Cabe señalar la poca trascendencia que esta lección de solidaridad ha tenido en España. Puede ser porque el debate que había hace un año sobre la represión, las libertades democráticas, los presos y represaliados políticos se haya ido apagando hasta parecer que aquí no ha pasado nada.
Ahora tenemos otro gobierno, el mismo que estaba cuando empezó la crisis y que no ha tocado ni una coma de la legislación (y no me refiero sólo a la Ley Mordaza, la cual no me han aplicado) que nos ha llevado a tantas personas a ser injustamente condenadas a prisión. Pero no voy a enrrollarme con esto.
La cuestión es que la denuncia del caso ha traspasado fronteras hasta llegar a Génova, donde estuve hace unos días para encontrarme con nuestros compañeros italianos del Centro Social Pinelli.
Me pasé todo el camino desde el aeropuerto de Milán hasta Génova intercambiando experiencias sobre España e Italia con el compañero que vino a recogerme.
Al compi le parecía que en nuestro país contamos con más democracia y libertad que en el suyo. Sin ánimo de competir, le empecé a entrar en detalle con la represión de la policía al pueblo catalán durante el referéndum democrático. No daba crédito. Me respondía que las imágenes y vídeos que llegaron a Italia ya habían dejado en muy mal lugar al Estado español, pero que enterarse de cómo la policía entró a los colegios para robar las urnas era demasiado. Yo le replicaba que allí al menos habían conseguido algo tan importante como fue derrotar al fascismo durante la segunda guerra mundial, creando un Estado nuevo, algo que aquí no hemos hecho. Me habló de lo prematuro del eurocomunismo en Italia y de la destrucción del movimiento popular italiano y la liquidación del PCI, de la responsabilidad de Togliatti al amnistiar a los fascistas, de cómo el fascismo no fue destruido del todo.
Llegamos a la conclusión de que al suceder esto en Italia y de que el fascismo continuase en España, es imprescindible crear puentes solidarios entre los represaliados de uno u otro país. Cuando le di a conocer la situación de los presos políticos (juicios farsa, desatención sanitaria, censura, criminalización…), en concreto la de los dos Manueles (CamaradaArenas y Arango), me decía: «Tío, se entiende que esto pasase en 1419 ¿Pero todavía pasa en España en 2019?»
Cuando fuimos a cenar por la noche con más compañeros genoveses, me di cuenta de una diferencia muy importante que tenemos los italianos y los españoles a la hora de debatir sobre política, historia, economía o cualquier tema de actualidad. Ellos debaten a pleno pulmón sobre cualquier cosa y hasta cantan a gritos canciones antifascistas de todo tipo, ya seaen casa o en una plaza llena de carabineros. Cuando les conté que en España estamos habituados a debatir bajito en cualquier parte y a no cantar según qué cosas en según qué sitios, alucinaban.
Un compañero que me insistía en las semejanzas entre los dos países, me respondió con mucha rabia: «A los fascistas hay que eliminarles, pero de verdad. Que no quede ni uno de su estirpe, para que no tengamos a ninguno que cuando crezca reclame nada de sus padres y abuelos, o si no, nos ocurre como en Italia con la familia Mussolini». La cara de odio de clase con la que me comentaba esto se me quedó grabada en la memoria.
Al día siguiente celebramos el acto en el Pinelli, un centro en el que organizan montones de actos y actividades populares como talleres de boxeo para chavales sin recursos, jornadas de convivencia… Había una exposición en la que enseñaban con orgullo fotos originales de partisanos de la ciudad durante la liberación antifascista de Génova. El ambiente era estupendo, de mucho compañerismo.
Dimos comienzo al acto. Dos compañeros que hablaban castellano perfectamente se encargaron de hacer de intérpretes. Quise dejar claro desde el principio que yo no estaba allí para darles ninguna lección de sabiondo ni en calidad de mártir ultrarrevolucionario, sino que había ido con la intención de aprender de ellos y de su experiencia contra la represión en Italia.
Les desarrollé los por qué, para qué, cómo y cuándo se organiza el colectivo La Insurgencia, la repercusión de la crisis económica en España, el carácter fascista del Estado, la falsa transición, la ilegalidad de la Audiencia Nacional que se creó por decreto ley como continuación del Tribunal de Orden Público, la de la sacrosanta Constitución que se impuso por medio de una asamblea legislativa, la monarquía heredada de Franco y el resto del sinfin de mierdas que los españoles tenemos que escuchar todos los días como las reglas eternas de esta «democracia».
Proseguí con la represión al colectivo. Los 7 años y pico que nos pedían en un principio a cada uno de los 12 procesados, la vigilancia de la policía, el juicio en el que el fiscal comparó a los GRAPO y a nosotros con yihadistas, la represión recibida tras la condena (censuras e intoxicaciones de todo tipo y de todas partes, prohibiciones de actos y entrevistas, amenazas de muerte…), la continuación de la campaña de mi grupo de apoyo tras la reducción de la condena que conseguimos gracias a la denuncia organizada por todo el Estado entre represaliados y solidarios y la situación de aflojamiento de la represión en la que ahora nos encontramos en España y que no tardará nada en acabar debido al empeoramiento de la crisis.
Durante el debate estuvimos intercambiando impresiones sobre ese supuesto auge del fascismo en Europa del que tanto se ha habla en los últimos años.
Todos concidíamos en general en que el fascismo no se trata de un partido único, aislado del Estado y controlado por un líder lunático, ni tampoco de una ideología, sino de la forma de dominación política de la burguesía financiera en la época del imperialismo, que esto se cumple tanto en Italia como en España y que por lo tanto es un fenómeno universal (sin dar a entender que todos los países capitalistas sean fascistas ni mucho menos).
Cuando me pedí el turno de palabra y les pregunté qué harían ellos para cambiar la situación en Italia y de qué manera organizarían el movimiento popular, me respondían qué no sabían qué hacer. Esto me impactó un poco.
Pensé en lo que ha servido la participación de los partidos de «izquierdas», los partidos «comunistas» degenerados y los sindicatos vendidos en la falsa democracia de los bancos y las grandes empresas.
Entonces me terminaron por responder en italiano: «Lo que sí sabemos es que salir de tu casa para votar y quedarte de brazos cruzados durante cuatro años no sirve de nada».
Les puse de ejemplo la forma en la que estamos tratando de construir el movimiento popular en España: organizando asambleas y colectivos antifascistas, democráticos e independientes, vecinales, juveniles, de estudiantes, de jubilados, grupos de apoyo, contra el paro y los desahucios, de trabajadores en lucha, contra la represión y por la solidaridad, centros sociales y culturales, al margen de las instituciones del régimen, por el boicot de las elecciones, con objetivos a corto, medio y largo plazo… Y dijeron estar de acuerdo con el contenido y la forma, que eso es lo que tratan de hacer en el Pinelli y que es lo que seguirán haciendo y mejorando.
Al día siguiente, antes de marchar a Málaga, ya me estaban invitando volver a Génova dentro de un tiempo y a pasarme por Roma para exponer el caso en la capital. Porque esto no puede quedar así, me insistían.
Seguiré yendo allí donde me reclamen para aportar mi grano de arena contra este régimen económico, con el espíritu de aquel compañero que decía que la solidaridad es la ternura de los pueblos.
Aprendamos del ejemplo de estos compañeros. Nos hace mucha falta en España.