El confinamiento ha dejado un rastro de millones de personas trastornadas sicológicamente por la ola de histeria. Son esos que no se quitan la mascarilla ni para dormir. O esos otros que siguen haciendo cola a la entrada de los comercios. O los que le han cogido gusto a quedarse recluidos en casa por miedo a salir a la calle.
Son presos y carceleros a la vez. En Japón los llaman “hikikomori”. Según una encuesta del gobierno de Tokio, 1,5 millones de personas en edad de trabajar, se han quedado en casa, en un confinamiento indefinido.
La mayor parte de ellos son jóvenes, que no salen de sus habitaciones durante semanas, meses o incluso años, y que dejan de relacionarse con sus semejantes. No salen fuera ni para estudiar ni para trabajar. Más del 20 por cien de las personas en edad laboral declararon que su aislamiento había sido provocado por cambios en su estilo de vida debido a la ola de histeria desatada en 2020.
El fenómeno “hikikomori” se acuñó a finales de los años ochenta, pero es ya una denominación oficial. Según el Ministerio de Sanidad japonés, se aplica a cualquier persona que haya vivido sin ver a nadie y sobre todo sin trabajar durante al menos seis meses. Según la encuesta, una proporción significativa (20,6 por cien) afirmó que su situación se había desencadenado por los cambios de estilo de vida impuestos durante la pandemia.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha reconocido que la ansiedad y la depresión han aumentado un 25 por cien en el mundo. No es la primera vez que las enfermedades las provocan los encargados de curarlas, pero sí que jamás se había conocido algo en una escala tan masiva.
Las medidas implementadas durante la pandemia, pero sobre todo el pánico desatado de manera innecesaria, han creado un mundo deprimente y deprimido, que internet facilita y perpetúa.
El fenómeno “hikikomori” surgió en Japón en la crisis de la burbuja inmbiliaria, cuando el mercado de los videojuegos estaba en auge. Los jóvenes empezaron a pasar mucho tiempo delante de sus pantallas, especialmente jugando en línea. Otros se han quedado colgados de Netflix… o del trabajo a distancia.
Durante el confinamiento algunos criticaron la excesiva afición que había por los bares o las fiestas en casa, que fueron calficadas de “ilegales” por los medios de comunicación y severamente castigadas por la policía. En una entrada denunciamos a los que, durante el confinamiento, sacaron al fascista que llevaban dentro para criticar el botellón, el “turismo de borrachera” o el denostado “ocio nocturno”.
Nos quieren deprimidos y depresivos.