La CIA es la institución pública más estudiada de Estados Unidos. Ninguna otra ha convocado más comisiones, foros y comités presidenciales y parlamentarios para analizar sus numerosos atropellos.
La Wikipedia tiene una extensa entrada en la que hace un listado de los informes oficiales acerca de la central de espionaje. Los más conocidos están estrechamente identificados con los nombres de sus principales autores o patrocinadores: el informe del Comité Church (1976), el informe Schlesinger (1971), el informe Dulles-Jackson-Correa (1949)…
Aquellos documentos se redactaron -teóricamente- para que los crímenes y golpes de Estado de la CIA no se volvieran a repetir nunca más. Por lo tanto, estamos ante el fracaso más sonado de la historia, porque la CIA ha seguido haciendo exactamente lo mismo, o peor.
Esos textos son fuentes de información inestimables para los historiadores. Los chanchullos de la CIA sólo son conspiranoias hasta que alguien se suelta la lengua delante de la grabadora de algún periodista, o hasta que los papeles salen debajo del escritorio.
Luego resulta que la realidad es mucho peor de lo que todos hablaban en voz baja, por lo que los papeles con membrete oficial se guardan en la caja fuerte. Es el caso del informe Bruce-Lovett.
En 1956 dos diplomáticos estadounidenses, David Bruce y Robert Lovett, prepararon un informe para el presidente Eisenhower que criticaba la afición de la CIA por los golpes de Estado en los países árabes. Apenas habían transcurrido ocho años desde la fundación de la CIA y el 60 por cien del presupuesto se gastaba en las operaciones de quitar y poner gobiernos. El pretexto era siempre el mismo: frenar el expansionismo soviético.
Bruce y Lovett sabían de lo que escribían. En los años cincuenta habían formado parte de la Junta de Consultores del Presidente sobre Actividades de Inteligencia Extranjera.
Durante décadas los historiadores intentaron encontrar el informe entre las montañas de papeles burocráticos. No apareció. Ni siquiera había referencias a su existencia, lo cual resultaba aún más fascinante todavía.
Sin embargo, Lovett había testificado ante la comisión de investigación del general Maxwell Taylor sobre el fracaso de la Operación de Bahía de Cochinos de 1961. Robert Kennedy formó parte de ella, escuchó a Lovett hablar de su informe y le pidió una copia.
Pero el informe sigue sin aparecer y la copia tampoco está entre los papeles de los Kennedy. Los más conspiranoicos creen que lo han quemado, pero otros no se cansan y siguen buscándolo desde hace décadas. A los primeros les bastan las experiencias, mientras que estos últimos, como Santo Tomás, son fanáticos de las “pruebas”.