Queipo de Llano y la violación como propaganda del terror en la Guerra Civil

Félix Población

El golpe de Estado de 1936, que trajo consigo una crudelísima Guerra Civil, supuso la caída de la segunda República y, con ella, la pérdida de los derechos y libertades democráticas logradas bajo el régimen del 14 de abril de 1931, entre los que estaban los adquiridos por la mujer en España por primera vez en la historia. Tal como se podía leer en la publicación Mundo femenino, en octubre de 1931, «la República, mujeres españolas, nos ha elevado a la categoría excelsa de ciudadanas, reconociéndonos la plenitud de derechos igual al hombre».

Se puede afirmar, por lo tanto, que en el contexto de la Segunda República se dieron las condiciones necesarias —aunque no suficientes— para una transformación radical de las relaciones de género, ya fuera en el ámbito público o en el privado. La igualdad jurídica y política entre hombres y mujeres se recogió por primera vez en los artículos de la Constitución de 1931. Mientras el artículo 2 reconocía la igualdad ante la ley de todos los españoles, el 25 establecía que el sexo, la naturaleza, la filiación, la clase social, la riqueza, las ideas políticas y las creencias religiosas no podían ser fundamento de privilegio jurídico. En el capítulo primero del título III, el artículo 36 establecía los mismos derechos electorales para todos los ciudadanos mayores de 23 años de uno y otro sexo, algo que en Francia no se consiguió hasta después de la Segunda Guerra Mundial.

La dictadura supuso para la mujer un drástico retroceso histórico en esa igualdad de derechos jurídicos y políticos, que la retrotrajo al papel doméstico y servil de la pasada centuria. Con toda seguridad, las mujeres que defendieron la bandera tricolor fueron conscientes del riesgo que en ese sentido podría comportar la victoria de los golpistas. Sobre todo si se repara en la personalidad de uno de los más señalados generales felones, al que siempre que se habla del delito de violación en España convendría tener en cuenta.

Las airadas soflamas de Gonzalo Queipo de Llano a través de Radio Sevilla, durante la Guerra Civil, fueron numerosas. Se han contabilizado hasta seiscientas, día tras día, desde que las tropas sublevadas ocuparon la ciudad andaluza en los primeros días de la contienda. Las emisiones se prolongaron hasta el 1 de febrero de 1938 como expresión desbocada de un odio visceral hacia quienes se aprestaron a defender el régimen legal y democráticamente constituido.

Al general Queipo se le atribuye la muerte de al menos 14.000 civiles, solo en Sevilla, una ciudad en la que durante el primer trimestre de la contienda se registraron hasta tres millares de ejecuciones

Esa grabaciones son a no dudar un explícito documento de lo que aquel levantamiento militar iba a representar para el país. Al general Queipo se le atribuye la muerte de al menos 14.000 civiles, solo en Sevilla, una ciudad en la que durante el primer trimestre de la contienda se registraron hasta tres millares de ejecuciones. También participó en la llamada Desbandá, la masacre contra la población civil que huía de Málaga a Almería en febrero de 1937 y en la que murieron cinco mil personas.

Las crónicas del conflicto armado se refieren a la voz aguardentosa del militar golpista, incitando al asesinato y a la violación, y de su lenguaje desfachatado, burdo y amenazador, propio de un retablo esperpéntico: “Por cada uno de orden que caiga, yo mataré a diez extremistas por lo menos —gritaba Queipo desde los micrófonos de la emisora—, y a los dirigentes que huyan, no crean que se librarán con ello: les sacaré de debajo de la tierra si hace falta, y si están muertos los volveré matar”.

Conocido como el virrey de Andalucía, por ser el hombre del general Francisco Franco en esa región, en sus alocuciones radiofónicas ordenaba “perseguir a los rojos como a fieras, hasta hacerlos desaparecer a todos”. Pero si cabe acordarse estos días de Queipo es, sobre todo, por lo que voceó acerca de las mujeres republicanas, cebando los más bajos instintos de las tropas coloniales africanas para acometer violaciones múltiples: “Nuestros valientes legionarios y regulares han enseñado a los cobardes de los rojos lo que significa ser hombre. Y, de paso, también a las mujeres. Después de todo, estas comunistas y anarquistas se lo merecen, ¿no han estado jugando al amor libre? Ahora por lo menos sabrán lo que son hombres de verdad y no milicianos maricas. No se van a librar por mucho que forcejeen y pataleen”.

Quien había sido teniente general de caballería y falleció en 1951, cuando todavía la dictadura ejercía una dura represión sobre un país sumido en la miseria, fue enterrado en la Basílica de La Macarena de la capital andaluza -de la que sigue siendo hermano mayor honorario-, donde aún permanecen sus restos en compañía de los de su esposa. Dos leyes deberían impedirlo, pero hasta ahora no lo han logrado: la de Memoria Histórica, de carácter nacional, aprobada hace más de diez años, y la Ley de Memoria Democrática de Andalucía.

Desconozco en qué archivo se encuentran las arengas del virrey de Andalucía, pero sería conveniente tenerlas a disposición de las jóvenes generaciones, junto a tantos otros referentes de la memoria histórica no suficientemente conocidos o difundidos para reconocer la España de nuestros padres y abuelos. Evidencian la catadura del régimen franquista y son un anuncio de la sumisión medieval que para la mujer iba a reportar la dictadura naciente, con la bendición complacida y decisoria de la católica iglesia.

https://www.elsaltodiario.com/los-nombres-de-la-memoria/queipo-de-llano-y-la-violacion-como-propaganda-del-terror-en-la-guerra-civil

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