Las criptomonedas, como el bitcoin, están fuera del radio de alcance de las instituciones financieras del imperalismo. Las transacciones las hacen directamente las empresas, sin la necesidad de que intervenga ninguna institución o banco.
Por ello constituyen una buena oportunidad para Rusia, lo mismo que para Venezuela, de eludir las redes trabadas desde Bretton Woods y el dólar en 1945, así como las sanciones y el bloqueo económico.
A principios de 2017 Putin se entrevistó con el diseñador de una de las monedas virtuales, ethereum, Vitalik Buterin. Sin embargo, en junio del año pasado, el Presidente ruso se mostró cauteloso, ya que “las monedas virtuales son un fenómeno que apenas está desarrollándose a nivel internacional”.
“Rusia no puede tener su criptomoneda, al igual que ningún otro territorio debería tenerla, pues cuando hablamos de monedas digitales, esto es debido a que es un asunto que va más allá de las fronteras de la nación y no inherente de nuestra jurisdicción. El Banco Central cree que las criptomonedas no pueden ser medios de pago y liquidación, no pueden ser un medio de acumulación y no están garantizadas por nada. Es por eso que nuestro enfoque debe ser cauteloso durante este período”.
El bloqueo económico del imperialismo es lo que progresivamente ha hecho cambiar de opinión a Rusia. A finales de 2017 el ministro de comunicación Nikolai Nikiforov anunció el posible lanzamiento de un “criptorublo”. Además, el Ministerio de Finanzas iba a estudiar medidas para el lanzamiento, comercio, inversiones y almacenamiento de criptomonedas en el territorio.
Este cambio de actitud es muy significativo porque el año pasado vio caídas espectaculares de todas las criptodivisas, incluido el bitcoin. La baja en la cotización corrió paralela a una compra creciente de bitcoins en Rusia y durante el Mundial de fútbol, los extranjeros pudieron pagar con criptomonedas en muchos establecimientos, como los hoteles.