El domingo llegó a Argel el presidente de Sudán, Omar El Bechir, en una visita oficial que durará tres días.
Hace algún tiempo Sudán y Egipto eran un único país, creado a lo largo del río Nilo. Incluso después de la partición entre ambos, Sudán era el país más extenso de África. Pero en 2011 perdió otro pedazo, con el que los imperialistas crearon Sudán del sur.
Pero a quien persiguen es al presidente sudanés porque el Tribunal Penal Internacional es una de esas repugnantes instituciones internacionales creadas para que las ONG, los humanistas y los amantes de los derechos humanos duerman con su conciencia bien tranquila.
Sin embargo, como en cualquier tinglado racista de los tiempos del apartheid, en ese Tribunal todos los acusados son negros.
La primera vez que El Bechir salió de su país fue en junio. Viajó a Sudáfrica para participar en una cumbre de la Unión Africana. Las ONG aprovecharon para poner una querella en su contra ante los tribunales sudafricanos, ese tipo de acciones rocambolescas que tienen un enorme eco mediático, porque se trata justamente de eso: de salir en los medios y nada más.
Los querellantes pedían que El Bechir fuera detenido en virtud de una orden emitida por el Consejo de Seguridad de la ONU durante la guerra de Darfur. Lograron que un tribunal le impidiera salir del país.
Fue una comedia. Al día siguiente el presidente sudanés ya estaba en su casa y cuando los tribunales sudafricanos pidieron explicaciones al Ministerio del Interior, éste contestó lo siguiente: “no pudimos impedir su fuga porque no presentó el pasaporte en el puesto fronterizo”. De risa.
A diferencia de Sudáfrica, Argelia no ha ratificado el tratado que instituye el Tribunal Penal Internacional, por lo que ahora mismo duerme plácidamente en la otra orilla del Mediterráneo.
En 1998 se reunieron en Roma representantes de 193 países para crear el órgano mundial capaz de poner en marcha esa idiotez a la que llaman “justicia universal”. El estatuto lo firmaron 121 de ellos, por lo que tiene muy poco de “universal”. En cuanto a lo de “justicia” no merece la pena ni mencionarlo…
Un jurista erudito recordaría que los precedentes de un tribunal de esta naturaleza están en el artículo 227 del Tratado de Versalles, sí, aquel que en 1919 puso fin a la primera guerra imperialista y dejó las puertas abiertas a la segunda.
El mundo está gobernado por dos especies surgidas a lo largo de la evolución de la humanidad, los imperialistas y los farsantes, que cualquiera puede contemplar, uno al lado del otro, en ese vodevil que se llama Tribunal Penal Internacional.
El Tratado de Versalles creó un tribunal así para juzgar al emperador del Reich alemán, Guillermo II, al que los vencedores acusaban (tomen nota), de “ofensas supremas contra la moral internacional y la autoridad sagrada de los tratados”. Lo sagrado, lo ético, lo jurídico… todo en uno.
Pero un tribunal con tan magnos deberes hacia la humanidad nunca vio la luz. Guillermo II se marchó a Holanda, un país que nunca adoptó ninguna medida en su contra, a pesar de los graves delitos cometidos por el emperador alemán. ¿Dónde quedó lo sacro, lo moral y lo jurídico? Debajo del cesto de los papeles. ¿Donde quedó Guillermo II? Está enterrado en Holanda, justo al lado de la sede actual del Tribunal Penal Internacional…
En este Tribunal no sólo todos los acusados son negros, sino que todos son africanos porque África es el único continente en el que se cometen genocidios y crímenes de guerra, contra la humanidad y demás.
Quizá el Tribunal amplíe pronto su radio de acción geográfico. El reciente bombardeo de la OTAN contra un hospital en Kunduz, Afganistán, que ha matado a 33 personas ha sido calificado por “Médicos Sin Fronteras”, como un “crimen de guerra”, por lo que esperamos pronto ver a Obama sentado en el banquillo de los acusados. ¿Será porque Obama también es negro?
Será negro, pero no es africano. Así que puede dormir tranquilo ese individuo, porque de hacer justicia en su contra ni de coña (en ese sentido de seguro que no va a tener pesadillas; de igual forma que tampoco remordimientos de su inicua conciencia, ya que se ve claramente que disfruta matoneando). Y menos cuando los encargados de impartirla, por acá o acullá, en su mayor parte son gente afín o cobarde que no están ni remotamente por la labor. Se mantienen mejor en el puesto obrando como lo hacen y además pueden ingresar mucho más que lo que perciben como "profesionales": por aquello de que las causas se resuelven previamente a la vista poniendo "los buenos abogados" parte del botín sobre la mesa del tribunal sentenciador (magistrado presidente, magistrados y fiscal). Dicho sea para quienes vemos y, por tanto, extraemos razón de los hechos y no de los cuentos que nos prodigan.