniyah, dirigente de Hezbollah.
Ha sido acusado del ataque al Campamento Chapman en Jost, Afganistán, cuando siete mercenarios CIA fueron ejecutados en un ataque suicida.
Como bien ha afirmado Julian Assange, durante años la CIA ha demostrado ser la central de espionaje más grande, más incompetente y más peligrosa del mundo. Al “Ayatollah Mike” le acusan de ser uno de los que “fallaron” en el seguimiento de Nawaf Al-Hazmi, quien luego participó en los atentados contra las Torres Gemelas.
Es la famosa e indemostrable teoría de los “fallos de seguridad” que tienen las agencias de espionaje, como la CIA, en los atentados yihadistas: no es que “dejen hacer” a los colegas que cometen los atentados, sino que se les escapan de las manos (una y otra vez).
Desde su fundación en 1947 la CIA ha destruido países enteros, ha formado gobiernos para luego deshacerlos, ha organizado golpes de Estado y ha adiestrado terroristas para utilizarlos en su propio beneficio, dentro y fuera de Estados Unidos.
Sus últimos informes, que conciernen a la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016 y a la traición de Trump, tienen un poco de todo; están a medio camino entre la tragedia y la comedia porque su verdadero objetivo era distraer la atención del golpe dentro del Partido Demócrata para apartar a Bernie Sanders de una manera aún peor que a Pedro Sánchez del PSOE.