Como he escrito en anteriores ocasiones, hace ya muchos años que se está primando el concepto de enfermedad y olvidando el concepto de salud, con lo cual todo el ejercicio sanitario ha estado dedicado a aliviar algunos síntomas, oscureciendo al mismo tiempo las causas del malestar para no incordiar a los responsables ya que ello implicaría poner sobre la mesa la totalidad del sistema productivo, es decir el sistema de producción capitalista.
Pero los llamados sistemas de salud en el capitalismo tienen una función básica: el mantenimiento de la maquinaria humana, con lo cual hasta hace ya bastantes años fue preciso disponer de unas estructuras médicas para recomponer la mano de obra existente, debido a que el llamado “ejército de reserva”, es decir las multitudes que esperan ansiosas un puesto de trabajo, era minúsculo comparado con las necesidades productivas operadas por un gran número de personal. Era necesario incrementar los gastos para dicho sistema aunque supusiera un costo adicional en los presupuestos, tanto estatales como patronales.
Al mismo tiempo se necesitaba una mano de obra mínimamente escolarizada, educada y disciplinada, capaz de interpretar planos, esquemas, operaciones matemáticas, métodos y tiempos, etc. Para ello un sistema educativo que respondiera a dichas necesidades dirigido en su mayor parte al futuro proletariado asalariado. Y en menor parte dirigido a los que deberían ocupar puestos de responsabilidad directiva. Aquí también se incrementaron los presupuestos.
¿Cuáles eran las bases del sistema educativo y sanitario concebido como suplemento de la productividad a partir de la segunda revolución industrial de principios del siglo XX?
Para poner un ejemplo en 1902 el Foment del Treball publicó en su revista El Trabajo Nacional un proyecto para la creación de una escuela industrial catalana. Un año después, un nuevo texto dirigido al Ministerio de Instrucción Pública apareció en la revista de la Asociación de Ingenieros Industriales. Según este texto, la Escuela Industrial constaba de la Escuela de Ingenieros Industriales y de la Escuela Provincial de Artes y Oficios, abarcando toda la escala de la enseñanza industrial en los niveles elementales, secundarios y superiores (1).
Según la lógica del capitalismo, era necesario un sistema sanitario y educacional acorde a las expectativas de rendimiento del capital, y tener un proletariado enfermizo y semianalfabeto no correspondía a las exigencias del sistema productivo. La generalización de la asistencia sanitaria basada en la enfermedad y la búsqueda de paliativos temporales a ésta, era de vital importancia, así como unos sistemas de enseñanza para obreros en los que primara la formación profesional.
Y durante el franquismo se construyeron las llamadas universidades Laborales, tomando como modelo la Universidad del Trabajo “Paul Pastur” de Charleroi (Bélgica), un conjunto construido a principios del siglo XX para la formación técnica de aprendices y obreros, que según palabras de su fundador era “el modelo más representativo por la potencia de sus herramientas, la modernidad de sus métodos de enseñanza y la diversidad y el carácter de su actividad, es ante todo, una forma de enseñanza técnica más que una escuela. Estas Escuelas Técnicas se han desarrollado a partir del impulso de la vida laboriosa de la región respondiendo a las aspiraciones de los obreros y de los pequeños empresarios y ellas alimentan a la industria de obreros técnicos cualificados”. Modelo que Francia incorporó con la creación de las Escuelas de Mutualidades de Burdeos (2).
El primer centro en España se construyó en Gijón, en el año 1948 seguido posteriormente de otros en Sevilla, Córdoba, Zamora y Tarragona. Esta última fue la primera Universidad Laboral cuya dirección educativa no estuvo a cargo de una orden religiosa, solamente los servicios de cocina, lavandería y limpieza se encargaron a una comunidad de religiosas, pues las otras universidades laborales eran gestionadas por las órdenes religiosas de jesuitas y dominicos (3).
A pleno rendimiento, la Universidad Laboral de Tarragona tenía capacidad para 4.000 alumnos e impartía ochenta especialidades y según los datos recogidos durante el período de su funcionamiento cursaron sus estudios más de 45.000 jóvenes de forma totalmente gratuita con alimentación, alojamiento y ropa incluidos. El capital español precisaba de una mano de obra especializada para recomponer la destrucción que había supuesto la guerra, el exilio de cientos de miles de personas y la superación del trabajo artesanal que no era acorde a las expectativas del llamado desarrollismo español a partir de los años 50.
Pero, ¿qué ocurre a partir del último tercio del siglo XX, con la puesta en marcha de la tercera revolución industrial, la llamada “revolución microelectrónica”?
Se dio un vuelco: aumentó el desempleo y con él, el ejército de reserva al tiempo que algunas funciones y conocimientos obreros ya no eran precisos. Pero ya con la deriva sumisa de los sindicatos, hizo que el capital realizara una magna operación, de acuerdo con algunas entidades de la llamada “sociedad civil”. Operación que se concretó en fomentar una creciente oleada migratoria que, por un lado aumentaba el volumen del ejército de reserva de mano de obra, y por otro lado presionaba a la baja los salarios. Y aparece con fuerza el Credo de la Globalización.
Pero además, a partir de este momento ya se empieza a poner los cimientos de la cuarta revolución industrial, la Industria 4.0, en la que estamos inmersos aunque todavía no se ha generalizado, en la cual las predicciones son como las apuntadas por la multinacional legislativa Deloitte: “La Industria 4.0 implica la promesa de una nueva revolución que combina técnicas avanzadas de producción y operaciones con tecnologías inteligentes que se integrarán en las organizaciones, las personas y los activos… Su alcance es mucho más amplio, afectando a todas las industrias y sectores e incluso a la sociedad… Más allá de eso, podría generar cambios en la fuerza laboral, lo que requeriría nuevas capacidades y roles” (4).
Esta nueva operación del capital para revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficio, conlleva, aunque sea contradictorio, una disminución de la necesidad de mano de obra (que es la única que produce plusvalía), y como resultante un incremento de la mano de obra ociosa, lo cual sería perfectamente asumible reduciendo la jornada de trabajo a tres o cuatro horas diarias o a dos o tres días a la semana.
Pero la concepción de Pacto Social enraizada dentro del movimiento sindical, establece la relación salarial y contractual ligada a los beneficios empresariales con lo cual, los salarios, los incrementos de productividad y las jornadas de trabajo han dejado de establecerse en relación al precio de la venta de la fuerza de trabajo y se han subordinado a las cuentas de resultados de los capitales invertidos.
En esta nueva coyuntura, se precisan unos sistemas de enseñanza muy especializada y fragmentada para una minoría necesaria y una degradación para la inmensa mayoría. Ya así lo estableció el llamado Acuerdo de Bolonia en el año 1999, con sus Grados, Masters y Doctorados, al mismo tiempo que tanto en España como en otros países europeos, la enseñanza básica o politécnica se dejaba a la deriva. Ya no era necesaria en el nuevo marco globalista.
En la ESO, la Lomce, Ley Orgánica 8/2013, de 9 de diciembre, autorizaba a dar el título con hasta dos suspensos. En Bachillerato, había que tener todo aprobado para obtener el título (5). Con la Lomloe, Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, no hay límites en la ESO y en Bachillerato, se permite un suspenso (6).
Y con el nuevo currículo de Educación Secundaria Obligatoria (ESO) Real Decreto 217/2022, de 29 de marzo, dicen que se pretende potenciar la lucha contra el abandono escolar y para ello nada más cómodo que conceder las titulaciones sin tener en cuenta los conocimientos y/o aptitudes adquiridos. Asimismo, también desaparecen los exámenes de recuperación de junio y septiembre. Por lo que, los alumnos que tengan alguna asignatura suspensa (sin límite) podrán pasar de curso siempre y cuando tenga el visto bueno del claustro de profesores (7).
Y mientras tanto, las reivindicaciones puramente corporativas de los funcionarios de la enseñanza son de mejor retribución, menos alumnos, etc. Y las reivindicaciones de las AMPAS son de mejoras en los comedores, gratuidad, transporte, etc. De lado se deja la crítica a los contenidos curriculares, enmascarados en una pueril dicotomía entre público y privado.
Tres elementos se han priorizado desde la enseñanza primaria y secundaria: 1) la aceptación de la ola migratoria, 2) el ecofascismo del capitalismo verde, 3) la incorporación del discurso trans y las aberraciones biológicas. Junto a ello todos los elementos de la cultura anglosajona.
Pero a pesar de los incrementos en las partidas presupuestarias ocurre lo que a finales del siglo XX planteaba Robert Kurz: “Hoy en día el Estado no repara en gastos para que miles de personas simulen el trabajo desaparecido en peregrinos ‘talleres de entrenamiento’ y ‘empresas ocupacionales’, a fin de mantenerse en forma para «puestos de trabajo» normales que no van a conseguir nunca. Cada vez se inventan ‘medidas’ nuevas y más estúpidas solamente para hacer ver que la calandria social, que gira vacía, puede seguir funcionando eternamente” (8).
En medio de este galimatías se acelera la introducción de la llamada inteligencia artificial en sectores como banca, administración pública, sanidad, enseñanza, logística, cine, literatura, transporte, comunicaciones… aunque en el sector industrial este sistema está algo más retrasado.
Hasta la entrada de la tercera revolución industrial en los años 80 la relación existente entre innovación de procesos e innovación de productos suponía que durante la innovación de procesos aumentaba el desempleo debido al sobrante de mano de obra, pero la innovación de productos posterior absorbía de nuevo la mano de obra. Pero estamos ante una nueva fase en la cual la rapidez en la innovación de procesos no está relacionada con la innovación de productos elaborados por humanos, ante lo cual solamente una solución es posible: menos horas y menos días de trabajo asalariado.
Cuestión aparte será analizar en que se utiliza el tiempo de ocio disponible, ya que si es para mantener la figura de espectador paciente frente a una pantalla, poco habremos ganado.
Ya en la Acta de Adhesión de España a las Comunidades Europeas que se firmó en Madrid el 12 de junio de 1985 por el Presidente del Gobierno, Felipe González, la desindustrialización era la condición no escrita de la entrada a la CEE como país especializado en el sector terciario y en los bajos salarios en el marco de la división europea del trabajo, que reservaba a los países centrales las actividades con mayor valor añadido y a la periferia mediterránea las de menos valor (9).
Es desde esta perspectiva que debemos analizar los presupuestos de sanidad y enseñanza que, a pesar de los incrementos cuantitativos año tras año, presuponen al mismo tiempo un deterioro en sus contenidos.
Y mientras no entremos a fondo en los mismos, cualquier reivindicación tan solo será más de lo mismo, ya que la provisión de bienestar educativo y de salud has sido sistemas que tradicionalmente han servido para reproducir y mantener la mano de obra que la actividad capitalista ha requerido.
(1) https://www.diba.cat/es/web/recintes/historia-de-la-escuela-industrial
(2) https://core.ac.uk/download/pdf/61903233.pdf
(3) https://eltrasterodepalacio.wordpress.com/2016/03/04/universidad-laboral-de-tarragona-un-poco-de-historia-y-un-paseo-imaginario/
(4) https://www2.deloitte.com/es/es/pages/manufacturing/articles/que-es-la-industria-4.0.html
(5) https://www.boe.es/buscar/act.php?id=BOE-A-2013-12886
(6) https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-2020-17264
(7) https://www.boe.es/buscar/doc.php?id=BOE-A-2022-4975
(8) Robert Kurz. Manifiesto contra el trabajo. 1999
(9) https://www.gestion-sanitaria.com/1-sistemas-sanitarios-union-europea.html