A primera vista, las fotografías de Martin Luther King y su séquito frente al Ayuntamiento de Nueva York no sugieren otra cosa que una alegre celebración pública. Tomadas el 17 de diciembre de 1964, apenas una semana después de que el dirigente de los derechos civiles recibiera el Premio Nobel de la Paz en Noruega, se ve al alcalde Robert F. Wagner recibiendo formalmente a King como si fuera un jefe de estado de visita. Más tarde ese mismo día, Wagner le entregó la Medalla de Honor de la ciudad a King, elogiándolo como “un gran estadounidense que ha regresado a casa tras un gran triunfo en el extranjero”.
Pero algunos detalles de las fotografías dejan claro que la persona detrás de la cámara albergaba una impresión mucho menos halagadora de King. Esto se debe a que las imágenes se conservan en los Archivos Municipales de la Ciudad de Nueva York de la Oficina de Servicios Especiales e Investigaciones, la antigua unidad de inteligencia política de la policía de Nueva York.
A simple vista, las imágenes son mundanas. King sale de un coche, recibido por dos hombres trajeados. En otra toma, King aparece con familiares y confidentes, entre ellos su esposa, la activista Coretta Scott King; su madre, Alberta Williams King; y su amigo y asesor Bayard Rustin, organizador de la Marcha sobre Washington. En una tercera toma, Coretta estrecha la mano de Wagner.
Ninguna de las 14 personas que aparecen de cerca muestra el más mínimo indicio de que se les está tomando una foto; nadie mira directamente a la cámara. Su falta de reconocimiento sugiere que quizá no se dieron cuenta de que estaban siendo fotografiados, y mucho menos por la policía. Pero su inclusión en los archivos del “Escuadrón Rojo” de la Oficina de Servicios Especiales deja clara la opinión de la policía de Nueva York.
Los archivos fueron descubiertos por primera vez en un almacén de Queens en 2016, más de tres décadas después del histórico acuerdo judicial Handschu que ordenó su puesta a disposición de los militantes sujetos de vigilancia por la policía de Nueva York, y dos años después de que una demanda interpuesta por la historiadora Johanna Fernández exigiera su divulgación. Hoy en día, los archivos del “Escuadrón Rojo” de la policía de Nueva York representan la colección más significativa de registros de inteligencia policial de acceso público en Estados Unidos.
‘El mentiroso más notorio de Estados Unidos’
Para la policía de Nueva York, los halagos públicos de Wagner a King importaron mucho menos que los comentarios desfavorables que hizo apenas un mes antes el principal funcionario policial del país, el director del FBI, J. Edgar Hoover. En noviembre de 1964, ante un grupo de periodistas, Hoover condenó a Martin Luther King como “el mentiroso más notorio del país”, criticando duramente al dirigente de los derechos civiles por su sugerencia de que el FBI solo investigaba con renuencia los ataques segregacionistas contra activistas de derechos civiles.
Los comentarios de Hoover pueden parecer pintorescos en nuestra época actual —en la que los políticos lanzan fusilerías repletas de blasfemias contra sus oponentes y el presidente de Estados Unidos publica vídeos generados por inteligencia artificial que lo muestran como un piloto de combate bombardeando con aguas residuales a manifestantes de No Kings—, pero ese insulto logró deslegitimar aún más a King y al movimiento por los derechos civiles ante las fuerzas del orden. Wagner pudo haber elogiado abiertamente a King, pero la policía de Nueva York lo vigiló encubiertamente. Les importaba un bledo lo que pensara su alcalde, porque veneraban al director del FBI como el principal policía del país.
Así como Trump demoniza hoy a los organizadores de izquierdas como “terroristas locales”, tanto los funcionarios federales como policías locales del sur y del norte condenaron a los militantes por los derechos civiles como alborotadores e insurrectos. Así como Trump desacreditó falsamente a Zohran Mamdani tachándolo de “comunista” en los últimos meses (antes de optar por no repetir las acusaciones en una reunión sorprendentemente amistosa con el alcalde electo en el Despacho Oval), los funcionarios difamaron a King tachándolo de “comunista”. Cuando el Departamento de Justicia de Trump acusa a sus enemigos políticos por cargos de fraude, funcionarios públicos de Alabama acusaron sin éxito a King de delitos graves por perjurio en la declaración de impuestos sobre la renta de 1960.
Pero ni la policía de Nueva York ni ningún otra policía local tuvieron que esperar a que los federales los animaran a espiar a King y sus aliados. Una percepción errónea común es que la policía local se conformaba con agredir físicamente a los manifestantes, dejando la sofisticada labor de vigilancia y difamación al FBI de Hoover. Sin embargo, la policía tenía mucha más experiencia en espiar y sabotear a activistas de lo que hemos reconocido, tanto que el infame programa Cointelpro del FBI contra los “extremistas negros”, iniciado en agosto de 1967, debería ser reconocido por federalizar los esfuerzos que los departamentos de policía locales ya habían emprendido para desmantelar el movimiento por los derechos civiles.
Mucho antes de que Hoover denunciara a King como mentiroso, la policía de Nueva York emitió un informe de vigilancia sobre la visita del dirigente de los derechos civiles a Harlem en 1958, al que le siguieron otros informes a principios de la década de los sesenta. Los organizadores de base que apoyaban a King también recibieron una atención no deseada. Mientras se preparaban para la Marcha sobre Washington —ahora ampliamente celebrada en todos los espectros políticos como un momento brillante para la democracia gracias al discurso “Tengo un sueño”—, los asistentes fueron vigilados por la policía.
La policía no se limitó a vigilar a los militantes por los derechos civiles. También desplegaron el engaño y la disrupción con la esperanza de paralizar el movimiento. Cuando Herb Callender, dirigente de una sección del Congreso de Igualdad Racial, se enfrentó a la violencia policial con protestas callejeras en Nueva York en 1964, Boss envió al espía encubierto Ray Wood para infiltrarse en el círculo íntimo del organizador del Bronx. Wood finalmente convenció a sus nuevos amigos para que participaran en un absurdo plan para llevar a cabo una detención cívica contra el alcalde Wagner en el Ayuntamiento, lo que resultó en la detención de Callendar y su ingreso en el pabellón siquiátrico de Bellevue.
En diciembre de 1964, tres días antes de que Boss fotografiara a King, Wood contactó con miembros del pequeño colectivo Frente de Liberación Negro. En poco tiempo, animó a tres militantes vagamente vinculados al colectivo a unirse a él en un descabellado plan para bombardear la Estatua de la Libertad. Wood les insistió durante semanas y convenció a uno de ellos para que se hiciera con una caja de dinamita comprada con fondos del departamento, lo que provocó su inmediata detención. En las portadas de todo el país aparecieron titulares entusiastas que detallaban los esfuerzos de Wood, y la cobertura incluyó una fotografía suya recibiendo un ascenso por su trabajo, con el rostro cuidadosamente apartado para proteger su identidad. En ese momento, el FBI asumió el control del caso y la fiscalía acusó formalmente a los hombres de delitos graves. Los tres fueron condenados basándose únicamente en la palabra de Wood y la caja de dinamita, y cada uno cumplió condena en una prisión.
El procesamiento de esos militantes marcó un hito en el proceso: los federales y la policía de Nueva York transformaron el movimiento por los derechos civiles, ampliamente tolerado y al que espiaban en secreto, en un peligroso movimiento extremista radical al que acusaron públicamente de delitos graves. Todo eso anticipó claramente no solo el Cointelpro, sino también los ataques coordinados locales y federales de hoy contra los antifascistas y “terroristas locales”.
Aquellas vigilancias tuvieron una trascendencia que va más allá de la mera historia. La policía local continúa utilizando armas de espionaje político contra los colectivos progresistas hasta el día de hoy. Durante el primer mandato de Trump, la policía de Los Ángeles, Minneapolis, Portland y Chicago vigiló a los mismos militantes antirracistas que el presidente denostó.
Hay pocas razones para pensar que estas investigaciones cesarán. Los manifestantes contra el ICE [policía de inmigración] y la guerra de Israel contra Gaza son objeto de una vigilancia continua por parte de las fuerzas del orden, sobre todo en Nueva York, donde el alcalde saliente se ha hecho eco de las críticas del presidente a las protestas contra el ICE [policía de inmigración], calificándolas de ataques a las fuerzas del orden. Además, los organizadores locales han intensificado sus peticiones para que la policía de Nueva York disuelva su Grupo de Respuesta Estratégica, una unidad secreta que continúa la labor de Boss asistiendo a las protestas y realizando vigilancias.
Los federales que atacan abiertamente a los manifestantes advierten a la policía que cometerían un error si no vigilaban e investigaban a los militantes. Los insultos y las calumnias dan paso a la vigilancia y la invasión de la intimidad, lo que a su vez sienta las bases para el acoso por parte de los funcionarios y, en algunos casos, deriva en procesos penales.
El tiempo dirá las medidas que va a tomar el gobierno contra los activistas a los que recientemente han tildado de “terroristas”. Pero no podemos perder de vista las acciones de las policías locales que recurren a los federales en busca de orientación, y debemos reconocer que las palabras falsas de un presidente, sin importar lo inverosímiles que sean, tienen consecuencias en la vida real para los militantes que las reciben.
Joshua Clark Davis https://theintercept.com/2025/11/29/mlk-nypd-surveillance-photos/