Un equívoco histórico acerca de la práctica

Juan Manuel Olarieta
Hasta que Marx y Engels aparecieron en la historia, nada hubo más despreciado entre todos los pensadores anteriores que el trabajo, lo cual no era más que un desprecio clasista hacia los trabajadores, los esclavos y los siervos. Quienes viven de la explotación del trabajo ajeno, es decir, las clases dominantes y los intelectuales a su servicio lo que siempre han apreciado es el ocio y la vagancia. A través de sus intelectuales las clases dominantes siempre han rendido culto a las distintas formas de entretenimiento, de pasar el rato (la caza, el deporte, el arte), entre las que destaca una, la del pensamiento o, expresado en las generosas palabras de Marx y Engels, el «trabajo» intelectual que, dicho sea de paso, no sólo lo conciben como separado sino como enfrentado al manual.

La Biblia maldijo el trabajo como una consecuencia del pecado original («Os ganaréis el pan con el sudor de la frente») que es típica del mundo terrenal, mientras en el celestial nadie da un palo al agua. La Biblia condujo a Adam Smith a definir el trabajo como un sacrificio de la libertad, del descanso y la felicidad. Los trabajadores son despreciados por incultos, es decir, por tratarse de personas no cultivadas, en donde el «cultivo» es el cultivo del intelecto, considerado como la facultad distintiva y suprema del ser humano (animal racional, «Homo sapiens»), a lo que van aprejadas toda una serie de vicios que derivan de la falta de refinamiento, como la grosería y la mala educación.

El pensamiento siempre había girado sobre sí mismo, se trataba de teorías acerca de otras teorías, hasta que Marx y Engels lo sacaron de su ensimismamiento, poniendo a la práctica en el centro y al trabajo como el núcleo de la misma, un replanteamiento del asunto que ha sido la mayor conquista del pensamiento humano desde su mismo origen, una osadía de un alcance inimaginable aún hoy, todo un desafío a la historia que hasta entonces se había conocido y a quienes la habían escrito.

Una obra como «La situación de clase obrera en Inglaterra», escrita por Engels en 1845, es en sí misma revolucionaria no sólo por el asunto que trata, claramente expresado en el título, sino por lo que hoy calificaríamos como «posicionamiento». Marx y Engels toman partido, es decir, adoptan una perspectiva subjetiva y, por lo tanto, distinta que empieza y termina en la práctica, en el trabajo, en las condiciones de vida y trabajo de los trabajadores. Al mismo tiempo, este punto de vista es el único que acerca a la comprensión de la realidad en sí misma, objetivamente. Sólo a través del punto de vista del trabajo y del trabajador, es posible adquirir una comprensión realmente científica de la historia y de la realidad.

Sólo por este tipo de escritos se puede afirmar que con Marx y Engels acaba una etapa de la humanidad y empieza otra en todas y cada de las múltiples disciplinas del conocimiento humano, empezando por la física y siguiendo por la filosofía, la medicina o la historia porque, como dice Marx en la Tesis número 8 sobre Feuerbach, «la vida social es, en esencia, práctica». No fue un nueva formulación o una formulación distinta de las relaciones entre la teoría y la práctica sino de todo; todo había que ponerlo patas arriba.

El desprecio hacia la práctica condujo a un equívoco histórico acerca de la misma que es necesario aclarar porque llega hasta nuestros días. Los seudomarxistas son quienes mejor han sabido aprovechar a la perfección esa confusión. De ahí el intento de reconvertir a la dialéctica materialista en una filosofía de la praxis y la proliferación actual de una palabra que si antes era desconocida, ahora ha llegado a incorporarse al idioma castellano.

La palabra praxis es griega y sólo se utilizaba en alemán por influencia del idealismo clásico. En los escritos marxistas siempre se tradujo al castellano como práctica, por lo que nunca apareció como tal hasta épocas muy recientes. Parece, pues, que la práctica es lo mismo que la praxis y al revés, que la praxis es lo mismo que la práctica. Pero si nos remontamos a los orígenes de la antigua filosofía griega comprobamos que no es exactamente así y empezamos a entender el significado exacto que la práctica tiene en la dialéctica materialista.

Desde el mismo inicio de su «Ética a Nicómaco» Aristóteles sostiene que el ser humano siempre actúa con el propósito de conseguir alguna finalidad, pero apunta que había «grandes diferencias» entre esas finalidades, separándolas entonces en dos grupos fundamentales. Por un lado están las que forman parte del acto mismo, es decir, que éste es una finalidad en sí mismo. A este tipo de actos Aristóteles los llama praxis. Por el otro están aquellas otras en las que, además del acto, se persiguen los resultados que nacen de él, que son más importantes que el acto mismo. A estas actividades Aristóteles las llama poiesis.

En Aristóteles, pues, la praxis es un fin en sí misma y se puede traducir como comportamiento, especialmente como el trato mutuo entre las personas. De ella forman parte la ética y la política.

La poiesis es algo bien diferente, ya que la actividad es un medio para obtener un resultado. Se puede traducir como creación o producción. De ella forma parte la economía y también la técnica. La mayor parte del uso actual de la palabra «práctica» tiene este sentido, como cuando decimos que algo es muy práctico o que una convocatoria ha sido un éxito: ha logrado cumplir los objetivos previstos.

El desprecio de las clases dominantes hacia la práctica no se ha manifestado históricamente de la misma manera en ambos casos, sino sólo hacia la poiesis hasta el punto de que mientras de la poiesis ha desaparecido hasta la palabra, no ha ocurrido lo mismo con la praxis. La palabra práctica procede de praxis, no de poiesis, por el secular desprecio clasista hacia el trabajo y las actividades manuales productivas.

El idealismo alemán, especialmente Fichte, amalgama los dos términos aristotélicos pero sólo utiliza uno de ellos, el de praxis porque, como buen exponente de la intelectualidad burguesa, sigue despreciando el trabajo manual, del que únicamente aprueba el arte, las profesiones que antes se llamaban «liberales», como la arquitectura o la escultura. Fichte construye la práctica en torno a la praxis, es decir, en torno a una concepción burguesa de la ética, la política y el arte, es decir, del arte por el arte, del arte como un fin en sí mismo.

El planteamiento de Marx y Engels está absolutamente enfrentado a ese tipo de concepciones. Ellos no construyen el concepto de práctica en torno a la praxis sino en torno a la poiesis, es decir, al trabajo. Refundiendo la praxis y la poiesis, en la práctica de Marx los fines adoptan un carácter central aún más trascendente que en Aristóteles: toda la actividad humana es teleológica, a diferencia de la actividad animal. En varias obras, entre ellas «El Capital», Marx diferencia el trabajo de un arquitecto del de una abeja porque el primero previamente diseña los planos. Se trata de un rechazo de la práctica por la práctica, del practicismo ciego. De esta manera es como Marx y Engels abren a la reflexión, entre otros, un universo concreto, terrenal, presidido por las necesidades y los intereses, a los que a veces se califica justamente como «materiales».

También aquí Marx y Engels introdujeron otra diferencia fundamental con el pensamiento de las clases dominantes, presidido por lo que Adam Smith calificó como «riqueza de las naciones» y Galbraith como «sociedad opulenta», es decir, por la abundancia y el derroche. Para el marxismo, el motor de la evolución y de la historia son las necesidades y los necesitados. La práctica no es ciega porque se encamina a satisfacer las necesidades de las personas.

La burguesía califica de reduccionista o economicista el planteamiento de Marx y Engels porque su posición de clase le impide comprenderlo. El intelectual burgués se refiere al trabajo ajeno desde fuera y por eso separa el trabajo de cualquier otra actividad humana. Cree que no todo es trabajo ni que todos sean trabajadores. El trabajador tiene la perspectiva opuesta porque todo lo ve desde dentro, todo lo observa desde el punto de vista del trabajo; toda actividad es trabajo o ausencia del mismo. Por ejemplo, para la burguesía el deporte es ocio porque adopta el punto de vista del espectador, no el del deportista. Entonces, en tanto que espectador, la burguesía se considera a sí misma como neutral y objetiva, mientras que el punto de vista del trabajador -que es el del marxismo- es el del deportista, o sea, el de quien juega el partido. Es un punto de vista a la vez activo, subjetivo y partidista. Por consiguiente el marxismo no lo reduce todo a trabajo sino que todo lo analiza desde el punto de vista del trabajo, incluido el desempleo y el ejercicio de labores intelectuales, que también califica como una forma de trabajo, como trabajo intelectual exactamente.

Toda práctica es trabajo y, por lo tanto, poiesis. La praxis también es poiesis. En el sentido marxista la política, es decir, la lucha de clases, es poiesis en todos los sentidos posibles del término. El «trabajo político» de los marxistas se dirige al logro de un fin determinado, que es la revolución socialista. De ahí que, a diferencia del activismo político burgués, la actividad revolucionaria de los comunistas se oriente con un programa, una estrategia y una línea política. De ahí también que Lenin concibiera al partido comunista como una vanguardia cuya tarea consiste exactamente en dirigir. De ahí que una organización de esas características sea un destacamento de cuadros profesionales, directamente enfrentado a quienes hacen de su activismo un pasatiempos, a los aficionados que se divierten con sus juegos políticos.

El arquitecto no improvisa. Antes de construir tiene el edificio en la cabeza, dice Marx, lo cual es un rasgo específico de la actividad humana, que está mediatizada por la teoría. Lo que une la teoría a la práctica son los planos y los planes. El materialismo de Marx y Engels no es, pues, una teoría, ni tampoco una filosofía de la praxis sino -en todo caso- de la unidad entre la teoría y la praxis. Pero eso no es todo. Además, el marxismo se diferencia por la manera precisa en que la unión entre la teoría y la práctica se articulan dialécticamente en torno a las necesidades y a los intereses. Aunque el marxismo pone a la práctica en un primer plano, no se trata de cualquier clase de práctica, ni de una práctica ciega, sino de la unión entre la teoría y la práctica que se articula justamente en torno a las necesidades y a los intereses.

No es una declaración intenciones; no se trata de que haya que unir la teoría y la práctica, sino de reconocerlo así, porque históricamente la teoría y la práctica han estado unidas y siguen estándolo. Donde no hay una práctica no hay una teoría en el sentido marxista, es decir, de ciencia. Donde no hay una teoría tampoco hay una práctica en el sentido marxista, es decir, revolucionaria. Donde no hay programa no hay teoría ni tampoco práctica. Y así sucesivamente.

Es lo que sucede en España con esos grupos que han huido de la práctica para inventar la teoría, y con esos otros que están en la práctica pero carecen de teoría, o que quieren algo pero no tienen un programa para llevarlo a cabo, o no saben lo que quieren… Todas ellas son ajenas por completo al marxismo.

Es la conocida expresión de Lenin: «Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario posible», que también expuso a la inversa: «Una acertada teoría revolucionaria […] sólo se forma de manera definitiva en estrecha conexión con la experiencia práctica de un movimiento verdaderamente de masas y verdaderamente revolucionario».

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