Trump planea rediseñar los mapas del mundo y ha empezado por sus vecinos. Quiere convertir a Canadá en el estado número 51 de Estados Unidos, aunque tras su palabrería grandielocuente, el objetivo real es presionar a Ottawa para reequilibrar el comercio y abrir una ruta marítima por el norte.
También quiere cambiar el nombre del Golfo de México, aunque el objetivo real es aumentar los aranceles, frenar la inmigración y el tráfico de fentanilo, el opioide responsable de la muerte de decenas de miles de estadounidenses.
Pretende recuperar el control del Canal de Panamá porque ahora quien lo controla es China y los barcos estadounidenses tienen que pagar un peaje muy elevado.
También le gustaría apoderarse de Groenlandia para crer una base de alerta militar avanzada y asentarse cerca de las rutas del Ártico.
Europa también está en el punto de mira. Trump quiere aumentar los aranceles un 25 por cien a partir del mes que viene porque la balanza de pagos tampoco le resulta favorable. Europa tiene un superávit de unos 200.000 millones de dólares con Estados Unidos.
Pero el objetivo de Trump siempre ha sido China, otro país que tiene un superávit comercial con Estados Unidos de casi un billón de dólares. Marco Rubio, el nuevo cacique de la diplomacia estadounidense, no oculta que China es el peligro más importante que Estados Unidos ha tenido que afrontar jamás.
La guerra comercial con China la tienen que ganar mediante la reindustrialización de Estados Unidos. En 2022 Biden presentó la Ley de Reducción de la Inflación (IRA) para fomentar la inversión en Estados Unidos.
El nuevo Presidente ha anunciado la retirada inmediata del acuerdo climático de París y la desregulación masiva de los mercados, que ahora están atados por numerosos compromisos ambientales. “Cualquier persona o empresa que invierta mil millones de dólares o más en los Estados Unidos de América se beneficiará de autorizaciones y permisos acelerados, incluidas, entre otras, todas las aprobaciones ambientales”.
En las próximas semanas aumentarán las barreras arancelarias para frenar el flujo de buques portacontenedores que descargan productos chinos en Estados Unidos. Los aranceles subirán un 60 por cien para los productos importados de China, pero los demás países no se quedan atrás. Subirán un 25 por cien para los de México y Canadá, y un 20 por cien para el resto del mundo.
La factura es elevada. La guerra económica costará entre el 0,5 por cien y el 1 por cien al PIB mundial. Pero el impacto negativo sería aún mayor para Estados Unidos: 640.000 millones de dólares. Eso equivaldría a entre 1.500 y 2.000 dólares menos por hogar estadounidense.
Es probable que los precios de GM, Ford y Chrysler aumenten a medida que se vayan alzando los muros económicos. A mediados de enero, el gobierno estadounidense ya anunció la prohibición de la venta de vehículos conectados que incorporen tecnología china o rusa, ya sean componentes o programas a partir de 2027. La decisión forma parte de las nuevas reglas del Departamento de Comercio destinadas a “asegurar la cadena de suministro contra amenazas externas”.
El automóvil, símbolo de la industria occidental durante un siglo, ilustra los nuevos centros de gravedad del comercio mundial. En apenas unas décadas, China ha cambiado la cadena de valor de ese mercado, desde el diseño hasta las ventas. También se ha hecho con el control del mercado de los metales necesarios para las baterías eléctricas, en particular el litio y el cobalto, de los que refina más de la mitad del consumo mundial.
China ha comprado marcas históricas como MG y ha creado otras como BYD. El año pasado el fabricante vendió más de 4,2 millones de vehículos, un aumento del 41 por cien, incluidos 1,7 millones de coches eléctricos. Casi tanto como Tesla. Mientras tanto, Volkswagen ha anunciado 35.000 supresiones de empleo y los recortes de plantilla se multiplican entre los fabricantes de suministros: Bosch, Valeo y Michelin cierran fábricas y despiden trabajadores.
Europa también grava los coches chinos
En octubre Bruselas aprobó un aumento de los aranceles aduaneros para los coches chinos, hasta el 36 por cien en función de los subsidios que el gobierno chino paga a los fabricantes. Estos se suman a los impuestos de importación del 10 por cien ya aplicados.
El informe Draghi sobre la competitividad europea de este otoño destacó las debilidades del mercado único: el coste adicional de la energía desde el innicio de la Guerra de Ucrania, un mercado de capitales ineficaz, cargas regulatorias para las empresas y un retardo en la innovación, en particular en tecnologías de vanguardia.
Lo mismo que Estados Unidos, la reindustrialización europea también exige una simplificación burocrática, que se presentará al Parlamento Europeo el próximo 26 de febrero: menos controles administrativos previos, menos informes sobre los planes de descarboninzación de las empresas…
La Comisión pretende impulsar las ventas de coches eléctricos fabricados en la Unión Europea, cuyas ventas están estancadas, con incentivos fiscales para las flotas empresariales. Al igual que la industria siderúrgica y la química, la industria del automóvil es uno de los sectores estratégicos que Europa pretende impulsar.