… siempre los llevó a la altura de los tobillos. Que nadie hable luego de «traición» porque Syriza nunca trató de engañar a nadie. Lo dijo bien claro desde el primer minuto. Que los demás se engañaran a sí mismos y trataran de engañar a terceros, es bien distinto.
Nada más hacerse cargo del Ministerio de Finanzas, Yanis Varufakis dijo que nadie podría forzar a Grecia a salir del euro. Es, pues, evidente: Syriza no tenía ninguna intención de abandonar la moneda única, e incluso se resistiría a ello a pesar de las presiones.
El gobierno de Syriza se ha comprometido, además, a hacer frente a la deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional. Quieren pagar hasta el último céntimo a todos los especuladores internacionales que han comprado la deuda griega.
En fin, Tsipras, Varufakis y Syriza están llenos de las mejores intenciones. Nadie les puede reprochar nada. No quieren reformar nada porque saben que no pueden hacer nada, que las decisiones están muy lejos de su alcance, y mucho menos albergan la más mínima veleidad anticapitalista.
Entonces los problemas comienzan cuando tratan de cuadrar el círculo mágico, que al ser imposible, se queda en palabrería, en declaraciones oficiales. Ese círculo mágico lo describió Varufakis cuando hace un par de años preguntó en una conferencia cómo es posible que a un parado un banco le conceda un préstamo. Lo que el parado necesita no es un préstamo sino trabajo. Una vez que tenga trabajo se le puede conceder un préstamo.
El trabajo del parado se llama crecimiento económico, pero Varufakis también ha dicho que eso no depende de Grecia, sino de la Unión Europea y, naturalmente, para que la Unión Europea crezca Alemania tiene que cambiar su política económica, que es el caballo de batalla del reformismo que centra sus iras sobre Merkel. Si Alemania lanzara un plan de reactivación económica, el problema de la deuda quedaría resuelto en toda Europa.
El planteamiento me parece algo extraordinariamente llamativo, el mundo al revés: no se trata de que Alemania presione a Grecia, sino de que Grecia presione a Alemania. “Grecia puede obligar a Europa a que cambie”, dijo Varufakis el 20 de enero en una entrevista al diario financiero francés La Tribune. ¿Hablaba en serio?
Son las famosas secuelas de aquel «Otro mundo es posible» que consiste en suponer que no es necesario cambiar casi nada porque basta con modificar la política económica, como el New Deal de hace 80 años. A su vez, para cambiar la política económica de un país basta con cambiar de gobierno. Para ello lo que debemos hacer es votar a los Syrizas locales, ese desfile de nuevos partidos que sueñan con hacerse con un hueco bajo el sol.
Para coleccionar votos hay que lanzar un mensaje bien sencillo que no falla nunca y que consiste en decir a las masas lo que quieren escuchar: que es posible un empate, o sea, que de la crisis del capitalismo se puede salir sin que nadie salga perjudicado, ni los obreros ni los capitalistas, ni los pensionistas ni los bancos, ni los acreedores ni los deudores, ni los importadores ni los exportadores… Nadie absolutamente.
Varufakis lanzó un jarro a agua fría sobre la espalda cuando nos dijo que sus pretensiones no llegaban ni siquiera a la altura del New Deal de hace 80 años. Nada de gasto público y nada de inversión pública: todo va a depender de los capitalistas particulares. A ellos debemos encomendarnos para salir del atasco, es decir, a los mismos que nos han metido en él. Por eso Varufakis siempre ha dejado claro que Syriza no tenía ninguna intención de revertir las privatizaciones, es decir, el saqueo de la propiedad pública que los gobiernos de Grecia han llevado a cabo durante años para pagar las deudas.
Cuando un nacionalista como Varufakis habla de inversión privada, se refiere a la inversión extranjera, o lo que es lo mismo: Syriza prefiere poner a Grecia en manos de extranjeras antes que en manos públicas.
¿Qué debe hacer Grecia para que los especuladores internacionales inviertan allá y no en otro país? Convertirlo en un paraíso atractivo para la voracidad monopolista con bajos salarios, despido libre, trabajo precario, reducción de las prestaciones sociales, incremento de la jornada de trabajo, etc.
Es verdad que eso ya lo han puesto en práctica los anteriores gobiernos griegos sin recurrir a Syriza. Pero si aún queda algún margen para apretar el cinturón a la clase obrera, les corresponde a ellos ponerlo en marcha. Ese es el papel que le corresponde desempeñar a Syriza en Grecia, el mismo de siempre. El capitalismo no cambia y el reformismo tampoco.