El elemento clave en la fragmentación del mercado mundial es la desconexión de China. Es el nuevo telón de acero. Si el país asiático queda fuera no habrá ninguna duda: Estados Unidos preserva la hegemonía y, además, la calificarán de “mundial” porque el mundo sólo lo forman Estados Unidos, sus aliados y sus más fieles acólitos.
Estados Unidos pretende lograr la desconexión con medidas de guerra y, muy esencialmente, de guerra económica, como el bloqueo que, a diferencia de épocas anteriores, es selectivo: afecta a sectores económicos concretos, como las nuevas tecnologías y los semiconductores.
Por otro lado, Estados Unidos ya no apunta a empresas chinas individuales sino al país en su conjunto. Ahora, vender procesadores avanzados a cualquier empresa china requiere una autorización, y el Congreso ha dicho que rechazará la mayoría de ellas.
Esta medida impide que cualquier ciudadano, residente o empresa estadounidense haga negocios con una empresa china que fabrica procesadores. Actualmente ya hay más de 1.300 empresas chinas sancionadas. Es toda una declaración de guerra.
La política de desconexión de Washington va mucho más allá de los aranceles de Trump y de las sanciones de Biden contra las empresas chinas. Es un intento de poner de rodillas a la economía china bloqueando el acceso a tecnologías punteras.
El plan de Estados Unidos se está poniendo en marcha desde hace unos años, pero falta saber cuál va a ser la respuesta de China que, hasta ahora se ha limitado a amagar con medidas como el control de ciertas exportaciones de materias primas estratégicas, como el galio y el germanio.
Como cabía esperar, cada bando trata de perjudicar lo más posible al adversario. Pero las medidas no son simétricas. Estados Unidos bloquea la exportación de tecnología y China la de materias primas.
A principios de octubre el gobierno de Estados Unidos implementó nuevas restricciones para el acceso de China a semiconductores. Las restricciones imponen una licencia difícil de obtener para la venta de semiconductores a empresas chinas.
China no podrá comprar tecnología ni tampoco fabricarla, lo que priva en gran medida al país asiático de la potencia informática que necesita para entrenar la inteligencia artificial a gran escala o, como ha dicho un autor, se trata de “acabar con todo el ecosistema chino de alta tecnología”.
Pero el pulso no se va a quedar ahí. Si la escalada sigue adelante, como parece, el bloqueo se extenderá a otros sectores económicos, como la biotecnología o las bolsas de valores. Las cadenas de suministro se verán gravemente interrumpidas, lo que conducirá a una recesión mundial mayor de la esperada.
No hará falta recordar que estas medidas están prohibidas por las normas de la Organización Mundial de Comercio.
Tampoco hará falta decir que, como en la pandemia, los medios de intoxicación dirán que todo procede de China: la crisis, el paro, los cierres, las deudas, la inflación…
No obstante, la desconexión no es suficiente. Además, Estados Unidos deberá imponer una política de bloques basados en la disciplina, lo que se traducirá en sanciones y en obligar a sus aliados para que se sumen a ellas.
La guerra económica se ha iniciado mientras Estados Unidos sigue con sus provocaciones cotidianas en Taiwán y al sur del Mar de China Meridional, donde realiza las mayores maniobras militares de la historia con munición real (“Talisman Sabre”).
La desconexión es solo una pequeña parte de una guerra mayor librada contra China para debilitar sus defensas, aislarla de sus aliados, fortalecer a sus enemigos y obligarla a someterse al dictado de Washington. Estados Unidos está buscando a su Ucrania en el Pacífico, un país que pueda jugar el mismo papel títere para probar a China con una guerra.