N.B.
Tanto trabajo para nada. Tanta molestia para acabar siendo juzgado por un tribunal popular. Tanto afán por defender la democracia y las libertades individuales del ciudadano para terminar en un banquillo. No hay justicia humana. Sólo creo ya en la justicia divina. Espero que ahora, delante del pelotón, aunque no sea Aureliano Buendía, Dios me acoja en su misericordioso seno y tenga piedad y perdone a mis verdugos, que no saben lo que hacen. Mi pobre esposa, mis hijos, ¿quién cuidará de ellos sin mí y sin los emolumentos de mi honrado y probo trabajo? Decididamente, es este un mundo cruel. Sólo de pensar que una hija mía me salió comunista me revuelve el estómago.
¿Qué he hecho mal? Ni siquiera ha venido a visitarme ahora que estoy en capilla, lo que demuestra su inhumanidad y así me decían en la academia. Pero ahora bien lo veo en la práctica. Renegar de un padre, de su oficio, no tiene perdón de Dios. Cuando salí del campo -mi origen es rural-, mi madre me dijo: «hijo, gánate el pan con el sudor de tu frente y no con la del de enfrente». Así lo hice, aunque se murió antes de saber lo que hacía y a qué me dedicaba. Hubiera estado orgullosa. Y vea, Padre, cómo me salió mi hija de la gran… Lo siento, Padre, me sulfuro, pero se me pasa, soy un ser humano. Y lo soy hasta tal extremo que mi vida ha sido normal, incluso anodina y aburrida. Tenía amigos, pocos y del gremio, es verdad, pero leales, jugaba al naipe, le daba al trago como buen macho, piropeaba con gracia y salero a las mujeres de buen ver, llevaba a mis hijas al colegio, despedía a mi santa con un casto beso y discutía de fútbol con los colegas en la cantina como cualquier hombre de bien. ¿Cuál es mi delito, Padre? Porque ha de saber que yo soy un hombre de bien, corriente y moliente. Y respetuoso con las ideas (políticas) de cada cual y todo quisque. Es difícil que me gane nadie a demócrata. No fui antifranquista porque un funcionario público, como era mi caso, un hombre de ley y orden, no sabe de regímenes y sirve a todos por igual y con lealtad casi perruna. Soy apolítico, Padre. Y ahora, véame (solloza): ¡me van a fusilar! ¡Y todo por haber servido a la Patria!
Yo ya sé que no soy perfecto, Padre. Usted sabe que mi «trabajo», mi profesión, tan noble como otra cualquiera, y tan digna, fue ser un torturador. Lo hice lo mejor que pude y supe, modestamente hablando. Siempre me esforcé por hacer cada vez mejor mi «trabajo», ¿sabe usted? Siempre tuve mi despacho. Allí interrogaba hábilmente, científicamente, hasta leí a Garofalo, que nadie sabe quién es, y al eminente doctor Vallejo-Nájera -que decía que los comunistas tenían un gen tarado-, a toda, digo, la escoria comunista y antifascista. Lo hacía con esmero y tratando, repito, de perfeccionar la técnica de las sevicias si me permite este cultismo en el argot jurídico-policíaco, para que vea que uno no es un cualquiera ni un manazas. Era el puto amo, perdón, Padre, un hacha. Yo soy un vocacional, ¿sabe? Me condecoraron, me ascendieron, sobre todo el gobierno del PSOE. Uno de los que me van a fusilar cayó en mis garras, ejem. quise decir manos, deformación profesional, ya sabe, la costumbre. Usted, Padre, no vio sus ojos inyectados en sangre, si me permite esta licencia de novelucha barata policíaca. Es gente vengativa, gentuza, purria. Le torturé y va el tipo y me fusila, ya digo, gente vengativa. Son salvajes, incivilizados, talibanes, yijadistas. ¡¡Gentes sin alma, no como nosotros, Padre !! Dios se apiade de ellos. A mí me dan lástima, la verdad sea dicha. Sobre todo porque irán todos al infierno y no al cielo como yo, que soy un hombre de bien, como, p.e., Bono.
Despierto de la pesadilla, del mal sueño, ¡qué sudores!, ¡qué terrores! Ya pasó todo: vuelvo a estar en un Estado de Derecho, qué alivio. Voy a poner las noticias a ver cuántos puntos han marcado los hermanos Gasol en la NBA.