Después pasó a hablar de «España» como «nación de naciones», lo cual es una antítesis inasumible (si fuera de Estados, sería otra cosa), o un «Estado multinacional», lo cual, ahora sí, es cierto, pero pierde cuerpo en tanto en cuanto se despoja el concepto de lo esencial, de lo primordial dizque formar un Estado soberano, ah, esto no, amigo, esto va a ser que no. O sea, no ir a la raíz del problema e irse, por enésima vez, por las ramas. En España, esa quimera, le dicen «coger el toro por los cuernos». La última en hablar de Catalunya como «nación cultural» -ayer, sábado, la ví por la tele- ha sido Margarita Robles, gente instruida, oiga. La cuestión es no admitir lo evidente: «España» es un Estado políticamente fallido. Hablan de otros países como «Estados fallidos» y lo tienen delante de las narices.
Es más que probable que Sánchez, Robles, y no digamos el zoquete López o la gárrula Díaz, no hayan oído hablar jamás del «austromarxismo», algo no exigible al común de los mortales, pero sí a estos vividores mercachifles a cuenta del Estado.Tienen suerte que aquí estamos nosotros ejerciendo de «petetes». El origen del «austromarxismo», a principios del siglo pasado, fue el Partido Socialdemócrata de Austria con los Karl Renner (que llegó a Presidente), Max Adler, Hilferding (teórico del imperialismo rebatido por Lenin), y, sobre todos, Otto Bauer (1881-1938). Fueron ellos -los austromarxistas vieneses- quienes acuñaron la expresión «autonomía (nacional) cultural» dentro de la estructura de un Estado plurinacional cuyo objetivo era -igual que es el objetivo de Sánchez y cía- detener la trepidante desintegración del vetusto imperio Austro-Húngaro, es decir, preservarlo, evitar su caída, hacerlo durar, tal y como pretende el tetrapartidismo español y a mucha honra en este país llamado España (espero que se note la ironía). Y ello, repito, con tal de no admitir lo evidente, que Catalunya, Euskadi y Galicia son naciones… sin Estado, que son naciones oprimidas políticamente al margen de su renta per cápita, que lo que no existe es la entelequia llamada «España», pero sí su marco con su lucha de clases, es decir, no se lucha contra molinos de viento. Llámese «España» como se quiera, que eso no cambiará el marco, un cuestión «nominalista».
Bauer (no confundir con el contemporáneo de Marx, Bruno Bauer) casi excluía las clases y la lucha de clases en esas «autonomías culturales» que serían una «comunidad de destino» (José Antonio Primo de Rivera, copiándole, añadiría la célebre coletilla de «en lo universal», no quedándose atrás Ortega y Gasset) siempre bajo el capitalismo.
Unamuno (nada amigo de ningún tipo de «autonomía» en su tiempo y fue diputado en las primeras Cortes de la República) lo llamaba «regionalismo cultural» evocando su «patria chica» (sic), su Bilbao (el «Bocho») natal. El franco-falangista Fraga Iribarne hablaría -todavía lo puedo oír- de «peculiaridades regionales con su floklore y sanas costumbres», etc. Claro que Unamuno también dejó escrito (en 1908) que la unión impuesta por la fuerza «desde fuera» no vale.
Justo lo que pretende el fascismo español con respecto a Catalunya, pues, haya o no haya referéndum, lo que se demuestra, por si hacía falta, es el carácter fascista de este podrido Estado.
Arrivederci.