El complejo militar industrial de Rusia ha desarrollado una nueva versión mejorada del TOS-2, un lanzacohetes con ojivas termobáricas múltiples TOS-3, llamado “Dragón”, cuyos efectos son similares a los de un lanzallamas.
Utiliza la misma munición que el TOS-1, es decir, cohetes de 220 milímetros con una ojiva de 45 kilos y un alcance de entre 400 metros y 6 kilómetros.
El coronel Markus Reisner, del Ministerio de Defensa austriaco, asegura que el TOS-3 puede disparar misiles a una distancia de hasta 15 kilómetros. Por lo tanto, no puede ser derribado por drones ucranianos con visión en primera persona (FPV).
El arma tiene una capacidad destructiva extrema. Una sola salva de un TOS-1A puede arrasar una superficie de hasta 40.000 metros cuadrados, aproximadamente 200 por 200 metros.
Está diseñada para incinerar a las tropas e incendiar instalaciones de todo tipo. Puede convertir varias manzanas de una ciudad en ruinas humeantes. Pero son particularmente letales contra las tropas que se refugian en fortines, trincheras, cuevas o edificios, ya que la onda expansiva y el vacío generado penetran en estructuras donde las armas convencionales serían menos efectivas. En valles o áreas cercadas, las ondas reflejadas amplifican el daño.
No es posible esconderse. La explosión termobárica crea una bola de fuego y una onda de choque que vaporiza cuerpos humanos, aplasta órganos internos y consume el oxígeno circundante, matando por asfixia a quienes no mueren directamente por el impacto. Generan una combinación de calor intenso y una onda de presión devastadora al detonar una mezcla de combustible y aire, lo que las distingue de los explosivos convencionales.
Se utilizan en combates a corta distancia o en entornos urbanos. En Siria su eficacia contra fortificaciones yihadistas fue notable y en Ucrania el TOS-1A ha vaporizado las posiciones ucranianas, causando bajas masivas.