Esta semana se ha celebrado en Moscú un foro de inversores en el que Putin pronunció unas palabras contra las acusaciones “totalmente infundadas” y afirmando que Rusia no era culpable de “todos los pecados mortales y de todos los crímenes”.
Se refería, entre otras, a las recientes acusaciones de crímenes de guerra por los bombardeos rusos contra las posiciones yihadistas en Alepo.
La culpabilización tanto de la URSS, mientras existió, como de Rusia, en la actualidad, está muy arraigada en un país, como España, que hace décadas que no respira otra cosa que fascismo, que corre el riesgo de convertirse en una auténtica tradición, como la Semana Santa o las corridas de toros.
España tiene la patente de la culpabilización de Rusia. En 1941, dos días después del ataque de Alemania contra la URSS el ministro franquista, Ramón Serrano Súñer, pronunció un discurso desde la sede del Movimiento Nacional, situado en la castiza calle de Alcalá. Acababa de terminar una manifestación fascista contra “Rusia” y el ministro gritó desde el balcón:
“Camaradas, no es hora de discursos; pero sí de que la Falange dicte en estos momentos su sentencia condenatoria”, dijo. Luego continuó en medio de los aplausos de las hordas enardecidas por el ataque nazi:
“¡Rusia es culpable! Culpable de nuestra guerra civil. Culpable de la muerte de Jose Antonio, nuestro fundador, y de la muerte de tantos camaradas y tantos soldados caídos en aquella guerra por la agresión del comunismo. El exterminio de Rusia es una exigencia de la historia y del porvenir de Europa”.
Si tuviéramos memoria histórica nos daríamos cuenta de que, después de 75 años, las cosas no han cambiado tanto. Lo mismo que ahora, entonces “Rusia” también era culpable, una frase que fue destacada por la prensa franquista, que era idéntica a la actual: cualquier información sobre la guerra que no procediera del III Reich y sus aliados estaba prohibida, silenciada y perseguida.
La frase de Serrano Súñer se convirtió en la consigna de la División Azul. El 13 de julio los primeros fascistas partieron en tren hacia “Rusia” desde la Estación del Norte de Madrid y el ministro volvió a arengar a las tropas que salían a aplastar al Ejército Rojo: “Vais a defender los destinos de una civilización que no puede morir, y a contribuir a la fundación de la unidad de Europa. Vais a combatir junto a las mejores tropas del mundo”.
Los fascistas ya pensaban en construir la Unión Europea, una “nueva” civilización que se debía lograr a costa del exterminio de la URSS-Rusia. El diario oficial de la falange, Arriba, publicó un editorial titulado “Guerra por la causa de Europa”.
A pesar de la propaganda aquella movilización fue un fracaso. Los franquistas se habían comprometido a reclutar 17.000 voluntarios, pero no lo lograron. Sólo llevaron 9.154 efectivos al frente y el ejército tuvo que contribuir con otros 7.292 un poco menos voluntarios.
Todo para pagar la deuda que los franquistas habían contraído con Hitler por su apoyo durante la guerra civil. Los fascistas pagan en esa moneda: con carne de cañón.
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