«Hay que superar la vieja noción de lo cultural como un bien inmueble e intentar lo imposible para que se convierta en un bien mueble, en un elemento de la vida colectiva que se ofrezca, se dé y se tome, se trueque y se modifique tal como lo hacemos con los bienes de consumo, con el pan, y las bicicletas, y los zapatos».
«Han empujado la palabra ‘cultura’ a la calle como si fuera un carrito de helados o frutas, se la han puesto al pueblo en la mano y en la boca con el gesto simple y cordial del que ofrece un plátano» [esto se escribe en tiempos de la Nicaragua sandinista].
«Un hombre ‘culto’ para quien la cultura es ante todo una difícil adquisición individual, lo que naturalmente reduce el número de quienes la poseen y además los distingue claramente de los que no han accedido a ella».
«Palabras como ‘intelectual’ o ‘latinoamericano’ me hacen levantar instintivamente la guardia. Me considero sobre todo como un ‘cronopio’ que escribe cuentos y novelas sin otro fin que el perseguido ardorosamente por todos los cronopios, es decir, su regocijo personal. A riesgo de decepcionar a los catequistas y a los propugnadores del arte al servicio de las masas, sigo siendo ese cronopio que escribe para su regocijo o sufrimiento personal, sin la menor concesión, sin obligaciones ‘latinoamericanas’ o ‘socialistas’ entendidas como ‘a prioris’ pragmáticos».
«No creo en los universalismos diluidos y teóricos, en las ‘cuidadanías del mundo’ entendidas como un medio para evadir las responsabilidades inmediatas y concretas -Vietnam, Cuba- en nombre de un universalismo más cómodo y menos peligroso» [es una carta que escribe desde Francia al intelectual cubano Roberto Fernández Retamar en 1967 y que publicó ese año Casa de las Américas].
«Comprendí que el socialismo, que hasta entonces me había parecido una corriente histórica aceptable e incluso necesaria, era la única corriente de los tiempos modernos que se basaba en el hecho humano esencial y en el simple principio de que la humanidad empezará verdaderamente a merecer su nombre el día que haya cesado la explotación del hombre por el hombre».
«No creo que la literatura de mera creación imaginativa baste para sentir que me he cumplido como escritor, puesto que mi noción de esa literatura ha cambiado y contiene en sí el conflicto entre la realización individual como la entendía el humanismo, y la realización colectiva como la entiende el socialismo, conflicto -dice Cortázar- que alcanza su expresión quizá más desgarradora en el ‘Marat-Sade’ de Peter Weiss [que en España, en 1968, quisieron adaptar y montar teatralmente Alfonso Sastre y Adolfo Marsillach siendo prohibido al poco, N. B.] Jamás escribiré -continúa Cortázar- expresamente para nadie, minorías o mayorías, y la repercusión que tengan mis libros será siempre un fenómeno accesorio y ajeno a mi tarea; y sin embargo, hoy sé que si alguna vez se pudo ser un gran escritor sin sentirse partícipe del destino histórico inmediato del hombre, ‘en este momento no se puede escribir sin esa participación que es responsabilidad y obligación'» [subrayado mío, N. B.]
«A ningún escritor le exijo que se haga tribuno de la lucha que en tantos frentes se está librando contra el imperialismo en todas sus formas, pero sí que sea testigo de su tiempo [está pensando en A. Camus]. Ya no es posible respetar como se respetó en otro tiempo al escritor que se refugiaba en una libertad mal entendida para dar la espalda a su propio signo humano.
En lo más gratuito que pueda yo escribir asomará siempre una voluntad de contacto con el presente histórico del hombre, una participación en su larga marcha hacia lo mejor de sí mismo como colectividad y humanidad».