El autor de la serie de ilustraciones juveniles Tintín, Georges Prosper Remi, alias Hergé, nació en Bruselas en una familia burguesa católica ultramontana. En 1918 se afilió al movimiento reaccionario scout.
Empezó a publicar sus primeras historietas en la revista “Le Boy-Scout Belge”. En vísperas de las elecciones de 1929 realizó una historieta de una página para el diario reaccionario “Le Sifflet”, propiedad del Partido Católico, donde simbolizaba al socialismo en la figura de Émile Vandervelde, presidente del Partido Obrero Belga, en la que aparecía realizando equilibrismos andando sobre una cuerda que le lleva a una bolsa de dinero mientras saluda a la izquierda y a la derecha, así como a los capitalistas y la iglesia.
Durante la ocupación nazi de Bélgica, Hergé se incorporó a un diario colaboracionista, “Le Soir”, controlado por los ocupantes nazis, financiado por el gobierno belga y dirigido por un fascista reconocido y seguidor de Mussolini, Raymond De Becker, con el que Hergé trabó amistad en 1929 al comenzar a colaborar en “L’Effort”, y al que ya había ilustrado algunos de sus libros, además de haber trabajado para otro periódico suyo, “L’Ouest”.
Su trabajo más conocido fue en “Le XXème Siècle, diario católico nacional de doctrina e información” dirigido por el padre Norbert Wallez, otro fascista admirador de Mussolini. Por encargo del cura, Hergé puso en marcha el suplemento infantil del periódico, “Le Petit Vingtième”, que apareció el 1 de noviembre de 1928.
En el diario el dibujante se hizo amigo de Léon Degrelle, creador y dirigente del partido fascista belga (rexista), para quien diseño las portadas e ilustró varios de sus libros.
La publicación de Las Aventuras de Tíntin se inició en 1929 con un viaje al país de los soviets por órdenes de Wallez para contrarrestar el apoyo masivo que el comunismo estaba adquiriendo entre la clase obrera de Bélgica.
Con un aire infensivo, el proyecto Tintín trataba de lavar el cerebro de los niños desde su infancia. El cura quiso empezar denunciando las atrocidades de los bolcheviques con unos dibujos que entonces eran sólo en blanco y negro.
Tintín representa a un reportero del propio periódico al que, durante su viaje en el tren, le explota una bomba colocada por un agente ruso del servicio secreto. A Tintín le acusan del atentado terrorista y le envían a prisión, pero consigue escabullirse y, después de muchas peripecias, llega a Moscú. Mientras los bolcheviques muestran a la prensa extranjera una imagen idealizada del país, la realidad es muy distinta. Tintín descubre horrorizado que los soviets:
— obligan a la gente a votar apuntándoles con armas
— las fábricas más productivas son en realidad edificios vacíos empleados para engañar a los visitantes
— los soviets solamente dan de comer a los jóvenes si aceptan llamarse comunistas
— la población tiene hambre porque los alimentos se envían al exterior para su utilización propagandística por parte de los malvados comunistas
Rusia es el país del cuchillo entre los dientes, de las iglesias o sinagogas convertidas en establos o almacenes y, sobre todo, de la GPU, una policía secreta sanguinaria y omnipresente.
Cuando el gobierno soviético se dispone a robar alimentos en las granjas, Tintín se pone del lado de los campesinos y les avisa del avance de las hordas rojas. Los ogros de la GPU le detienen pero consigue escapar de nuevo y en su marcha por las desiertas y gélidas estepas encuentra el escondite secreto que oculta las riquezas que Lenin y Stalin habían robado al pueblo ruso (incluyendo un copioso almacén de trigo).
Sabedor del secreto, Tintín logra llegar hasta Berlín donde vuelve a encontrarse con agentes soviéticos, de los que escapa para regresar a Bruselas donde una multitud enfervorecida lo espera aclamándolo.
El gran éxito que tuvieron las entregas semanales de “Tintín en el país de los soviets” y las grandes posibilidades propagandísticas y económicas de estas publicaciones llevaron al cura Wallez a encargar a Hergé una nueva aventura, esta vez en el Congo “belga”. Entonces al anticomunismo se le sumó el racismo, la apología del colonialismo y de los crímenes cometidos por el rey Lepoldo II en el país africano.
El fascista Hergé murió en 1983, pero los ecos de su lavado de cerebro no acabaron entonces. En 2011 el diario oficial del Vaticano, “L’Osservatore Romano”, calificó a Tintín como “Un héroe católico”.
En 2007 un ciudadano congoleño, Bienvenu Mbutu, inició un proceso legal para que la segunda entrega de Hergé sobre el viaje de Tintín al Congo fuera catalogado como racista, algo que los tribunales belgas rechazaron. Pero la cosa no quedó ahí: los tribunales denegaron incluso que en las ediciones se pusiera una advertencia a los lectores sobre el contenido racista de la ilustración.
Una verdadera basura ideológica aprobada por los tribunales belgas. Cuando alguien pregunta por qué tanta gente es anticomunista o por qué defiende el racismo, aquí puede encontrar alguna de las muchas explicaciones: porque desde su infancia han sido adoctrinados en el fascismo más brutal vestido con los ropajes más inocentes, bajo la excusa del entretenimiento y de unas aventuras divertidas. Pero no hacen ninguna gracia.