El libro que escribió el sociólogo Giuseppe De Lutiis hace 20 años, “I servizi segreti en Italia” (Los servicios secretos en Italia), es un obra autorizada no tanto por la titulación universitaria del autor como por ser un integrante de los servicios secretos. De Lutiis escribe, pues, desde dentro.
En 1994 le nombraron consultor de una comisión parlamentaria que se formó en Italia para analizar ciertos atentados cometidos por la OTAN/Gladio y sus colegas del espionaje durante los “años de plomo” (1968-1978 aproximadamente).
De Lutiis tuvo la oportunidad de analizar documentación reservada de Estados Unidos que bien podría resumirse en el informe de ROS (Raggruppamento Operativo Speciale), un equipo de los Carabineros, titulado “Apuntes sobre las actividades de guerra psicológica y no ortodoxa llevadas a cabo en Italia entre 1969 y 1974 a través del Aginter Presse”.
Dedica varias páginas a exponer detalles sobre el papel de la CIA en el tráfico de drogas, tanto dentro de Estados Unidos como en Europa, un asunto ya muy conocido que en De Luttis aparece vinculado a la OTAN/Gladio, a los grupos fascistas y, naturalmente, a la mafia, que no es nada distinto de los otros dos.
Además de la mafia, Estados Unidos tiene en común con Italia a un espía de la CIA, Ronald Stark, al que sus jefes encargaron la difusión de las drogas desde los años sesenta dentro de los movimientos progresistas de la costa oeste de Estados Unidos para lograr su desmovilización. Se llamó Operación Luna Azul.
El juez italiano Giorgio Floridia documentó que el origen de Stark era militar. A principios de los años sesenta trabajó en el departamento de “proyectos especiales” del Pentágono y luego, de forma periódica, siguió recibiendo cheques firmados en Fort Lee, en Nueva Jersey, uno de los centros logísticos del ejército estadounidense.
Stark empezó en la costa oeste, de donde pasó a Nueva York y luego saltó a Europa donde no se presentaba como agente de la CIA, ni tampoco como vendedor de drogas. Era un “revolucionario” entregado a “la causa” en cuerpo y alma, sobre todo a la de Palestina. No había mejor salvoconducto. Al mejor estilo de aquella época, el postureo le permitía meter las narices en todo tipo de ambientes y no hacer nada.
La policía italiana le detuvo en febrero 1975 en el hotel más lujoso de Bolonia, donde encontraron mucho dinero en divisas y casi 5 kilos de marihuana, morfina y cocaína. Portaba cuatro pasaportes diferentes, uno de ellos británico bajo el nombre de Terrence W. Abbott.
Lo interesante del caso es que el pasaporte era genuino, pero la historia de quién se lo dió nunca se divulgó, ni falta que hace, porque es obvia la condición de una institución que puede expedir un pasaporte auténtico que es falso (o al revés).
No obstante, la policía no tardó en descubrir su verdadera identidad. Había nacido en Nueva York el 9 de abril de 1938, era propietario de dos granjas en California y un “holding” en Liechtenstein, aunque lo más jugoso era su centro de investigación biomédica en Le Clocheton, Bélgica, la tapadera de un laboratorio de la CIA para la fabricación de LSD. En sólo dos años, según el informe de ROS, el laboratorio había fabricado 50 millones de dosis de LSD.
Como buen espía, además Stark tenía una caja fuerte en una sucursal romana del Banco Comercial, donde la policía encontró documentación para la síntesis del LSD, además de cálculos para el envío y siembra de semillas de marihuana y cristales de LSD que entonces no eran muy conocidos. En una ampolla había algo no identificado, quizá una muestra de THC, el principio activo del cáñamo.
Otro tipo de documentos de la caja fuerte probaban la relación de Stark y de la CIA con la escoria italiana: el antiguo presidente de la Junta Minera Siciliana, el mafioso Graziano Verzotto, el procónsul de Andreotti y de la democracia cristiana, Salvo Lima, el príncipe golpista Giovanni Alliata di Montereale, y el antiguo jefe del Servizio Informazioni Difesa, Vito Miceli.
Además, Stark mantenía sus contactos al otro lado del Atlántico, de los que recibía cartas con membretes de embajadas. En la cárcel, recibió la visita del vicecónsul de Estados Unidos en Florencia, Wendy M. Hansen, y sostuvo reuniones con varios policías y agentes de inteligencia italianos.
La biografía de cada uno de estos sujetos da para escribir una enciclopedia. Pero sería redundante; es más de lo mismo: la OTAN/Gladio, la CIA, la mafia, los servicios secretos italianos, los golpistas, los fascistas… Seis personas distintas encarnadas en un único dios verdadero.
A pesar del número y la gravedad de los delitos, Stark sólo estuvo cuatro años en la cárcel, aunque en 1982 le volvieron a detener cuando se dirigía de Nueva York a Holanda, una operación en la que la policía capturó un alijo de 16 kilos de hachís y una falsa identidad libanesa.
Esta vez la cárcel fue aún más liviana: un año de encierro.
Pero el nombre de Stark siguió apareciendo por los rincones más insospechados de los bajos fondos italianos, por lo que los jueces pidieron su extradición a Estados Unidos bajo la acusación esta vez de… terrorismo. La respuesta no pudo ser más terrorífica: el 25 de enero de 1985 la policía estadounidense asegura que Stark había muerto en las Antillas el mes de julio anterior, es decir, en julio de 1984.
La respuesta iba acompañada del correspondiente certificado de defunción… Sí, uno parecido al de Paesa y tan verídico como él.