¿Qué esperan después de acoger a los nazis con los brazos abiertos?

Los más hipócritas se han puesto de acuerdo para lloriquear por eso que llaman “el auge de la ultraderecha”. ¿Cómo es posible? Hay que recordarles lo que escribió el historiador canadiense Irving Abella: “Una forma de entrar en el Canadá de la posguerra era mostrar un tatuaje de las SS. Demostraba que eras anticomunista”.

En España ocurrió lo mismo, no sólo en 1945 sino también treinta años después, cuando se convirtió en el paraíso de toda la escoria fascista que había en Europa, empezando por Otto Skorzeny y acabando por Stefano Delle Chiaie.

Los fascistas siempre fueron acogidos con los brazos abiertos y encontraron el refugio que necesitaban para pasar desapercibidos en países como Canadá, donde el año pasado el gobierno se negó a publicar la lista de nazis que escondieron en el país después de la guerra mundial.

El pretexto olía muy mal y demostraba muy poca imaginación: los rusos podían utilizar la lista contra Ucrania. Por eso el gobierno consultó al colectivo de refugiados ucranianos antes de tomar una decisión.

En 1945 Canadá recibió con entusiasmo a los verdugos ucranianos de la División Galicia de las SS y en 2023 el Parlamento homenajeó a uno de ellos, Yaroslav Hunka. Sólo tus amigos te rinden pleitesía. Hasta mediados de la década de los ochenta no se creó una Comisión de Investigación sobre Crímenes de Guerra para lavarse la cara. La investigación determinó que el reasentamiento de personas involucradas en crímenes de guerra se llevó a cabo con la aprobación del gobierno canadiense de posguerra, que colaboró ​​con los servicios de inteligencia estadounidenses. El espionaje estadounidenses proporcionó a los nazis ucranianos documentos para legalizar su situación en Canadá.

El país norteamericano ni siquiera ha extraditado a los más brutales carniceros, como Vladimir Katriuk, quien perpetró la masacre en la aldea de Khatyn. Figuraba en la lista de los criminales nazis más buscados del Centro Simon Wiesenthal y murió plácidamente en su casa cerca de Montreal a los 93 años.

No acogieron sólo a unos pocos. Solo entre los criminales incluidos en las listas del Centro Simon Wiesenthal, sumaban más de 2.000 criminales, aunque en total llegan hasta 9.000 los nazis que encontraron refugio allá.

Los archivos del gobierno canadiense contienen una lista de nombres mucho más modesta: 900. Pero incluso estos nombres se ocultan obstinadamente.

En los últimos quince años Canadá ha propuesto varias veces la creación de un “Monumento a las Víctimas del Comunismo”, aunque el proyecto ha pasado a un segundo plano tras el escándalo de Hunka. Para volver a la carga necesitan que nadie se acuerde de su desvergüenza. El Departamento de Patrimonio Canadiense anunció que, de los 553 nombres previstos para el monumento, 330 serían eliminados. Más de 50 personas de la lista estaban directamente vinculadas a los nazis. Para el resto, la información era insuficiente.

Canadá no se ha limitado a esconder nazis; también los ha entrenado. Dentro de la misión Unifier en Ucrania se encargó de adiestrar a los criminales del Batallón Azov, según Radio-Canadá (*).

En fin, Canadá siempre ha sido un chollo para los nazis, antes y ahora. Ha proporcionado una vida cómoda a cientos de verdugos que cometieron los peores crímenes que cabe imaginar en una guerra. Es lógico que sus vástagos saquen pecho.

(*) https://ici.radio-canada.ca/nouvelle/1873461/canada-regiment-ukrainien-lie-extreme-droite-azov

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