Es una constante que se repite en todo ese tipo de atentados que se han cometido en Europa: los hilos conducen siempre a los aparatos represivos del Estado, cuyos poderes de actuación han crecido en los últimos años a golpe de atentados y de… mentiras. El estado de emergencia en Francia se apoya en este tipo de manipulaciones, de la que todos los partidos parlamentarios son cómplices.
Desde 2015 en Francia la prensa no ha dejado de hablar de estos atentados ni un momento. Ahora el tono vuelve a subir otro escalón porque Hermant ha implicado directamente al Estado en la preparación de los crímenes y, más concretamente, a tres gendarmes, dos aduaneros así como al crimen organizado, que es más de lo mismo: un tentáculo del aparato represivo del Estado.
Hermant suministró las armas a Amedy Coulibaly y a los hermanos Kouachi, los yihadistas que cometieron los atentados de enero de 2015. Su abogado, Maxime Moulin, dice que el fascista trabajó bajo la cobertura del servicio de aduanas hasta 2013, fecha a partir de la cual pasó a trabajar para la Gerdarmería. Una de esas tareas encubiertas, dice el abogado, fue la entrega de las armas a Coulibaly.
Tratándose de un confidente, podemos sospechar que es mentira y que trata de salvar su pellejo, pero el caso es que en junio de 2015 el Ministerio del Interior declaró secreto el asunto, por lo que —en efecto— hay gato encerrado; algo quieren ocultar, lo que pone de manifiesto la falacia de esas típicas falacias que declaran los jefes de la policía “en caliente” prometiendo que van a investigar a fondo, hasta sus últimas consecuencias, caiga quien caiga…
El abogado ha denunciado al Ministerio del Interior ante la fiscalía por “poner en peligro la vida de terceros”. Moulin exige que se levante el secreto sobre los contactos entre el yihadista y el fascista que, naturalmente, estaban siempre estrechamente supervisados por la policía.
El abogado se apoya en un artículo de Médiapart publicado en marzo de este año, según el cual Hermant anunció a la Gendarmería de que un cargamento de armas estaba a punto de cruzar por un peaje de la autopista entre Lille y París y la policía sólo interceptó a uno de los vehículos, dejando pasar al otro.
Es más, el segundo vehículo pudo atravesar el peaje porque fue previamente avisado del control de carreteras, según el abogado. En este segundo convoy estaban las armas que acabaron en las manos de Coulibaly.
La Voix du Nord ha publicado alguno de los correos electrónicos intercambiados entre el fascista y un gendarme en noviembre de 2014, dos meses antes de los atentados: “Hola Claude, con nuestros jefes hemos visto… los dos informes que nos has presentado (armas-Charleroi)…”
Los mensajes ponen de manifiesto que el trabajo de Hermant tenía el respaldo de un servicio de inteligencia para que entregara las armas a Coulibaly o a otros yihadistas. La Voix du Nord concluye: “Imagine que Usted cae sobre ese mensaje (entre una decena) enviado por un gendarme a Claude Hermant el 21 de noviembre de 2014 a las 8:47h. Que un allegado del detenido cerifique que ‘Claude Hermant se ha guardado las espaldas’”.
La radiografía de los atentados yihadistas que se va perfilando muestra un aspecto que no debe pasar desapercibido. Se trata del papel de un fascista, como Hermant, que además de colaborar con la policía colabora también con los yihadistas, lo que tiene muy poco que ver con los llamamientos “ultras” en toda Europa en contra de los emigrantes, a los que pintan como delincuentes.
Pero la biografía de Hermant parece sacada de los más viejos manuales del VII Congreso de la Internacional Comunista: el fascismo no son los grupúsculos de energúmenos que saludan a la romana y posan con la parafernalia del III Reich. El fascismo es el mismo Estado imperialista de los que los otros, “ultras” y yihadistas, no son más que apéndices. Tanto los Estados burgueses, como la OTAN y la famosa “extrema derecha” necesitan atentados yihadistas para crecer y fortalecerse.
Todos —absolutamente todos— los yihadistas a los que se les ha relacionado con atentados en Europa eran conocidos y estaban controlados por la policía. Su supervisión no dependía de un único Estado, como Francia en este caso, sino de varios de ellos (Marruecos, Argelia, Turquía, Rusia, Israel), que advirtieron con suficiente antelación de lo que iba a suceder.