En estos días de confinamiento y pandemia he escuchado con atención diversísimas opiniones sobre la peste que nos está azotando. Jamás sospeché que entre nosotros había tantos expertos en pandemias ni tantos virólogos.
Luego oí con la misma atención unos eructos y rebuznos, pero me equivoqué claramente. No eran tales, eran las recetas tan oportunas y precisas del virólogo Donald Trump. Y eso me hizo pensar en lo errado que estaba al desdeñar esas recetas, y sobre todo una de ellas tan sencilla que está al alcance de cualquiera que pueda aplicarse una buena dosis de lejía en vena.
Bueno, ya basta de tonterías. Esta pandemia nos deja experiencias importantes, y sobre todo pone sobre la mesa las miserias y grandezas de mucha gente.
En situaciones como esta quedan al desnudo el pensamiento y la sensibilidad humana de cada uno de nosotros. La humanidad ha pasado ya algunas veces por situaciones parecidas. Así pasó con la epidemia de «gripe española» de 1919, con la gripe A, con la gripe aviar, con la gripe porcina, y con la gran epidemia de fiebre aftosa que llevó a la muerte a millones de bovinos, por no mencionar al ébola y al sida.
Me ha llamado mucho la atención como ciertos comentaristas y periodistas nos hablan de que después de esta pandemia el mundo ya no podrá ser como ahora, y que todo va a cambiar, pero no nos dice como ni cuando lo va a hacer, ni en qué sentido, ni cómo va a cambiar.
Se oye decir también que habrá que humanizar el capital, y que habrá que hacer un reparto más equitativo de la riqueza, y que hay que hacer que los ricos paguen un impuesto extraordinario como contribución a la salud de todos.
Pero ¿no sería mejor expropiar a los ricos? ¿No sería mejor nacionalizar los medios de producción y pasarlos a un estado que reparta los beneficios? ¿No sería mejor que el estado invierta la cantidad que haga falta para investigación y desarrollo de vacunas, que cuide a los ciudadanos, que se ocupe de que todos vivamos en casas higiénicas, que haya agua corriente en todos los domicilios, electricidad, teléfonos e internet?
Mientras estas medidas no se implementen totalmente estaremos expuestos a que nuevas pandemias nos acechen y que causen una enorme mortandad, llevándose la vida de cientos de miles de seres humanos, animales, especies vegetales, la destrucción de la industria.
Según estadísticas realizadas por organismos internacionales insospechables, el uno por ciento de la población mundial, es dueña de más del noventa por ciento de la riqueza, y ante cifras lamentables como estas nos cabe la pregunta ¿no sería más sencillo pasar a manos de los estados toda esa riqueza y acabar con estas desgracias?
Queda en manos de la clase trabajadora, la clase obrera, los humildes, que son miles de millones, y lograr un mundo más justo, más humano. Aquí se debe elegir entre civilización o barbarie. Ya sabemos como es la barbarie. Elijamos la civilización, elijamos el socialismo. Esa es la solución.