Por ejemplo, Berna es una ciudad suiza donde el 10 de marzo de 1968 se creó la “Declaración de Berna”, una organización que, entre otros objetivos, lucha contra la esclavitud y el trabajo infantil en el Tercer Mundo.
Algo así nos proporciona la agradable impresión de que para ver la esclavitud, lo mismo que para ver un safari, hay que viajar muy lejos. Nos reconforta porque no podríamos vivir con ello. Sin embargo, la esclavitud está muy cerca, a nuestro lado, en la oficina de enfrente. Sobre todo si tenemos nuestra oficina en Suiza, como les ocurre a las ONG.
Pero Suiza es un país que aparece mencionado muy pocas veces en las lamentaciones de las ONG, a pesar de que cada año importa varios miles de toneladas de oro procedentes de un país africano que lleva el nombre de Togo. Pero Togo no produce ni un gramo de oro. ¿De dónde llega ese oro a Suiza?
Según la “Declaración de Berna” procede de minas artesanales de Burkina Faso, otro país africano cercano a Togo, en las que los trabajadores que extraen el metal son niños que cada día se juegan la vida.
Suiza es una gran lavadora. Sus bancos lavan la mierda que se produce en el mundo entero. El dinero “negro” procedente del tráfico de armas, del tráfico de drogas, de la prostitución y de la evasión fiscal sale de Suiza completamente blanqueado, limpio y, por supuesto, anónimo. Nadie pregunta su origen. En realidad nadie pregunta nada.
El oro no es una excepción. La materia prima procedente de la esclavitud infantil se “refina” en Valcambi, una empresa suiza que tiene su sede en la frontera con Italia. Tampoco hay preguntas sobre el origen. La policía suiza no quiere saber nada de un oro que parece brotar de la nada, de un país que no tiene minas.
Mientras, en las minas de Burkina Faso los niños trabajan en jornadas agotadoras desde los 12 años de edad. Suponen entre un 30 y un 50 por ciento de la fuerza de trabajo. Descienden al fondo de la mina, a 170 metros de profundidad, atados con una simple cuerda de cáñamo, para esforzarse en unas galerías que carecen de ventilación.
De las minas de Burkina Faso, la materia prima viaja a Togo a través de las redes de contrabando, es decir, que en Burkina Faso no queda ni un miserable céntimo del oro que hay en su subsuelo.
En Lomé, la capital de Togo, una familia libanesa compra el material bruto para exportarlo hacia Génova, en Italia, donde lo compra Valcambi, la empresa suiza que se encarga de su refinado.
Las violaciones de los derechos humanos son mucho peores en Suiza que en Siria o en Libia. ¿No creen que la “comunidad internacional” y, sobre todo, las ONG, deberían intervenir en Suiza para bombardear los bancos y las fábricas helvéticas que blanquean y refinan la esclavitud infantil?
La comunidad internacional se rasgaria las vestiduras y dirían pero como vamos a bombardear Suiza si es un país sin ejército.
es totalmente cierto no tiene ejercito no tiene forma de defenderse