«No vayan si no quieren, pero dejen de tocarnos los coj…», reza pudorosamente el titular de un periódico que habla de la taurofilia del compositor y cantante Joaquín Sabina en contra de las manifestaciones más proanimalistas que anti-nada. Razones para estar en contra de la llamada «fiesta nacional» hay muchas y tampoco faltan argumentos a favor por parte de intelectuales y gente muy inteligente, sobre todo en la II República, que esgrimen no se sabe bien qué atavismos milenarios allá en los tiempos de maricastaña. No entraremos aquí.
Me detendré solo en la declaración de Sabina, bien simplista y pedestre, por cierto. Me recuerda el racismo latente o manifiesto entre las primeras oleadas de emigrantes que poblaron los Estados Unidos. Porque lo había. La aristocracia eran los ingleses, los escoceses y los irlandeses (casi todos metidos a «cops», los «maderos» de aquí); luego venían los escandinavos (suecos, daneses…) y los alemanes (grandes carniceros o diseñadores de aviones como Boeing); después los franceses y los eslavos; mucho más abajo los italianos (por eso tuvieron que dedicarse, cuando ya apenas quedaba sitio, a la extorsión y la «cosa nostra», no todos, claro está, ni mucho menos, como lo pinta el cine hollywoodiense); más abajo aún, los hebreos (los judíos) y los chinos; más abajo todavía, los portorriqueños y, por último, al final de la escala, lo adivinaron, los negros. ¿Qué harían con el gran poeta romántico ruso Alexander Pushkin cuyo abuelo era etíope (como el padre de Obama)?, se nos ocurre.
Hay, por supuesto, negros ricos, los menos, y negros pobres, los más, igual pasa con los judíos, ¿no es cierto? En los Estados Unidos, de siempre, el antisemitismo es un fenómeno corriente, aunque te apellides Spielberg. El clásico norteamericano «medio», que se dice, en el país de las hamburguesas, la sociología y las estadísticas, te dirá, cuando pasaba que a un judío -y no digamos a un negro- no se le permitiera la entrada en ciertos y selectos restaurantes -supongo que con los Rockefellers harían la vista gorda-, te diría que eso no es grave, «siempre podrá ir a otro restaurante u hotel o encontrar trabajo en otro sitio». ¿No es maravilloso? Problema resuelto: «tenemos otros hoteles y restaurantes confortables», concluiría este perfecto idiota que es incapaz de entender, tal vez no sea su culpa, ni comprender, que además del confort, existe la dignidad humana, la dignidad de la persona.
Pues bien, Sabina «razona» (¿?) igual que este probo ciudadano contribuyente y patriota norteamericano, eludiendo la cuestión de fondo: la moralidad o no de las corridas de toros por mucha tradición que tengan. Morirán cuando TVE no las retransmita, como pasó con el boxeo. Boxeo, por cierto, pelea entre hombres, mil veces más noble que la lidia entre un torero armado y un animal indefenso, un mamífero con su sistema nervioso que sufre igual que el humano cuando lo pinchan y estoquean. Una lid desigual. En el boxeo, al menos, no ponen a un peso pesado a pelear contra un peso pluma. Buenas tardes.
Muy bueno Bianchi….y que digan que no se te entiende. Breve y bueno dos veces bueno. Es así no?. Seguir con el buen trabajo. El Boca oido es un arma de destruction masiva contra el capitalism.
Muy bueno Bianchi….y que digan que no se te entiende. Breve y bueno dos veces bueno. Es así no?. Seguir con el buen trabajo. El Boca oido es un arma de destruction masiva contra el capitalism.