Eso que, indebidamente, se llama «clase política» -la española en este caso-, en lo concerniente a ese diapasón y piedra de toque que es y supone Catalunya (nos negamos a escribir «problema catalán» al igual que no decimos «conflicto vasco»), pelea, colegialmente, por ver quién la tiene más larga y demuestra ser más español -y patriota, por tanto- que nadie. El presidente Sánchez, en lugar de desmarcarse del ultramontanismo cazurro de lo que llaman las «tres derechas» (PP, C,s y VOX), decide competir por ver quién es más montaraz y basto: «Catalunya no será independiente nunca», le oímos decir a este figura que suscribió sin despeinarse con Rajoy, cuando era presidente, la aplicación del artículo 155 de la Constitución española a Catalunya. No les da para más, o así gobierna cualquiera.
Y es que con tal de no admitir que el sintagma «España» es un Estado políticamente fallido (gustan de hablar de «Estados fallidos» y lo tienen delante de sus narices), el (pen)último asidero de Sánchez ha sido volver a definir, muy de refilón (en 2017 se extendió más) y refiriéndose a Catalunya, como «nación cultural», como si hubiera una reedición de la finisecular Renaixença catalana. Se aviene, a trancas y barrancas, a aquilatar el concepto «España» como, o bien una «nación de naciones», lo cual es una antítesis, o bien un «Estado multinacional», lo cual es cierto, pero deja de serlo en cuanto se despoja a esas naciones de su quintaesencia básica: formar un Estado soberano.
Sospechamos que Sánchez -ni demás psociolistos de pacotilla- no haya oído hablar del «austromarxismo» de principios del siglo pasado cuyo origen fue el Partido Socialdemócrata de Austria con los Karl Renner (que llegó a Presidente), Max Adler, Hilferding, y, sobre todos, Otto Bauer (1881-1938) -no confundir con el amigo coevo de Marx Bruno Bauer-. Fueron ellos -los austromarxistas vieneses- quienes acuñaron la fórmula «autonomía (nacional) cultural» dentro de la estructura de un Estado plurinacional cuyo objetivo era -adviértase- detener la galopante desintegración del vetusto Imperio Austro-Húngaro, es decir, preservarlo, tal y como pretende la oligarquía española, españolista y españolizada. Y ello, repetimos, con tal de sostenella y no enmendalla y no admitir lo evidente, a saber, que Catalunya, Euskadi y Galicia son naciones… sin Estado, que son naciones oprimidas políticamente al margen de su renta per cápita, que lo que no existe es la entelequia llamada «España».
Bauer casi excluía las clases y la lucha de clases en esas «autonomías culturales» que serían una «comunidad de destino» (José Antonio Primo de Rivera añadiría «en lo universal») siempre bajo el capitalismo.
Sánchez, en realidad, y sin proponérselo, por supuesto, es un romántico que piensa en lo que Miguel de Unamuno (en absoluto favorable a ningún tipo de «autonomía» en su tiempo) denominara «regionalismo cultural» (y Fraga Iribarne «peculiaridades regionales» con sus sanas costumbres) evocando la «patria chica» (su Bilbao natal, su «Bocho»), pero también dejó escrito en 1908 que la unión impuesta por la fuerza «desde fuera» no vale. Pues eso.
Bona nit.