Quien quiera descargar el artículo en PDF, puede hacerlo desde aquí
Tomado de Mayéutica M-L
—
Una de las cuestiones más acuciantes y de mayor importancia para todo revolucionario que se proponga como objetivo la transformación radical del orden económico-social existente es el discernir la naturaleza del órgano que utiliza toda clase dominante para, a través del monopolio de la fuerza, conservar su dominación: el Estado. Y, obviamente, por necesaria que sea, no nos es suficiente con una definición general, que siempre resultará vaga y puramente formal.
¿Cuál es la naturaleza del Estado español? ¿Qué sistema de dominación corresponde al capitalismo monopolista que nos explota, embrutece y reprime salvajemente? Pero, antes que nada, ¿cuál ha sido el desarrollo de la lucha de clases desde la aparición del imperialismo? ¿Qué significación histórica tiene para el movimiento obrero la aparición delfascismo?
Suele haber una confusión muy extendida en amplios sectores del movimiento revolucionario(debido, sobre todo, al confusionismo que la labor de zapa de los carrillistas provocó, engendrando, por reacción mecánica, la profusión de las más peregrinas ideas pequeño-burguesas) con respecto a lo que es el fascismo, a su definición conceptual desde una posición científica, de clase. La mayoría, aterrados ante el infame recuerdo de los campos de exterminio y el sadismo nazi, reducen el fenómeno fascista a un determinado período histórico, ya superado, y a unos determinados países, acentuando hasta lo obsceno las particularidades, singularidades y excentricidades de cada caso para evadir el estudio de su naturaleza. Sin embargo, el fascismo es un fenómeno universal, que se manifiesta a través de determinados casos concretos según las particularidades históricas, culturales, sociales, psicológicas… de cada país. Otras corrientes, más preocupadas por debatir fútiles sutilezas que por agravar la lucha de clases en una orientación revolucionaria, se dedican a charlatanear, al tratar la cuestión del fascismo, sobre “ruptura de la Modernidad”, “terceras vías”… en fin, dejemos que se les sigan convirtiendo en duendecillos los dedos, y que sigan rebanándose los sesos intentando resolver contradicciones fantásticas a través de creaciones fantásticas. Para esa gente, la fuerza motriz de la historia son las ideas, y cuanto más innovadoras y transgresoras sean, mejor se cotizan.
Pero algunos seguimos prefiriendo, necios que somos, la definición del fascismo que los clásicos del marxismo-leninismo nos aportaron en su día. Y no contento con ello, henchido de carcomida y dogmática ortodoxia, me voy a permitir citar a Dimitrov, cuyos textos sobre el fascismo deberían ser estudiados por todas las generaciones de revolucionarios.
“La subida del fascismo al poder no es un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de la dominación de clase de la burguesía -la democracia burguesa- por otra, por la dictadura terrorista abierta.” (El fascismo y la clase obrera; Dimitrov)
Es decir, para empezar, no se trata de una simple modificación de la táctica de la burguesía, de los vaivenes entre la política liberal y la política conservadora, de los que hablaba Lenin a la hora de explicar que la táctica del partido obrero es variable. No se puede reducir, tampoco, a que la burguesía, en un momento de agudización de la lucha de clases y de desarrollo del movimiento obrero, trate, de forma transitoria, de defender su dominio y sus sempiternos privilegios a través de la violencia sistemática. No se trata de un cambio de gobierno. Se trata, por el contrario, de una modificación en la naturaleza del Estado burgués, de un salto cualitativo de un sistema de dominio burgués a otro; de la misma forma que el imperialismo es la última y decadente etapa del capitalismo, de la misma forma que el monopolismo, las cooperativas, el capitalismo de Estado… suponen la negación del capitalismo dentro de los estrechos marcos del propio capitalismo (una negación que se niega a sí misma) también la superestructura estatal se ve afectada por la entrada del capitalismo en su última fase: a la concentración económica le acompaña la concentración política, la democracia burguesa es negada dentro del marco del dominio burgués. Es el dominio de un muerto viviente, al que le falta un sepulturero histórico. Es el fascismo. (besar a un burgués es besar a un fascista, decían las calles 68eras, no sin razón)
Resulta necesario realizar un esbozo histórico general que explique el tránsito de la democracia burguesa al fascismo a través del desarrollo de las contradicciones internas del capitalismo y su manifestación social en el exarcebamiento de la lucha de clases, tomando como premisa la definición que diera Lenin sobre la época en la que estamos inmersos, cuya definición nos impone las tareas y medios necesarios para alcanzar nuestro objetivo de suprimir las clases y sus antagonismos. La época del imperialismo agonizante, antesala de la revolución socialista.
Habremos leído muchas veces, cuando nos repasamos el “Manifiesto del Partido Comunista”, aquello de que la clase obrera es la única clase verdaderamente revolucionaria. Este genial descubrimiento de Marx y Engels, que fueron capaces de vislumbrar en la sufrida (y, considerada por aquellos entonces, en el más magnánimo de los casos, como una clase de desgraciados sufridores, en el peor como populacho vil que bien se merecía su oprobioso destino) clase obrera la portadora de un modo de producción nuevo, cualitativamente superior a la etapa capitalista de la sociedad humana, se convierte en manos de muchos matuteros de feria en una fórmula esquemática, despojada de toda situación concreta, caricaturizando así las verdaderas concepciones del socialismo científico.
Porque, obviamente, hubo una época en que la burguesía era revolucionaria. Hubo una época en que clamaba con tanto ardor, con tanta vehemencia contra el yugo secular del clero, contra la infamia de las degeneradas monarquías, por la más hermosa igualdad frente a la denigrante y odiada división estamental… que parecía que del mundo, tal como se conocía hasta entonces, no iba quedar piedra sobre piedra. Y, precisamente, el sentido de toda clase revolucionaria es que, mientras lo es, mientras dura su etapa histórica ascendente sus intereses particulares de clase coinciden con los intereses generales de la sociedad: la burguesía se convirtió en la representante oficial de todas las fuerzas sociales enfrentadas al absolutismo feudal (que era tan irracional, tan despojado de necesidad que debía ser suprimido, como hoy el capitalismo). Por lo que, inevitablemente, al arrasar con todas las venerables instituciones del medioevo, al acabar con las sujeciones de la servidumbre y de la gleba no tuvo más remedio que crear unas instituciones democráticas, con unas libertades y derechos que, coincidiendo con sus intereses en su lucha contra la aristocracia, también iban a servir, durante determinada etapa, al tercer contendiente que aparece en la escena social indisolublemente unido al desarrollo capitalista, y que lleva en su seno su superación: el proletariado.
Por ello Lenin indicaba que la república democrática (en aquellos países donde la burguesía derrocó a la nobleza por la vía revolucionaria) es el mejor envoltorio del capitalismo, precisamente porque, debido a las instituciones democráticas creadas por la burguesía en su lucha revolucionaria, la clase obrera podía realizar un trabajo político abierto, de masas que lograra poner al desnudo la división de la sociedad en clases, sus antagonismos y que sirviera para acumular fuerzas revolucionarias a través de la propia legalidad impuesta por la burguesía. A eso, y a nada más que a eso, es a lo que se refiere Engels en su célebre prólogo a la obra de Marx “La guerra civil en Francia”, donde describe que la clase obrera, en aquellos momentos, conseguía más avances y éxitos a través del parlamento y la prensa que a través de las barricadas, y que era necesario utilizar la legalidad, las instituciones burguesas contra esas mismas instituciones. Hasta aquí, como sabemos, el pretexto que han repetido siempre los reformistas de todos lo colores y pelajes para justificar su traición a los principios revolucionarios y ser cómplices de la explotación asalariada siendo partícipes del cretinismo parlamentario. Pero Engels aún no había acabado su exposición y aclaraba que la burguesía, ante el desarrollo de la lucha de la clase obrera por su emancipación, no tendría más remedio que romper su propia legalidad. Entonces, la clase obrera, roto por los partidos del orden y la ley el orden y la ley, no tendría ningún inconveniente ni estorbo en volver a las barricadas.
¿Cuándo rompe la burguesía su propia legalidad? ¿Cuándo resquebraja y despoja de sus funciones a las instituciones que podían servir al proletariado para luchar contra esas mismas instituciones? Hay un momento en el desarrollo histórico del capitalismo, en el que éste pasa de su fase ascendente, progresiva a su fase de decrepitud y putrefacción; en el que pasa de ser un estímulo poderoso para el desarrollo de las fuerzas productivas que lo engendraron a una traba insoportable: la acumulación capitalista, por su propia dinámica interna, concentra el capital transformando el libre cambio en monopolismo; el capital industrial se funde con el bancario, dando paso al capital financiero, cuyos miembros más poderosos pasan a formar la reducida oligarquía financiera, que pone bajo su férula toda la vida económica, política y social; la exportación de capital se vuelve fundamental, convirtiendo al capitalismo en un monstruoso sistema de opresión del mundo por un puñado de naciones imperialistas, lo que acentúa sus rasgos parasitarios y rentistas; todas las contradicciones intrínsecas al capitalismo se agravan, alcanzan su paroxismo; el gran capital monopolista se encuentra cada vez ante más problemas para contrarrestar la tendencia decreciente de la cuota de ganancia y para la realización de la plusvalía, la lucha por los mercados, las materias primas, las esferas de influencia, los intereses geoestratégicos… pasan a un primer orden: la propia naturaleza del imperialismo empuja hacia el reparto del mundo, en un mundo ya repartido. A esta época, el imperialismo, Lenin la describió, en términos políticos, como una tendencia a la reacción. Pues bien, es tras la entrada del capitalismo en su fase imperialista y, no menos importante, tras la experiencia que supuso en el terreno de la lucha de clases para la burguesía mundial el triunfo de la Revolución de Octubre, cuando la oligarquía financiera acelera el proceso de liquidación de los resquicios legales que podría utilizar la clase obrera en su lucha por instaurar su dominación de clase, proceso que culminará con el ascenso al poder del fascismo durante la década de los 20 y 30. Ya antes, en los países en los que la burguesía había seguido una vía de componendas con la nobleza terrateniente, empezaban a surgir, bajo formas jurídicas, los primeros gérmenes del sistema de dominación burgués que corresponde al imperialismo. En Alemania, tras la unificación de 1871 por la vía prusiana, surgieron varios juristas (Laband y Jellinek; Duguit en Francia) que afirmaban que el concepto de soberanía popular no era más que una abstracción y que, por lo tanto, la soberanía debía residir en el Derecho el cual, faltaría más, siempre expresa, a través de semejantes juristas e ideólogos, las relaciones burguesas y su ordenación de la propiedad. Precisamente, ése es el origen de los hoy cacareados hasta la saciedad Estados de Desecho (* tras la ejecución de Carrero Blanco, también los jerifaltes del fascismo franquista hablaban de los instrumentos del Estado de Derecho que poseían para combatir al terrorismo… curioso, verdad?). El Derecho clásico, liberal se fundamenta en que reconoce derechos incluso a sus enemigos, a los que se oponen a él. Es decir, juzga hechos concretos jamás los fines u objetivos. La forma de la división de poderes, su ordenación jerárquica, podríamos decir, colocaba al legislativo en posición dominante con respecto al ejecutivo y al judicial, los cuales se limitan a realizar lo que dicta el legislativo, de donde emana la voluntad y soberanía popular. Incluso la burguesía victoriosa, en un alarde de democratismo, reconocía el único derecho en el que descansan todos los Estados modernos: el derecho a la rebelión, a la resistencia. La burguesía revolucionaria no podía conculcar ese derecho porque ella había alcanzado el poder político precisamente por vía revolucionaria y esto se manifestó en el Derecho liberal. Pero el avance impetuoso del proletariado, consciente de sí mismo, a través de la propia legalidad que la burguesía había tejido a su medida le hizo recular en su desprendido democratismo. Así lo describió Reinhard Kühnl: “Cuando, en el curso del siglo XIX, los representantes de las masas trabajadoras comenzaron a entrar en número cada vez mayor en los Parlamentos, el principio de la soberanía popular amenazó con volverse contra la misma burguesía. Ahora, el ejecutivo era, a los ojos de la burguesía, un factor político con cuya ayuda tal vez conseguiría poner coto a los peligros de la democracia… Tarea no menos importante era la de inmunizar a la administración de justicia contra la influencia de la voluntad popular”. La burguesía temía que el proletariado, consiguiendo una mayoría en el legislativo, transformara radicalmente el orden económico-social. La Revolución de Octubre confirmó a la burguesía mundial el peligro real que suponía la lucha revolucionaria de la clase obrera. Pasó a la reacción, a liquidar los restos de democracia burguesa que aún quedaban. Uno de los fenómenos más característicos tras Octubre es la proliferación de los Tribunales Constitucionales y el declive de las teorías positivistas del Derecho “Después de la caída del Estado monárquico autoritario-continúa Kühnl-, la teoría positivista del Estado y del Derecho no bastaba ya para garantizar la hegemonía burguesa. El positivismo, que aceptaba la ley estatal como norma suprema independientemente del contenido, sólo podía seguir constituyendo una teoría adecuada en tanto el poder estatal y legislativo continuaran en manos de las fuerzas antisocialistas. Pero después de la institución de la democracia parlamentaria existía el peligro de que las clases inferiores pudieran alcanzar una influencia decisiva en el Parlamento y modificar así, a través de la legislación, el orden social. No es, por consiguiente, casualidad que, después de 1918, el positivismo perdiera su posición de privilegio en la teoría burguesa del Derecho público[…]Es cierto que ya antes se habían elaborado teorías que intentaban reforzar el poder de la justicia…[…]Resulta comprensible que hasta después de 1918 no se impusieran teorías que intentaban desautorizar al legislador: algunos profesores de Derecho natural declararon abiertamente que el legislador no podía en modo alguno estructurar a su capricho el orden social, sino que estaba obligado a respetar ‘normas superiores’, que, examinadas de cerca, se comprobaba eran siempre las normas de la sociedad burguesa y de su ordenación de la propiedad. Intérpretes de estas normas fueron los profesores de Derecho público que, por su origen y condición social,por sus intereses y mentalidad, reunían todas la garantías necesarias. Los jueces invocaron su derecho a comprobar que todas las deliberaciones de la Asamblea Nacional estaban de acuerdo con la Constitución y, llegado el caso, a rechazarlas como no válidas. […]Esa forma de división de poderes, que erigía el tercer poder en instancia superior de control frente a la representación popular, convertía ciertamente la democracia en una farsa” Es lo que acabó imponiéndose en todos los países Imperialistas, cuya expresión jurídica más diáfana es el artículo 18 de la Ley Fundamental de Bonn, que niega el ejercicio de derechos a quien se enfrenta al orden constitucional. En el Estado español el artículo 55.2 de la Constitución, por ejemplo, no es más que el Decreto antiterrorista de agosto del 75 (que se mantuvo hasta el año 79, en que fue sustituido por la también draconiana Ley de Seguridad Ciudadana), que legaliza el estado de excepción permanente, la «normalidad» con la conculcación y violación de los derechos fundamentales y las libertades políticas y civiles e introduce (o, más bien, conserva, continúa) los procesos penales y procesales basados en la sospecha, la analogía y la interpretación subjetiva. O el artículo 22.2 de la Constitución, que considera asociaciones ilegales las que persigan fines ilegales, por lo que la propia Constitución se convierte en un instrumento penal para la represión de la actividad política. Si antes toda la actividad política estaba subordinada a los Principios Fundamentales del Movimiento (es decir, todo lo que no aceptara ése referente político externo era delito) ahora lo está a la Constitución. O, en fin, la legislación antiterrorista que define y tipifica el terrorismo basándose en que busque subvertir el orden constitucional o alterar la paz pública. Ni que decir tiene que nos encontramos ante las antípodas de la democracia burguesa.
Es decir, que el fascismo es la forma de dominación, la expresión estatal de la dictadura de la oligarquía financiera, dictadura que adopta una forma terrorista abierta y que se podría definir como la contrarrevolución organizada permanentemente, el blindamiento de los Estados imperialistas con todo un arsenal de leyes represivas, antidemocráticas y de excepción, para evitar que, tras la acumulación de fuerzas revolucionarias a través de la legalidad y las instituciones burguesas, le volviese a pillar desprevenida (a la oligarquía) un conato o estallido insurreccional a lo Octubre. La falta de comprensión por parte del Movimiento Comunista Internacional del paso de un sistema de dominio burgués a otro y la consiguiente modificación en cuanto a las formas de lucha, no sabiendo encuadrar y subordinar las viejas formas correspondientes a la anterior etapa del desarrollo del capitalismo y del movimiento obrero a las nuevas formas que se desprenden de la actual fase del capitalismo, es lo que explica la obcecación inicial por parte del MCI de extrapolar mecánicamente y repetir la vía insurreccionalista, tomando como modelo esquemático la Revolución de Octubre (sin tener en cuenta que las particularidades de aquella revolución que estremeció al mundo es casi imposible que se vuelvan a dar), con tantos fracasos como intentos habidos. Después, tras los diversos intentos ahogados en sangre, en lugar de organizar, potenciar y situar en lugar primario las nuevas formas de lucha y organización que corresponden a la fase imperialista (como hiciesen Lenin primero y Mao después, manteniendo vivo el espíritu revolucionario del marxismo, en lugar de aferrarse a su letra muerta y a fórmulas escolásticas, como todos los revisionistas), el abigarrado y vacilante MCI volvió a desenfundar el decrépito arsenal de la anterior etapa de la lucha de clases, profesando todas las formas de lucha (parlamentarismo, pacifismo, los medios legales, la lucha sindical clásica…) ya asimiladas y neutralizadas por la oligarquía financiera. Era pólvora, sí, pero ya estaba mojada. Semejante política, a nivel internacional, estaba justificada en la década de los 20, con el mundo inmerso en un período de repliegue revolucionario (de ahí la consigna del frente único y de ir a las masas, estrategia propuesta por los comunistas alemanes, que se chocaban una y otra vez en los intentos de organizar una insurrección victoriosa en un Estado imperialista desarrollado) y en la década de los 30, cuando la defensa de los vestigios que aún persistían de democracia liberal-burguesa pasó a tener en la clase obrera su única y consecuente valedera, frente a la pusilanimidad y complicidad de la burguesía democrática, no monopolista y la socialdemocracia. Pero, tras la II GM, la derrota del nazi-fascismo y el militarismo japonés y al calor del auge y consolidación de los movimientos de liberación nacional en los países coloniales y de la instauración de regímenes de República Popular en el Este de Europa y China, parecía que la clase obrera de los países imperialistas podría recoger los frutos que su abnegado y heroico sacrificio en la dirección de la resistencia antifascista parecían garantizar… omitiendo que la base económica imperialista se mantenía incólume, que la misma oligarquía financiera que había auspiciado la ignominia nazi-fascista continuaba detentando el poderío económico y todos los resortes del poder político y estatal. Olvidaban lo que certeramente señalase Dimitrov al respecto: «Considerar el fascismo como un fenómeno temporal y transitorio que dentro de los marcos del capitalismo podría ser reemplazado por el restablecimiento del viejo régimen democrático-burgués […] es hacerse ilusiones vanas”(Acerca de las medidas de lucha contra el fascismo y los sindicatos amarillos. Intervención en el IV Congreso de la Internacional Sindical). Y la oligarquía financiera, inservible y superfluo ya el fascismo de viejo cuño, pasó a integrar en su sistema de dominación a la socialdemocracia, como un epígono más, a la par que instauraba en todo el mundo la dictadura de los estados de excepción permanentes, las Doctrinas de Seguridad Nacional, las estrategias contrainsurgentes y los Estados policíacos. A esta contrarrevolución organizada de forma permanente vendrían los revisionistas a ofrecerle sus canallescos y pérfidos servicios, con la usurpación, en el año 56, por parte de la camarilla revisionista de Jruschov de la dirección del PCUS y la plataforma ideológica y política que supuso para el revisionismo internacional el XX Congreso del PCUS. Pese a que, a grandes rasgos, la línea política y la estrategia del MCI fue correcta y justa en las décadas de los 20 y 30, sabiéndolas adaptar a las condiciones concretas de dichos períodos, no se supo discernir la tendencia histórica general hacia la reacción y, en base a ello, trazar una estrategia que correspondiese a las nuevas condiciones (labor que correspondió, en gran parte, a Mao Zedong y al PCCh), lo que fue aprovechado por la línea revisionista para absolutizar los métodos pacíficos, legales y parlamentarios y atar al movimiento obrero a las formas de lucha y a la estrategia correspondientes a la etapa del desarrollo pacífico del capitalismo. Para ello, intentaron pasar de matute la caduca morralla bernsteiniana como la última palabra del marxismo-leninismo. Así, ideuchas y prejuicios revisionistas del tipo tránsito pacífico al socialismo, las vías parlamentarias y el misticismo y veneración hacia la legalidad siguen floreciendo, como mala hierba, en el seno del movimiento obrero y popular.
¿Cómo abordaron Lenin y los bolcheviques, en el terreno del desarrollo histórico de la lucha de clases y las formas y métodos de lucha que de éste se desprenden, la cuestión del tránsito de la época del capitalismo premonopolista a la época imperialista? ¿Cuál es el indisoluble nexo entre el imperialismo, el fascismo y el revisionismo reformista?
“La bancarrota de la II Internacional es la bancarrota del oportunismo socialista. Este último es producto de la precedente época «pacífica» de desarrollo del movimiento obrero. Dicha época ha enseñado a la clase obrera medios de lucha tan importantes como la utilización del parlamentarismo y de todas las posibilidades legales, la creación de organizaciones económicas y políticas de masas, de una amplia prensa obrera, etc.. Por otra parte, dicha época ha engendrado la tendencia a negar la lucha de clases y a predicar la paz social, a negar la revolución socialista, a negar por principio las organizaciones clandestinas, a admitir el patriotismo burgués, etc..” (Resoluciones sobre la guerra imperialista, POSDR, 1915)
Al desarrollo pacífico del capitalismo premonopolista (teniendo en cuenta siempre que todo desarrollo capitalista es a través de contradicciones, antagonismos de clase, luchas y explotación), coincidiendo con la época en el que el capitalismo aún era un modo de producción vital y en ascenso, y la burguesía una clase que, históricamente, aún podía aportar algo positivo a la humanidad, le correspondía un sistema de dictadura burguesa que, por su contenido y forma, podían ser utilizadas por el proletariado como clase políticamente independiente para acumular fuerzas en preparación de la ulterior toma del poder político. Precisamente, no es que el revisionismo como corriente, como fenómeno internacional hunda sus raíces en un error teórico, en una incomprensión del marxismo o en la ignorancia o perversidad de algunos dirigentes. El revisionismo es un fenómeno mundial que coincide con la aparición del imperialismo; de la necesidad de la oligarquía financiera de integrar en su sistema de dominación a la clase obrera para neutralizarla e intentar frenar la tendencia histórica hacia la revolución socialista. Y esto se sustenta, o tiene sus premisas, en los siguientes aspectos:
– como base social, las capas de la aristocracia obrera sobornada y corrompida al calor de las superganancias imperialistas; y la pequeña-burguesía en proceso de proletarización por la concentración de capital y el aumento de la composición orgánica de capital
– diversificando su ideología, viéndose obligada la oligarquía financiera a disfrazarse de marxista para poder penetrar con su ideología y política en el seno del movimiento obrero
El revisionismo no es un fenómeno ajeno, desligado del socialismo científico y del movimiento obrero. Se trata de una hinchazón, de la totalización de una fase concreta por la que tuvo que atravesar el movimiento obrero, caracterizado por el desarrollo pacífico, la extensión de la democracia burguesa y la sustitución de las conspiraciones, las sociedades secretas y la lucha abierta de barricadas por la participación en el parlamento, la difusión legal de prensa y, en última instancia, la huelga política de masas como estrategia para el derrocamiento del poder burgués. Y con esos métodos se avanzó tanto, se extendió en tal magnitud el movimiento obrero y la influencia de los partidos orientados por el marxismo que, en lugar de saber, en todo momento, combinar absolutamente todos los métodos y formas de lucha para fundirlos en un sólo torrente por la revolución socialista, se ató al movimiento obrero a aquellas formas y cuando dejaron de ser válidas, cuando fueron asimiladas por la burguesía todas aquellas fórmulas anquilosadas que vendía la socialdemocracia como panaceas revolucionarias válidas para todas las épocas y lugares, ésta ya no pudo evitar su total bancarrota, no pudo enmascarar que había envilecido de tal forma el marxismo, despojándolo de su espíritu esencialmente crítico y revolucionario, que se había convertido, de destacamento obrero de vanguardia en epígonos de la burguesía, en lugartenientes de la burguesía en el seno de la clase obrera. Fue a Lenin y los bolcheviques a quienes les correspondió, casi en solitario, restituir los principios revolucionarios del marxismo, romper con los desfasados esquemas que había sido elevados a la categoría de dogmas por la carcomida ortodoxia de la II Internacional y encuadrar las viejas formas de lucha del movimiento obrero en las nuevas que las condiciones de surgimiento del capitalismo monopolista iba estableciendo, sirviendo a éstas. Así describía Stalin la cuestión al definir los fundamentos del leninismo: «El imperialismo es la omnipotencia de los trusts y de los sindicatos monopolistas, de los bancos y de la oligarquía financiera de los países industriales. En la lucha contra esta fuerza omnipotente, los métodos habituales de la clase obrera -los sindicatos y las cooperativas, los partidos parlamentarios y la lucha parlamentaria resultan absolutamente insuficientes. Una de dos: u os entregáis a merced del capital, vegetáis a la antigua y os hundís cada vez más, o empuñáis un arma nueva: así plantea la cuestión el imperialismo a las masas de millones de proletarios»
Sólo así, enfocando la lucha de clases como un proceso histórico, sin caer en la estrechez de miras ni en una concepción empirista de la práctica, y teniendo una comprensión de las leyes dialécticas del movimiento podremos sintetizar, estructurar y organizar la experiencia histórica de la lucha de clases y discernir la naturaleza de los Estados monopolistas modernos y las formas de lucha que corresponden a la etapa de desarrollo en que nos encontramos. Sólo a través de la comprensión de que las formas que adopta la lucha de clases están indisolublemente ligadas a la época general en que nos encontramos, que con el tránsito al Imperialismo hay también un cambio en éstas y que debemos desechar, despojarnos de todo lo que haya de anticuado, estéril y fosilizado en las viejas formas de lucha y tomar lo que aún nos pueda servir, sabiendo que sólo nos podrán ser útiles en la medida en que queden encuadradas y subordinadas a las nuevas formas de lucha.