La Unión Europea nació en la posguerra en torno a la energía, que entonces era el carbón, y 70 años después el quebradero de cabeza es la energía precisamente, por dos razones: las sanciones a Rusia y las políticas verdes.
La soga se tiene que romper por algún lado. Bruselas ha etiquetado la energía nuclear como “limpia” y las empresas del gremio está a la espera de subvenciones. Sin embargo, no todos los países están de acuerdo en financiar la construcción de reactores con el pretexto de su “limpieza” por una cuestión de competencia, que en el capitalsimo es lo más importante: beneficiaría a los países europeos nuclearizados, como Francia, en perjuicio de otros, como Alemania y Austria.
Ya hay navajazos por el programa de la Comisión Europea que supuestamente apoyará la transición energética, el “Pacto por una Industria Limpia”, como lo demuestra el propio nombre. Ya no hay “Pacto Verde”. Las energías “renovables” ya no son la panacea y la energía nuclear podría tener un hueco en la estrategia energética europea.
El jueves se celebró el primer “consejo de competitividad” y las discusiones entre los países miembros se estancaron por la energía nuclear precisamente. Como consecuencia de ello, los Veintisiete no pudieron firmar un texto común.
Alemania y Austria son de la vieja escuela seudoecologista. Se oponen a que Europa apoye a las empresas nucleares y vetaron una formulación que mezclaba “dinero europeo” con “tecnologías limpias”.
Argumentaron que en Europa se está produciendo una amalgama confusa entre lo que es “limpio”, lo que es “verde” y lo que es “renovable”. Para Berlín y Viena es un tabú. No quieren financiar la ejergía nuclear con el dinero previsto para la moribunda Agenda 2030. “El dinero de la Unión Europea sólo debería destinarse a tecnologías apoyadas por todos los estados”, dijo el Secretario de Estado alemán de Economía, Bernhad Kluttig.
El año pasado dio una impresión distinta. Parecía que había un acuerdo con la adopción de la normativa NZIA (Net Zero Industry Act), aprobada tras largas negociaciones, que enumera las tecnologías estratégicas que serán apoyadas a partir de 2026 para implementar la transición energética.
Francia sostiene el otro criterio. La energía nuclear está integrada entre las “limpias”, recordó el ministro de Industria francés, Marc Ferracci, pidiendo no reabrir el debate.
Tiene razón. Ya habían catalogado a la energía nuclear como “limpia” y las empresas (francesas) estaban a la espera de las subvenciones. Pero Alemania y Austria dicen que esa calificación era sólo “de transición”. También el gas fue calificado de esa manera, porque en Bruselas están impacientes por salir de una crisis energética que está siendo devastadora.
Las espadas siguen en alto. Entrar en la NZIA y ganarse la etiqueta “limpia” no significa automáticamente que el uranio pueda beneficiarse de las subvenciones europeas.
Para guardar las apariencias, Hungría, que preside el Consejo de la Unión Europea hasta finales de año, publicó unas conclusiones en su propio nombre, apoyadas por todos los Estados miembros, excepto Berlín y Viena. Pero sin unanimidad, eso no sirve para nada.
La participación del Banco Europeo de Inversiones en el relanzamiento de los reactores nucleares se ha convertido en una de las principales batallas del Continente. Pero hace falta la unanimidad de todos los países miembros para llevarse el dinero.
En cuanto a Von der Layen y sus mariachis de la Comisión Europea, su posición no está clara. Von der Leyen se ha pronunciado a favor de la energía nuclear. Pero ha tenido que hacer importantes concesiones. El ministro checo de Industria, Jozef Sikela, un pilar de la industria nuclear, estaba destinado a convertirse en Comisario de Energía. Pero la cartera a ido a parar al danés Dan Jorgensen y, en parte, a Teresa Ribera, que están en contra.