El recorrido: Marcha con su madre, Pepa, y sus hermanas María, Candelaria y Antonia. También les acompañan Eduardo, el esposo de María, y Alfonso, el novio de Candelaria y dos amigas del barrio de Capuchinos. Todos consiguen llegar a Almería, de donde parten en tren hacia al pueblo tarraconense de Torre del Español, de donde regresan terminada la Guerra Civil. Durante todo este tiempo su hermano Eduardo, de 10 años, permanece acogido en casa de una tía en Málaga.
Su historia. Entre las pretensiones de Ana María ese 7 de febrero de 1937 no estaban precisamente huir hacia ningún sitio. Recuerda que aquella mañana estaba aseándose y que su hermana Antonia, dos años mayor que ella, entró aterrorizada. “Mi familia estaba en la puerta de mi tía, desde donde se veían los Montes de Málaga. Yo estaba en mi casa muy tranquila lavándome los pies. En eso llegó mi hermana: ’Ana María, venga, sécate los pies, vámonos’, me dijo mi hermana. ‘¿Adónde nos vamos?, le pregunté. ‘Que están tirando bombas, que ya vienen los moros por ahí. De la puerta de la tita se ven los cañonazos y las luces. Y Alfonso ha dicho que nos vayamos y mamá no quiere, pero él le ha dicho: ‘Pepa, que tiene usted cuatro hijas, que vienen los moros!’”.
Pero su madre se resiste. Su hijo Eduardo está recuperándose en un sanatorio en Torremolinos de un pequeño accidente jugando a la pelota y no quiere marcharse sin él. Sus yernos deciden buscar una cabina para llamar al hospital y allí le dan una fatal noticia. “Nos dijeron que el niño se lo habían llevado a Rusia”.
Desolada, la madre consiente en abandonar la ciudad y, ya por la tarde, marchan todos en una pequeña camioneta que se queda sin gasolina a la altura de Rincón de la Victoria. “Mi cuñado entonces paró a uno que llevaba otro camión y le dijo que mi madre era una persona mayor y si se la podía llevar y dijo que sí”.
El resto del grupo prosigue caminando. “Con lo dormilona que era yo, yo creo que iba andando e iba dormida, porque yo iba que ya no podía”. La necesidad de comida se hace acuciante, pero Ana María recuerda especialmente la falta de agua. “Hubiera dado la vida por el agua; me dicen que con esa agua me voy a morir y me tomo el agua, porque es lo me faltaba, la comida es lo de menos. Encontramos queso de bola, seco, pero ni ganas de queso teníamos”.
En el paso del río Guadalfeo, Ana María contempla impactada cómo la corriente se lleva ante sus ojos a un niño de poca edad. “Se le cayó a una mujer el niño y la mujer quería cogerlo, pero el agua se lo llevó al angelito, tenía dos o tres años; y uno le dijo: ‘Señora, se va usted a ahogar también, deje usted a su hijo, déjelo, Dios ha querido que se lo lleve’. La mujer siguió adelante llorando”.
Los momentos más dramáticos de la huida los vive ya cerca de Almería. Los cañonazos hacen que el grupo se disperse y ella se adentra en el campo, donde le sorprende la noche. “Yo iba sola y empecé a andar. No se veía nada y yo andaba, pero no sabía por dónde andaba y me preguntaba que cuándo se iba a hacer de día. Estuve toda la noche andando y casi al amanecer me encontraron unos muchachos de la Cruz Roja que me echaron la linterna porque escucharon pasos y me dijeron: ‘Pero niña, ¿qué haces por aquí? ¡Si vas de vuelta para Málaga!”. Yo llevaba todas las piernas heridas de pinchos y me las curaron”. Los voluntarios de la Cruz Roja la acompañan a la carretera y se hacen cargo de ella hasta que llegan a Almería. Allí, justo en la entrada de la ciudad, se encuentra con Eduardo y Alfonso, sus dos cuñados.
“Yo llegué un día después que ellos a Almería, sin comer, sin beber, sin nada. Mi madre cuando me vio se desmayó. ¡Natural, si iba toda vendada! Y fue llegar a Almería y tirar bombas. No vi más que los escalones del Teatro Cervantes, que era donde estaba mi familia”. Allí, descubren que su hermano Eduardo no está en Rusia, sino en casa de una tía en Málaga. No volverán a verlo hasta después de la Guerra Civil.
Tarragona es la próxima parada en el camino de la familia, adonde llega apiñada en un tren de mercancías. En un pueblo de esta provincia, en Torre del Español, residirán hasta 1939, cuando deciden regresar a Málaga. “Llegamos sin un céntimo, pero nada de nada y sin casa, porque la habían ocupado otras personas”.
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