Siria obtendrá una victoria estratégica que cambiará Oriente Medio (y 2)

El año pasado, durante la construcción de un complejo inmobiliario en el centro de Nueva Sham, una ciudad satélite en las afueras de Damasco, hubo una polémica. El complejo tenía restaurantes, tiendas, instalaciones deportivas y, en el centro, juegos para niños y otras diversiones. ¿Cómo es posible que el Estado gaste tanto dinero en ese proyecto cuando la gente padece las consecuencia de la guerra?, preguntaban algunos. Otros decían que la vida continúa y que las familias deben seguir adelante. Tras el Ramadán, dice Anderson, vimos miles de familias en el complejo, muy apreciado por los niños.

Los procedimientos de seguridad se han normalizado. En los numerosos puestos de control del ejército, la gente espera con una paciencia destacable. Los sirios saben que están ahí por seguridad, en particular como consecuencia de las bombas en los vehículos y los camiones utilizados por los islamistas. Los soldados son eficaces pero humanos. A menudo intercambian conversaciones amistosas con la gente. La mayor parte de las familias tienen a uno o varios de sus allegados en el ejército y muchos han perdido a sus seres queridos. Los sirios no temen a los soldados, como en las dictaduras fascistas de Chile o El Salvador.

En el norte el alcalde de Lattaquié le dijo a Anderson que aquella provincia de 1,3 millones de habitantes, hoy cuenta con más de 3 millones, ya que ha absorbido a los desplazados de Alepo, Idlib y otras regiones del norte afectadas por las incursiones de los terroristas sectarios. La mayor parte viven en alojamientos del Estado gratuitos o subvencionados con su familia y amigos. Anderson confiesa haber visto a un grupo de unas 5.000 personas, muchas de ellas procedentes de Hama, en el complejo polideportivo de Lattaquié. En el sur, Sweida ha acogido a 130.000 familias desplazadas de la región de Deraa, doblando la población de la provincia. Pero es Damasco la que absorbe a la mayor parte de los 6 millones de personas desplazadas del interior y, con un poco de ayuda del ACNUR, el gobierno y el ejército son las principales organizaciones que se ocupan de ellos. Los medios occidentales sólo hablan de los campos de refugiados de Turquía y de Jordania, instalaciones controladas principalmente por los grupos armados.

El régimen que ataca a los civiles o bombardea a ciegas no es más que la propaganda islamista, que es sobre la que se apoya una gran parte de los medios occidentales. El hecho de que, después de tres años, la artillería y la aviación sirias no hayan arrasado zonas como Jobar, Duma y el norte de Alepo prueba la falsedad de las acusaciones contra el ejército. La próxima vez que los medios occidentales hablen de que los bombardeos ciegos del gobierno sirio han matado a “civiles” es casi seguro que proceda de fuentes islamistas.

Esta guerra se lleva a cabo sobre el terreno, edificio por edificio, con numerosas víctimas militares. Muchos sirios con los que Anderson ha hablado, dicen que desearían que el gobierno arrasara esas ciudades fantasma porque los únicos civiles que quedan allá son las familias y los colaboradores de los grupos extremistas. Pero el gobierno está procediendo con más prudencia.

Los Estados de la región comprenden lo que va a suceder y han comenzado a reconstruir sus lazos con Siria. Egipto y los Emiratos Árabes Unidos, hasta hace poco enemigos de Siria, están a punto de normalizar sus relaciones diplomáticas con Damasco, mientras Washington sigue lanzando sus mentiras sobre las armas químicas. Pero gracias al veto de Rusia no puede ampliar la escala de sus operaciones.

Los Emiratos Árabes Unidos, la más blanda de las monarquías del Golfo, mantiene lazos estrechos con Joe Biden, el vicepresidente de Estados Unidos, lo que le ha llevado a sostener al Califato Islámico. A pesar de ello, recientemente han detenido a decenas de islamistas que pretendían transformar la monarquía absolutista en un califato abslutista.

Egipto, que está en manos militares tras un efímero gobierno de los Hermanos Musulmanes que pretendía sumarse al ataque contra Siria, ahora es víctima de ellos; padece su propio terrorismo sectario y defiende la integridad territorial de Siria y la lucha del gobierno contra los terroristas.

Turquía ha querido poner a los Hermanos Musulmanes al frente de la guerra contra Siria, pero no ha logrado coordinar a todos los grupos que combaten al gobierno de Damasco. El propio Erdogan se enfrenta a un disidencia interna y no puede admitir muchas decisiones que están adoptando los anti-sirios. Washington ha tratado de instrumentalizar a los kurdos contra Damasco y Bagdad, mientras Turquía los considera como sus principales enemigos y los islamistas, incluidos los saudíes, los combaten como apóstatas. Por su parte, los kurdos tienen una autonomía notable con la aquiescencia de Irak y Siria.

El reciente acuerdo de Washington con Irán es importante porque la República islámica es el aliado regional más fuerte que tiene el gobierno de Damasco y un oponente firme a los takfiristas. La confirmación del papel de Irán en la región irrita a los saudíes e Israel, pero es una buena noticia para Siria. Un insólito encuentro del jefe de información de Siria, el general Alí Maluk con el ministro de Defensa saudí, el príncipe Mohammed Bin Salman, muestra que el gobierno sirio ha retomado las discusiones directas con el principal dirigente del terrorismo en la región.

Siria, concluye Anderson, está a punto de vencer porque el pueblo sirio ha sostenido a su ejército contra las provocaciones sectarias y porque ha llevado a cabo su propia batalla contra el terrorismo multinacional promovido por la OTAN y las monarquías del Golfo. Según Anderson, los sirios, incluidos los más piadosos sunitas, no aceptarán nunca el islam perverso, sectario, de cabezas cortadas, que promocionan las monarquías del Golfo.

La victoria de Siria tendrá amplias consecuencias, añade Anderson. Significa el fin de los cambios de régimen de Washington que, hasta el momento, han circulado por toda la región que va desde Afganistán hasta Libia, pasando por Irak. Más allá de los muertos y la miseria causada por esta guerra, vaticina Anderson, asistimos al nacimiento de un eje de la resistencia más fuerte. La victoria de Siria será también la de Irán y la de la resistencia libanesa dirigida por Hezbolá. Además, la guerra ha construido importantes lazos de cooperación con Irak. La incorporación progresiva de Bagdad a ese eje aclerará la humillante derrota de los planes para un nuevo Oriente Medio dominado por Estados Unidos, Israel y Arabia saudí. Esta unidad regional llega con un coste terrible, pero llega al fin y al cabo.

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